"#Sábado de madrugada me tomé un avión a #SanJuan y me vine a ver a mi querida #DifuntaCorrea, de la que soy devoto. Les comparto por qué y desde cuando", comienza el último posteo del periodista Víctor Hugo Morales en su cuenta de Instagram.

Enseguida, cuenta a sus seguidores, en un ejercicio literario y con final sorpresa, la historia y contexto de su relación con la Difunta Correa:

"Fui a conocer a mediados de 2012 el santuario de la Difunta Correa por curiosidad.

Un entrenado turista al que le gusta ver, no podía perderse esa experiencia.

Es una loma con un techo que reproduce el sendero un metro arriba de las cabezas de los creyentes y los escépticos que caminan hasta la escultura.

Hay algo perturbador en la figura.

El silencio que se oye, aun si hay rumor de voces alrededor, imita el viento leve que circula por las montañas de San Juan. Después de mirarla unos minutos, al girar se aprecia la villa que quedó allá abajo y que vive de la Difunta. Los escalones desparejos.

Nada cómodos para subir de rodillas como esa señora, la pareja que viene mas atrás, y la muchachita que cuida a su madre o su abuela mientras cumplen la promesa. Se ve con respeto y discreción a los creyentes. Pero en algún lugar de la conciencia una voz dice que todo eso es una locura. La dialéctica me llevo por caminos inesperados.

'¿Acaso la de Jesús no es considerada por los ateos como una más entre tantas leyendas?', pensé.

Llevo ya cincuenta y cinco años rezándole a Jesús, y creo en él. Me dolían las rodillas. La señora se incorporó a cinco metros de la Difunta Correa agarrándose de un aire que no le ofrecía firmeza.

Vi sus lágrimas ya derramadas en el rostro. Se secó un poco con el dorso de una mano y se quedó de pie, mirándola. Me acerqué. Me situé a su lado. Y ahí nomás le pedí a la Difunta Correa, como para probarla, lo que les voy a contar en la próxima."