Ana Costantini es licenciada en Letras y desde hace 34 años tiene un puesto de libros en el Parque Rivadavia. Además, es delegada de los trabajadores de la feria. “Empecé a trabajar acá a los 20 años. Llevo toda una vida en el Parque”, dice. Al igual que sus compañeros, denuncia las malas condiciones en las que están trabajando hoy los puesteros. “Estamos en una situación espantosa: sin luz eléctrica, sin agua potable, sin toldos y sin baños. Horrible”, sostiene. Su vecino de feria, Jorge Delorenzo, titular del puesto N°42 y uno de los trabajadores históricos del parque, falleció el 24 de enero tras sufrir una “descompensación debido al intenso calor y las condiciones infrahumanas en las que nos encontramos trabajando”.

Los libreros del Parque Rivadavia señalaron como “responsables directos de este desgraciado hecho” al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y a la Dirección General de Ferias y Mercados, “por su accionar coercitivo, autoritario y desconsiderado” hacia los trabajadores y trabajadoras de la feria.

“Yo todavía no lo puedo creer. Jorge fue mi vecino de feria durante 27 años”, dice Ana sin poder contener la emoción. “Cuando nos mudan a la avenida Rivadavia, nos pasan sin sobretechos ni toldos, sin agua potable, sin luz eléctrica, sin baños. Un desastre. Además pasamos a estar todo el día al sol en pleno verano con 40 grados. Sumado a todo esto y al estrés por toda esta situación, desde la Dirección General de Ferias y Mercados nos empezaron a tomar asistencia tres veces por día. Entonces, hubo compañeros que como vivían lejos y no les daba el tiempo para ir y volver a sus casas y empezaron a quedarse a dormir en los puestos. Jorge fue uno de ellos. Una tarde, le falló el corazón y falleció.

“Tenemos muchos compañeros mayores de edad a los que se les hace muy difícil trabajar en condiciones tan precarias y esta situación los afecta particularmente. A todo esto, hoy facturamos lo mismo que hace tres años, pero con la inflación que hubo eso ya no alcanza para nada, como le debe pasar al 90 por ciento de los argentinos”, sostiene.

Las autoridades de la feria nunca se acercaron a dar un pésame por Jorge ni a su familia ni a sus compañeros. “Nos dijeron que de eso no iban a hablar”, cuenta Ana. “En la última reunión que tuvimos, apenas mencioné el tema me empezaron a correr. “¿Querés que hablemos de eso? Mirá que les vamos a pedir certificados de salud a todos los puesteros”. Una cosa de un maltrato terrible”, recuerda. 

Hoy Franco, el hijo de Jorge, está luchando para conseguir el permiso que le permita continuar trabajando en el puesto de su papá. Ana y todos los feriantes del Parque lo acompañan. “No se lo quieren dar porque tiene 17 años pero, en realidad, entre los 16 y los 18 años con autorización de la madre, él podría trabajar y ser reconocido como feriante. Obviamente, nosotros queremos que él siga estudiando y lo vamos a cubrir en los horarios que tenga que cursar. Lo conocemos de toda la vida”, dice Ana.

“Desde la Dirección General de Ferias y Mercados nos proponen que nosotros nos hagamos responsables de él mientras esté en la feria. Que seamos una suerte de tutores en la feria. Si es la última opción, lo vamos a hacer pero lo que corresponde es que se lo reconozca como un feriante más porque es lo justo y es su derecho”, concluye.