La crueldad, en política, domestica. O trata de hacerlo.    Mostrarse implacable a veces entusiasma a los propios y atemoriza a los ajenos. Es un modo de que la política parezca una guerra santa y el mundo quede dividido entre amigos y enemigos.

No se trata de características personales, que también pueden estar presentes. El gobernante cruel y/o implacable aplica un método para obtener la victoria a cualquier precio. Para él, la verdadera falla ética sería la derrota.

El mayor blanco de ataque en América latina está representado por Lula. Sergio Moro, antes juez y ahora ministro de Jair Bolsonaro, se jactaba de que Lula tenía el privilegio de estar en un sitio especial de encarcelamiento en Curitiba. El punto es que fue relegado a un destacamento de la Policía Federal en Curitiba, una prisión solitaria sin otros presos. Para un tipo extremadamente sociable es una forma de tormento. La inquisición brasileña gradúa el nivel de tortura. En enero le prohibió ir al entierro de su hermano Vavá. En cambio, acaba de permitirle ir al entierro de su nieto de siete años, Arthur, que murió de meningitis. Quizás los inquisidores pensaron que la muerte de un chiquito era flagelo suficiente.

El objetivo de la crueldad implacable, es decir permanente, es que parezca eterna. En el caso brasileño, la meta es que jamás vuelvan a ser votados no solo el Partido de los Trabajadores y sus aliados sino nada parecido.

Mauricio Macri también tiene ansias de eternidad. Van más allá del plano personal. Como decía Marco Aurélio García, el asesor de Lula ya muerto, la característica actual de la derecha dura en América Latina es que quiere transformar la realidad durante un mínimo de 20 años seguidos. La permanencia es, para ella, un seguro de regresividad en los derechos sociales.

Pero ningún aparato garantiza una vigencia de largo plazo.

Por un lado, también ocurre que los atacados pueden llegar al estado de lucidez. En Río Negro, la fórmula de Martín Soria y Magdalena Odarda, un peronista y una progresista que combatió al magnate Joe Lewis por el robo de lagos y el negocio de la energía, reúne una coalición de nada menos que 28 partidos para disputar la gobernación.

Por otro lado, expresiones que parecen aisladas tal vez no lo sean. Quizás Dante, el obrero de la construcción que interpeló a Macri sin insultarlo, canalice la desesperación no solo de votantes peronistas sino la incertidumbre de trabajadores y clase media que votaron a Cambiemos para probar.

Como dice la teóloga Emilce Cuda, la de Dante es “palabra legítima y legitimada”. Contra ese tipo de palabra terminaron fisurados, en la historia, los crueles y los implacables.

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