Trabajé muchos años en la revista dominical Viva, y era frecuente que viajáramos para realizar notas en alguna provincia o incluso en otros países. Viejos y gloriosos tiempos en que los fotógrafos éramos enviados a realizar una cobertura. 

A veces viajaba con un compañero periodista y otras veces sola, para encontrarme en el destino con una corresponsal. Además de la alegría del trabajo (ir al encuentro del fotografiado) siempre disfruté enormemente de ese paréntesis extraño de uno o dos días (antes, haciendo la previa o después de las fotos), algo de tiempo robado o suspendido, jugar al flâneur, escaparme a conocer un barrio o probar alguna delicia del lugar en algún bodegón cuidadosamente elegido. El azar de la nota elegía la fecha y la ciudad.

Es una sensación extraordinaria. Estar trabajando en un lugar extranjero y de a ratos poder deambular sola por una ciudad (siempre me gustaban las ciudades y los pueblos, siempre había algo particular, no recuerdo ningún lugar que no me haya gustado). Tener un recreo para mirar, para saborear, para recorrer.

En el 2012 ya no trabajaba en la revista pero me contrataron para hacer fotos en un viaje de prensa para una marca que celebraba el lanzamiento de un perfume: me las arreglé para cambiar el pasaje y quedarme sola un día y medio de yapa en París. Era un sábado precioso de mayo y descubro que –increíblemente– acaba de abrir la primera retrospectiva francesa sobre la obra de Helmut Newton, que había muerto unos años antes.

Newton, un judío alemán que tuvo que huir del avance nazi, había vivido en Singapur y en Australia, hasta que finalmente recaló en Europa, donde inmediatamente empezó a fotografiar para las grandes revistas como Vogue y para marcas importantes. Francia fue su segundo hogar y era sorprendente que la retrospectiva no hubiera sucedido antes.

Había aparecido en el mundo de la moda en plena oleada punk y sus fotos siempre causaron bastante revuelo, sobre todo por su erotismo provocador.

En lo personal, no es mi fotógrafo preferido ni nada por el estilo pero siempre me impresionó: sus fotos tenían desparpajo, sexualidad, alegría, libertad. Inventaban un mundo fetichista e irónico.

No podía creer mi suerte.

Luego de hacer una larga cola –por supuesto la muestra tuvo un éxito absoluto–, pasé la tarde entera en el Grand Palais, caminando una y otra vez delante de esas copias gigantes, analógicas. Había polaroids, revistas. La muestra, cronológica, era descomunal. Allí estaban algunas de sus fotos más famosas, los Big Nudes y varias de las fotos que tanto escándalo y debate habían causado.

La exhibición nos metía en un mundo super femenino, protagonizada por una mujer omnipresente y poderosa, a veces gay, casi siempre desvestida. Humo de cigarrillo, tacones altísimos, guantes, cadenas y, en la etapa posterior a su ataque cardíaco, todo el material médico vuelto fetiche: desnudos con yesos, muletas, prótesis.

Creo que es uno de los pocos fotógrafos que transmite vitalidad, sexo y humor en partes iguales. Elegí Woman examining man, una foto de 1975 hecha para la Vogue estadounidense. Adoro en esta foto la economía de recursos para contar: todo está en la mirada.

En un reportaje de los años 90, donde le tiran –como era usual– con toda la artillería pesada (voyeur, misógino, macho millonario, obseso sexual son algunos de los insultos que recibía) confesó que no le interesaba tanto la técnica como la narración: en sus fotos uno siempre tiene la sensación de espiar en medio de una historia.

Pero la perlita de esa tarde fue descubrir, en la tienda del museo, además de las clásicas postales, el catálogo y los souvenirs, una edición de bolsillo de La historia de O, la novela de Pauline Réage que Newton había reconocido como fuente de inspiración para sus fantasías sadomasoquistas y que reinaba, en inmensa pila, y como infiltrada, en la mesa de los libros de fotografía.

Detalle refinadísimo de la curaduría, me imagino.

En su momento el libro había causado un escándalo de dimensiones y también funcionó como las fotos de Newton: incomodando a todo el mundo con la enumeración precisa y detallada de prácticas sadomasoquistas.

Por supuesto la compré y me la devoré en el viaje de regreso. Qué placer descubrir esos cruces entre literatura y fotografía. 

En aquel reportaje, donde sostenía que “el puritanismo nunca trae nada bueno”, le preguntan también: “Y a usted, Helmut Newton, ¿qué lo escandaliza?”. Y él responde: “Me horrorizan los detonadores de la crueldad: el patriotismo y la religión”.


Alejandra López es retratista. Empezó a trabajar profesionalmente en 1990 haciendo fotografía teatral y en la revista El Porteño. Durante 14 años fue fotógrafa de staff de la revista Viva, donde realizó innumerables retratos de personajes del espectáculo y ha publicado en revistas como Elle, La Nación Revista, Harper’s Bazaar, Le Figaro Magazine, Bacanal. Actualmente se desempeña en forma independiente haciendo fotos para gráficas de teatro y cine y retratos de escritor para editoriales de libros, como Penguin Random House y Planeta. Ha realizado numerosas muestras como Retratos (2001), La máscara (en el Festival Internacional de Teatro), Retratos de la memoria (imágenes de sobrevivientes del Holocausto) en el Museo Judío de Frankfurt, Calendario FOE 2009 y, en junio del 2011, la exposición Algunos escritores, en la Fotogalería del Teatro San Martín. Para ver más: www.alejandralopez.com.ar y en Instagram @alejandralopezfotografa