Si alguien llegara a sacudir una alfombra o cargar tablones por las calles británicas se expone a un posible escándalo, ya que dichas acciones se encuentran expresamente prohibidas por la ley. También es ilegal vestir una armadura dentro del parlamento por esos motivos tan particulares de su idiosincrasia. A mediados de los ‘70, cierto político liberal hizo algo aún peor. La muy elogiada A Very English Scanadal repasa el escándalo ligado a John Thorpe: el ascenso y caída de un político acusado de conspirar para asesinar a su amante pues aquel iba a ventilar su relación homosexual. AMC emitirá íntegra la miniserie de tres episodios el próximo domingo desde las 20. Otra posibilidad es ver la producción de la BBC a razón de un episodio cada lunes desde el 11 de marzo a las 22 por esta misma señal.

Thorpe quedó ligado a esa saga de servidores públicos llamados John –cual Profumo o el mucho más reciente Sewel– con affaire que destrozaron sus trayectorias. Pero en este caso no hay modelos, fetichismo con ropa interior, espías o estupefacientes, sino que se trató del primer político de Inglaterra en ser llevado a los estrados investigado por conspiración homicida. ¿Quién era el target? Norman Scott, su ex amante. La trama de A Very English Scandal se despliega por las casi dos décadas del idilio entre los personajes interpretados por Hugh Grant y Ben Whishaw, premiado con último Globo de Oro por el papel. El arco comienza con su relación en los primeros ‘60 (cuando la homosexualidad aún era considerada un delito); su progreso profesional hasta perfilarse como candidato a Primer Ministro en los años del Swinging London y su irremediable ocaso luego de que se hiciera pública la acusación. “El juicio del siglo” llegó a titular en la prensa. Sí, esta es una de esas aventuras que los tabloides ingleses titulan con provocación.

La producción aprovecha cada una de las cartas en su haber: la hipocresía reinante, los tejes y manejes del poder, el raid mediático y judicial, que fuera tan polémico el amorío del presidente del partido Liberal como la acusación en sí, la particular flema inglesa y los cambios sociales irrefrenables. Y, cabe agregar, el hechizo de ver al actor de Nothing Hill fuera de su zona de confort. Nada de medias sonrisas, el tartamudeo querible o su sacrosanto mechón castaño. Grant encarna un sujeto plomizo que sabe jugar en las sombras, engañador profesional con serias posibilidades de instalarse en la residencia más famosa de Downing Street, respetable hombre público al que lo harían salir del closet a la fuerza, un tipo bastante indiscreto –se considera “80 por ciento gay”– que quería tener sexo con otros hombres y regir la isla. Wishaw, por su parte, interpreta un “conejito asustado” que tiene pasta para volverse un chantajista profesional e ícono de los cambios sociales que atravesaba aquella Inglaterra. “Se sienta en bares, discotecas y les cuenta a todos de su homosexualidad en voz alta, todo el día. No le molesta quién lo oiga. Dice la verdad y no le importa. Nadie hace eso y ciertamente no lo hacemos nosotros”, describe el consejero del Thorpe.

El director Stephen Frears, experto en eso de husmear y sacudir la polvareda brit, recrea detalladamente el clima de época, los salones humeantes de la alta alcurnia y la persecución a los homosexuales. Pero también se divierte con estiletazos pop a lo Richard Lester. El realizador quería hallar un equilibrio entre lo oscuro y la gracia de la historia por lo que, según él, la elección de Hugh Grant caía de maduro. “Todo es tan ridículo por lo que podía jugar dramáticamente y también a nivel cómico. Eso es lo que es tan bueno de él”, apuntó el director de La Reina y Philomena. Nadie parece muy sorprendido del sexo entre hombres en el Parlamento, pero todos actúan como si lo fuera. En ese sentido, el trabajo de las charlas por lo bajo genera el mismo impacto que los momentos íntimos a pura vaselina. Las conversaciones entre Thorpe y su asistente (Alex Jennings) no tienen desperdicio, son pulidas y maliciosas, representantes cabales del wit. Pero incluso el ingenio, la ironía y demás manierismos pueden descartarse con tal de sobrevivir. “Me destruirá a mí, al partido y a mi matrimonio. Hay una sola cosa que podemos hacer. No me importa si le disparan, envenenan, estrangulan o lo meten en un saco y lo tiran al Támesis”, lanza Grant en un momento en que su criatura finalmente muestra los colmillos.