La corriente monetarista de pensamiento económico señala que la inflación es siempre un fenómeno monetario. De esa afirmación derivan que las causas de las subas de los precios y sus posibles soluciones son un tema de política monetaria. Apoyados en esos dogmas, quienes administran la política económica han venido ensayando una serie de medidas para intentar doblegar la inflación. Al asumir Mauricio Macri, implementaron una política de metas de inflación. Ante su evidente fracaso, doblaron la apuesta con un ultra ortodoxo programa de nulo incremento de la base monetaria. A cinco meses de su implementación, la inflación parece burlarse de los dogmas monetaristas y acelera su marcha. El IPC oficial marcó 2,6 por ciento en diciembre; 2,9 por ciento en enero y se espera que toque 3,4 por ciento en febrero. Un rotundo fracaso que obliga a repensar las causas de las alzas de los precios y la estrategia para frenarla.

Al respecto, señalar que la inflación es un fenómeno monetario es una verdad de Perogrullo. Dado que los precios son la expresión monetaria del valor de los bienes y servicios que se transan en el mercado, obviamente el incremento de esa expresión monetaria del valor es un fenómeno monetario. Pero eso no implica que las causas y soluciones de la inflación sean un tema exclusivo de política monetaria. Subas bruscas de tarifas, devaluaciones, lockout patronales, reclamos salariales, alza de los precios internacionales de las materias primas son ejemplos de eventos que exceden a la política monetaria y que pueden desatar una serie de efectos propagadores sobre el alza de los precios.

Los dogmáticos del monetarismo señalarán que una estricta política de emisión cero puede doblegar el impulso monetario de esos shocks de la economía real. Basados en una ecuación cuantitativa que muestra que el nivel general de los precios de las transacciones de una economía mantiene una relación estable con el dinero en circulación, sostienen que manteniendo constante la masa monetaria se puede estabilizar el nivel de los precios. Sin embargo, si la inflación no tiene un origen monetario, la ecuación cuantitativa puede cumplirse a costa de una disminución del nivel de transacciones. O sea, si las mercaderías aumentan de precios y el Banco Central se empecina en mantener constante la masa monetaria, la consecuencia puede ser que caiga en nivel de producción de mercancías ya que no hay dinero suficiente para operar al nuevo nivel de precios. Algo de eso parece ser la consecuencia reciente del programa ultra ortodoxo de emisión cero acordado con el FMI. La actividad económica registró bruscas bajas de 7,5 por ciento en noviembre y 7,0 por ciento en diciembre pasados. Los datos de recaudación permiten anticipar que el derrumbe de la actividad continuó en los primeros meses de este año. 

La combinación de depresión en la actividad económica con una inflación en ascenso se denomina técnicamente como “depreflación”, un rara avis macroeconómico que nos han regalado los dogmáticos monetaristas que administran la política económica en el gobierno de Macri.

@AndresAsiain