El Banco Central prometió terminar el año con una base monetaria bajando al 10 por ciento. La inflación se ubicaría por encima del 30 por ciento. La ecuación cuantitativa más simple (mxv=pxq) adelanta que la caída de la actividad en los próximos meses será notable. La contracción económica en el mercado interno puede alcanzar cifras de más del 10 por ciento. La entidad a cargo de Guido Sandleris tiene claro que su objetivo no es hacer política de largo plazo. En el organismo pretenden atravesar los próximos nueve meses sin estallido cambiario y apostaron a la recesión como su principal caballito de batalla.

Las autoridades del Central le compraron al consultor Miguel Bein el argumento para defender esta estrategia. El economista hace tiempo que asegura que la política monetaria en el país no tiene espacio para colaborar con la recuperación económica. La idea es que subir las tasas de interés afecta la actividad (por el retroceso de la inversión y el consumo), pero bajarla también es recesivo porque incentiva la volatilidad cambiaria. Las subas pronunciadas del dólar terminan provocando un retroceso igual o mayor de la inversión y el consumo respecto del que genera un aumento de las tasas. 

En palabras simples, el Central asegura que no enfrenta un dilema acerca de cuánto sacrificio tienen que hacer en materia de actividad económica para bajar la inflación. Plantea sin decirlo explícitamente que retirar dinero de circulación (contracara de subir las tasas de interés) es igual de recesivo que emitir dinero (bajar las tasas). La diferencia es que en la primera opción se consigue dominar la divisa y en la segunda se incentiva la inestabilidad cambiaria en un país acostumbrado a crisis de tipo de cambio. El problema inflacionario –mencionan– tomará tiempo en solucionarse pero se resolvería en forma permanente. La clave sería que ya se eliminaron las distorsiones de los precios relativos (paridad cambiaria real y subsidios).

La propuesta oficial de bajar 10 por ciento la base este año no es diferente respecto de lo que ya se anunció en octubre. Ahora se refuerza la estrategia. El organismo está convencido de que la política es efectiva. En octubre la economía caía a un ritmo del 4 por ciento y ahora lo hace al 7 por ciento. La inflación de ese mes era 39 por ciento y ahora es de 51. Pero los datos duros no asustan a Sandleris. Sigue pensando lo mismo que hace seis meses: si el mercado vuelve a confiar, la tendencia natural de este esquema es que se vendan dólares (o aumente la demanda de dinero) y el resultado es que la economía tendría espacio para mostrar cierta reactivación.

Este escenario optimista en el que los inversores se desprenden de dólares para tener pesos (ante la falta de emisión del Central) es poco probable en un año electoral. Las tasas en más de 60 por ciento anual empiezan a perder efectividad para contener las expectativas de devaluación y para octubre el tipo de cambio se ofrece en torno de 55 pesos (15 pesos más que el precio actual). La actividad no parece tener margen para recuperarse por el cambio en la confianza de los ahorristas dolarizados ni un descenso repentino de la inflación.

En la autoridad monetaria aseguran que los precios relativos ya fueron acomodados y que eso contiene nuevas tensiones inflacionarias. Pero omiten una variable clave: el salario. Esta última variable representa más del 50 por ciento de la estructura de costos de la economía y en un año electoral la puja distributiva suele incrementarse. La lógica indica que este año no habrá colchón para que los salarios reales vuelvan a bajar (e incluso se intentará recuperar parte de los 20 puntos de ingreso real que se perdieron el año pasado). La puja distributiva debería ser considerada entre las claves de la inflación este año.