Joan Wasser es mujer, música, hija dada en adopción por una madre adolescente y recibida por una familia amorosa en su niñez, violinista formada en el conservatorio, exnovia de un músico fallecido en un accidente, exintegrante de una banda indie punk y colaboradora de infinidad de artistas, entre ellos Lou Reed, Rufus Wainwright y Antony and the Johnsons. Joan Wasser es, también (o sobre todo), Joan As Police Woman, alter ego que inventó cuando, tras todo el recorrido apuntado más arriba, decidió dar rienda suelta al propio caudal creativo y transformar esa experiencia de vida en un proyecto musical solista. Joan As Police Woman es, entonces, la condensación de todos esos lugares en el mundo que, hasta el momento, dio como resultado siete discos de estudio. Con el último de ellos, Damned Devotion, bajo el brazo llegó Wasser a Buenos Aires hace unas semanas, inicialmente de vacaciones. Pero la vida del músico siempre transita por el camino de lo inesperado, así que de un día para el otro, el placer se mezcló con el trabajo, porque la artista se prepara para presentarse hoy en el Club de Música Palermo (Paraguay 5519), en una fecha que compartirá con el canadiense nacido en la Argentina Indio Saravanja y los músicos locales Pablo Grinjot, Facundo Flores y Jano Seitun.

Acostumbrada a los devaneos musicales impresos en su historia personal, sus duelos y su relación especialísima con la muerte y con la ausencia, Joan As Police Woman lleva en Damned Devotion el concepto de intimidad al paroxismo. “Mucho del trabajo del disco lo hice componiendo con los auriculares puestos en mi estudio de casa, por la noche o la madrugada. Creo que es ese el clima que atraviesa el disco: nocturno, silencioso, privado, de cuando nadie está despierto todavía, producto de unos momentos en los que yo podía estar en absoluto contacto con mis sentimientos y completamente a salvo en soledad”, explica Wasser en diálogo con PáginaI12. 

“En general, cuando escribo, me desafío a profundizar en ese tipo de intimidad. Creo que la canción siempre es mejor si logro quitarle la máscara o la pose”, asegura con una actitud, una voz y una risa tan estridentes y alegres a través del teléfono que cuesta imaginar que esta mujer alguna vez haya sido infeliz.

–La canción “Damned Devotion” habla sobre la dificultad de controlar esos afectos que terminan por volverse obsesivos. ¿Creés que existe algún tipo de devoción que no resulte peligrosa?

–Esa canción resume de alguna manera la idea de todo el disco que es más que nada una pregunta sobre la posibilidad de un balance en la vida, que es algo que aparece en un momento y en general es muy fugaz. Creo que ese sentimiento de devoción, de estar completamente saturada de amor, aunque sea sólo por un momento, es un sentimiento increíble. Lo que no sé es si estamos preparados para sentirlo todo el tiempo, porque puede ser demasiado para el ser humano permanecer en ese estado. Pero mientras podamos evocarlo, siempre es algo muy inspirador: si sos capaz de recordar la posibilidad de ese estado de ánimo, es algo positivo. 

–En “The Silence”, hacés un homenaje a las Marchas de las Mujeres que se hicieron tras la asunción de Donald Trump. ¿Cómo llega la política a tu producción artística?

–Creo que el sólo hecho de permanecer vivos es un hecho político. Defender los derechos humanos básicos es un hecho político porque todavía hay mucha gente en el mundo sin acceder a ellos. Los artistas somos privilegiados porque contamos con esta plataforma tan formidable y llegamos a tanta gente... ¡y con la música! La música siempre es capaz de llegar más allá. ¡Si querés aprender algo difícil, convertilo en canción y te lo vas a acordar! 

Así que cada vez que me enfrente a una situación política que me conmueva, voy a intentar utilizar este espacio que tengo para hablar de eso.