Las mujeres no le debemos nada. Ni individual ni colectivamente. Lo que hay, es lo que ganaron otras antes que nosotras; lo que estamos peleando. Lo que haya a futuro, será lo que puedan conseguir las que vienen.

En su discurso, Mauricio Macri recordó que fue bajo su gestión, porque él lo habilitó, que en el Congreso se debatió sobre la legalización del aborto. Eso es absolutamente cierto, pero al mencionarlo calló un detalle fundamental: no prosperó porque su espacio político aportó la mayoría de votos negativos. Cuando se floreó porque se pudo “debatir en forma madura sobre temas como el aborto”, Macri obvió recordar que durante ese debate maduro en la Cámara de Diputados, 65 de los 125 votos contra la legalización fueron de representantes de Cambiemos; y en el Senado, el bloque oficialista aportó 17 de los 38.

Si la legalización no se convirtió en realidad el año pasado, fue gracias a la pereza miedosa de la misma voluntad que había resuelto habilitar el espacio para el debate público. Abrir la puerta no alcanza para cambiar realidades.

¿Es el juego de la política? Puede ser. Pero más probablemente se trate de no estar a la altura. Me inclino por lo segundo. Proponerse una meta, mencionarla, decir que existe es más que loable. Repetirla como niño que acaba de aprender la lección y espera la golosina de premio, en cambio, suena a cinismo.

Cuando refirió el debate sobre aborto, mencionó también el Presidente que es preciso impulsar “mayor conciencia sobre temas como la prevención del embarazo adolescente”. Lo afirmó como si se tratara de un asunto voluntarista, individual, y no de políticas públicas. En nuestro país, lo analizó a fines del año pasado un enorme de Naciones Unidas (Mundos aparte: la salud y los derechos reproductivos en tiempos de desigualdad”, de UNFPA), los embarazos no intencionales son más frecuentes en las mujeres de sectores vulnerables. “Sin acceso a métodos anticonceptivos, las mujeres pobres, en particular las que tienen menor escolaridad y viven en áreas rurales, están más expuestas a la fecundidad no deseada”. En un país en el que todavía la Educación Sexual Integral no es una realidad para todas las jurisdicciones, decir, como dijo Macri, que “se cambia en serio cuando a las zonas más vulnerables el Estado se acerca con información, educación y herramientas para que las adolescentes puedan tomar decisiones libres informadas sobre sus proyectos de vida” es por lo menos irrespetuoso y cínico.

Habló también el Presidente de la “igualdad de oportunidades entre varones y mujeres”, dijo que eso requiere un “cambio cultural”, que ese cambio “arranca con una verdadera crianza compartida”. Y sin embargo en su gabinete tiene sólo dos ministras. Y sin embargo, el Instituto Nacional de las Mujeres tiene cada vez menos capacidad de acción; la gestión de Macri bajó el rango del ministerio de Salud a Secretaría y, con eso, le restó posibilidades de impactar verdaderamente en la vida cotidiana de las mujeres, en momentos en que quien está a cargo de esa gestión tiene una perspectiva de derechos sobre la salud reproductiva.

Es curioso que haya hablado del “uso político de los pobres” poco antes de referirse al caso de Lucía, la niña tucumana violada y obligada a parir. Tan curioso como que sobre el final, cuando el discurso se volvió arenga gritada, arrojara la frase: “están las mujeres que denuncian un abuso y con su valentía impulsan a otras para visibilizar algo que tiene que terminar”. ¿Eso también es gracias a él?