Mauricio Macri acaba de confirmar que su gestión ya no tiene absolutamente ninguna perspectiva esperanzadora para ofrecer.

Lo nodal de su presentación ante el Congreso, con formas explícitas e implícitas, se remitió a aquello que Cambiemos expone en cada una de las intervenciones públicas de sus referentes. En medio de una recesión que parece indetenible y agotado cualquier dato positivo sobre la marcha económica de corto a mediano plazo, los asesores presidenciales le escribieron un discurso que esquivó cuanto pudo a la angustia central de la sociedad.

Hacia atrás y además de apelaciones no muy recargadas sobre la herencia recibida, sólo reforzó con ligereza la influencia de un escenario externo que los obligó a tomar medidas drásticas para reducir el déficit fiscal. Alguien lo habrá advertido de no repetir “tormentas”. Por supuesto, Macri evitó el sincericidio de aludir a la pésima lectura internacional de su mejor equipo de los últimos 50 años (en la benévola interpretación de que simplemente se equivocaron y no en la maliciosa de que ejecutan un programa de saqueo estatal, a favor de sus socios privilegiados, sin otra consecuencia posible para las mayorías que este desastre).

Hacia delante, sencillamente el futuro ya volverá a llegar. Pero esta vez no hubo pronósticos concretos acerca de crecimiento, inflación rebajada, inversión productiva local o extranjera. Cero. Menos que menos, algún párrafo dedicado a la bomba del endeudamiento que también caería sobre las espaldas de otro gobierno cambiemita. En torno de esto último, quizás era ingenuamente esperable que Macri hubiera trazado alguna fantasía, de mínima solvencia técnica o discursiva, para prevenirse de las críticas por omisión. Es imposible siquiera eso.

Movida única, por lo tanto: equilibrio fiscal, lucha contra la corrupción, transparencia de las instituciones, calidad democrática, los argentinos podemos, la libertad, la independencia de la Justicia y el consabido recitado de oraciones escolares con el que, este jueves, ya había aburrido soberanamente a los legisladores oficialistas reunidos en Olivos. De hecho, salvo por las sonrisas aprobatorias de Patricia Bullrich, la habitual sobreactuación de la primera actriz argentina Elisa Carrió y aplausos entusiastas del oscuro canciller Jorge Faurie junto con tropa desconocida, muchos rostros cambiemitas mostraron cierta vergüenza ajena frente a una perorata disparatada que habló de la droga que ya no llega a los barrios, de la reducción de la pobreza, de todo lo que crecimos desde 2015 en cuanto rubro quisiera tomarse. La expresión de Emilio Monzó fue insuperable. A hacerse cargo, dirán muchos. Es cierto. Pero igual vale como símbolo. Sobre todo cuando el titular de Diputados miró al Presidente en el cierre de su extravío, sin otro recurso retórico que el vamos que podemos.

Y una apostilla técnica, un tanto más significativa de lo que pudiera parecer. A todo lo largo de su intervención, Macri sobre-elevó el tono y eso es propio de una persona nerviosa, consciente de mentiras estrambóticas o de datos al voleo que habrán de ser observados como tales aunque él pretenda insuflarse de certeza. El auge de la exportación de arándanos y cerezas y hasta de software a Estados Unidos, entre otras delicias delirantes que exhiben la luz al final del túnel, lo llevaron a una serie interminable de furcios y dubitaciones. Su fonoaudióloga venía haciendo un buen trabajo, pero hoy se le fue al diablo. No es responsabilidad de ella, ni de ningún profesional del área, transformar en políticamente convincente a quien pinta vivir en Disneylandia. Puede sacársele parte de la papa de la boca, que no fue el caso, pero no la falsedad.

En síntesis, nada nuevo bajo el sol. Nada de nada. Tampoco cabía esperarlo. 

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