Estudiantes había perdido sus últimos tres partidos de manera consecutiva y Gimnasia llevaba siete fechas sin ganar. Los dos equipos, además, habían cambiado en los últimos 15 días sus cuerpos técnicos (Pablo Quatrocchi por Leandro Benítez y Darío Ortiz por Pedro Troglio), abrumados por las malas campañas y la disconformidad generalizada. O sea, no podía esperarse que saliera algo bueno de esta nueva edición del clásico de La Plata. Y fue tal cual. Ganó Estudiantes 1-0 con un gol de cabeza de Lucas Albertengo a los 43 minutos del primer tiempo, y la multitud deliró de alegría. Hace nueve años (desde el torneo Clausura 2010) y 13 partidos que el cuadro “pincharrata” no pierde ante su tradicional adversario. Pero superada la excitación por el momento feliz, queda poco por salvar. Casi nada.

Todos los factores conspiraron para que se juegue muy mal. Desde luego que la mediocridad inocultable y el nerviosismo de los dos rankean alto en la lista de las causales. Pero si a ello se le suma el piso imposible (por lo blando y poceado) del estadio Ciudad de La Plata, y la mala conducción que hizo el árbitro Germán Delfino, se tendrá una idea certera de por qué hubo ratos en los que costó sostener la mirada sobre lo que pasaba (o no pasaba) dentro de la cancha.

Sólo porque Albertengo primereó en un salto a Santiago Silva y batió al arquero Martín Arias, con un cabezazo fuerte y el uruguayo Manuel Castro y Gastón Fernández aportaron las escasas pizcas de buen fútbol que tuvo la tarde platense, Estudiantes justificó la ventaja. Si le alcanzó con poco fue porque Gimnasia fue bastante menos que eso. Y así lo admitió el uruguayo Silva en sus declaraciones en caliente tras el partido: “Esto es un golpe duro, para ganar, hay que jugar al fútbol”. A confesión de partes, relevo de pruebas.

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Albertengo le gana a Silva y logra conectar la pelota para convertir el único gol.

Gimnasia puede alegar que lo condicionó la expulsión de Lorenzo Faravelli, que a los 28 minutos del primer tiempo fue a pelear una pelota dividida con la “Gata” Fernández con su pie izquierdo en plancha. Pero no vale como excusa. Antes, cuando estaba completo, sólo había apostado a tirarle bochazos a sus delanteros Silva y el venezolano Jan Hurtado, pasando por arriba de sus volantes. Después, en inferioridad numérica, acomodó un 4-4-1 con la mayoría de sus hombres parados en su propio campo, y el pobre Silva corriendo pelotazos por todos lados. Y ya no se movió de allí. Su única llegada fue un tiro libre del paraguayo Ayala que el zaguero Coronel cabeceó cerca de un poste. Luego y hasta el final, fue todo empuje, sin claridad, sin inteligencia, sin una idea clara que lo arrimara a la posibilidad del empate. 

Sin hacer mucho más, decayendo incluso en los 20 últimos minutos del partido, Estudiantes llegó mejor: una media vuelta de Lattanzio reventó en el travesaño y dos cabezazos de Kalinski y la “Gata” Fernández salieron cerca. Y punto. Sobre el cierre, la tensión retenida hizo eclosión. Mateo Retegui duró sólo dos minutos en la cancha: entró a los 41 minutos del segundo tiempo y Delfino lo expulsó a los 43 por irle en plancha a Lucas Licht. Y tras el pitazo del final, Martín Arias le tiró un pelotazo al árbitro y también vio la tarjeta roja. 

En las tribunas casi repletas, mientras tanto, 40 mil hinchas de Estudiantes que sólo fueron a ver ganar a su equipo un nuevo clásico, celebraban un éxito detrás del cual, casi que no queda nada. Sólo tres puntos que Gimnasia sigue persiguiendo y hace ocho fechas que no puede alcanzar.