Desde París

El antisemitismo es una semilla del mal que no se seca. Francia se vio confrontada en las últimas semanas a varias expresiones  antisemitas que desembocaron en una amplia movilización de la ciudadanía y de la clase política. La lectura real de estos actos racistas es compleja. Grafitis, pintadas antisemitas, insultos y varias profanaciones de tumbas judías marcaron la agenda en un país donde, según las estadísticas, los episodios  contra los judíos se incrementaron en un 74 por ciento durante el año 2018. En la primera quincena de febrero, esvásticas pintadas de azul y amarillo aparecieron pintarrajeadas en 96 tumbas del cementerio judío de Quatzenheim, no lejos de Estrasburgo (Alsacia). Antes, en París, los retratos de la fallecida dirigente política francesa y también superviviente del Holocausto Simone Veil habían sido cubiertos con esvásticas. El jueves 21 de febrero, inscripciones antisemitas como “judíos afuera” aparecieron pintadas en la puerta de una casa del distrito 14 de la capital francesa. Fue sin embargo un grupo de radicales y de infiltrados que maniobraron dentro del movimiento de los chalecos amarillos lo que condujo tanto a manchar a la insurgencia amarilla francesa con acusaciones de antisemitismo como a suscitar una movilización nacional contra el antisemitismo. 

El punto más polémico ocurrió durante la decimocuarta manifestaciones parisina de los chalecos amarillos. Un grupo de manifestantes se cruzó en la calle con uno de los filósofos del país más reaccionarios y despreciativos ante los musulmanes, Alain Finkielkraut, quien fue insultado con gritos como “Cerdo sionista de mierda”, “Francia es nuestra”, “afuera”. Tocar en Francia a un intelectual, incluso a un exacerbado anti islam, enceguecido con la supremacía blanca como Finkielkraut y auto definido como “defensor apasionado de la identidad nacional”, equivale a meterse con lo sagrado. La Fiscalía de París abrió una investigación, detuvo a uno de los agresores e, inmediatamente después, se llevó a cabo en París una gran manifestación contra el antisemitismo que reunió a más de 20 mil personas en la Plaza de la República con la presencia de todo el arco político, de izquierda y de derecha, y donde la ultraderecha de Marine Le Pen no fue invitada por la evidente conexión de su partido con el antisemitismo. Según analizaron las autoridades francesas, este brote del antisemitismo corresponde a la reactivación del histórico antisemitismo de los grupos de extrema derecha y no ya, como en los últimos años, a la influencia creciente del islamismo en varios sectores de la población de origen árabe y musulmán. Los grupúsculos de la ultraderecha han aprovechado la amplia visibilidad de los chalecos amarillos para amplificar su racismo secular. Con ello consiguieron varios resultados: por uno lado, desalojar del espacio público legitimo que habían conquistado los chalecos amarillos y, por consiguiente, restarle adhesiones: instalar en la sociedad un tema que no es central en las crisis raciales contemporáneas ya que lo que impera es el racismo anti musulmán: por el otro, movilizar a los poderes públicos con nuevas leyes. Durante un encuentro con los representantes del CRIF (Consejo representativo de las instituciones judías de Francia), el presidente francés, Emmanuel Macron, se comprometió a “adoptar leyes y castigar”. Entre las medidas evocadas por el jefe del Estado figuran una muy controvertida iniciativa que apunta a ampliar “la definición de antisemitismo integrando algunos aspectos del antisionismo”. Esta idea que consiste en aceptar que “el antisionismo es una de las formas modernas del antisemitismo” (Emmanuel Macron) es uno de los pilares de la acción que lleva a cabo la Alianza Internacional por la memoria del Holocausto. El mandatario también adelantó que se propondrá una ley para luchar contra el odio en internet así como la elaboración de un informe sobre las razones por las cuales muchos niños judíos abandonan las escuelas de los barrios donde residen. Francia es actualmente el país de Europa con el porcentaje de población judía más importante, unas 700 mil personas. Aunque esta cifra equivale a menos del uno por ciento de la población, los judíos son objeto de la mitad de los actos racistas que se cometen en el país. El Ministro francés de Interior, Christophe Castaner, indicó que, entre 2017 y 2018, los actos antisemitas pasaron de 311 a 541. Estas cifras están lejos de las que se registraron hacia abajo en 1999 (82 agresiones) y también del punto más alto del año 2004, con 974. El nacionalismo católico y reaccionario así como ciertas tendencias filonazis siempre fueron adeptas radicales al antisemitismo. Durante buena parte de los siglos XIX y XX la ultraderecha prosperó con sus retóricas antisemitas. En el Siglo XXI cambió de enemigo y apuntó contra las árabes y los musulmanes, un tipo de inmigración que es hoy su principal argumento electoral. El antisemitismo Siglo XXI parece reactivarse con los reaccionarios de los siglos anteriores. Así lo resumió en el vespertino Le Monde Frédéric Potier, el responsable de la Delegación interministerial de la lucha contra el racismo, el antisemitismo y el odio anti-LGBT. El responsable declaró que esa “ultraderecha virulenta y defensora de la identidad” ha resurgido y que ya no “duda en pasar a la acción”. Los chalecos amarillos y la expectativa que estos crearon les han ofrecido a los cenáculos antisemitas una caja de resonancia inesperada.