Cuenta la leyenda que Mamés (el que fue amamantado) hijo de un matrimonio muy modesto, nació en Capadoccia, actual Turquía en el año 259; que fue torturado por su fe cristiana y devorado por los leones (aunque también existen otras versiones que aseguran que en realidad lo cuidaron los leones) y luego santificado. El estadio del Athletic Club tomó el nombre del santo por un asilo de ancianos de la zona y la cuestión de los leones derivó en el apodo con el que cargan los jugadores del club. La Catedral le decían al viejo estadio de San Mamés que tenía casi cien años de vida cuando fue demolido. 

El nuevo se levantó en el mismo lugar enel 2013, con el campo de juego en otra dirección. Impresiona del lado de afuera por la estructura de cristales y metal y los colores que rotan permanentemente. Impresiona por dentro el rojo furioso de casi todos los asientos, con la excepción de las butacas pintadas en blanco y negro que dibujan el nombre Athletic Club. Si a uno se le escapa hablar del Bilbao los hinchas se ponen como locos y lo consideran una ofensa. Es que lo de Bilbao en el nombre es un agregado que les hicieron por la fuerza en los tiempos de Franco y no lo perdonan. Al Cholo Simeone, por ejemplo, no lo quieren nada porque dicen que deliberadamente los llama “el Bilbao”. 

La Catedral, se denominaba porque cada vez que había un gol todo el mundo se ponía de pie (“como en misa”, dicen) y así lo siguen llamando, tiene hoy capacidad para más de 53 mil personas sentadas. Estamos en uno de los 164 espacios reservados para la prensa y no tenemos tiempo para aburrirnos con lo flojito del partido porque le prestamos atención al entorno.

En una de las tribunas la que llaman grada de animación, suena un instrumento que llaman charaparta, una madera larga que golpean dos hombres con un palo, uno a cada lado. Suena medio africano. Y anima al canto monótono que se repite una y otra vez con el nombre del club. Treinta o cuarenta japonesitos turistas veinteañeros aplauden cuando se dan más de tres toques seguidos. Todos llevan puestas camisetas rojiblancas, algunos del Atlético y otros del Athletic, pero todos festejan cada cosa que pasa cerca de los arcos. 

En los carteles luminosos se anuncian las formaciones, los cambios, las amarillas, más tarde el número preciso de 39.659 almas presentes y luego en letras gigantes “¡Gola!” para celebrar el primer gol y otra vez “¡Gola!” (gol en euskera, obviamente) para festejar el segundo. Japoneses y vascos deliran con el 2 a o. 

Entre muchos motivos de orgullo los vascos del Athletic resaltan que tienen el record de presencia de público para un partido de mujeres contra el Atlético de Madrid en el San Mamés. hace poco. Para ser justos, la marca se las rompió el sábado pasado un partido que jugaron en el Wanda Metropolitano de Madrid las chicas de Atlético y Barcelona. A la cuestión de las mujeres y el fútbol la revista oficial bilingüe le dedica una página y anuncia una serie de documentales de que se estrenarán esta semana, entre los que figura uno sobre la lucha de las mujeres de Libia para poder jugar a la pelota. 

Muchas mujeres en el estadio. De los dos bandos. Una joven con el nombre de Simeone en la espalda habla maravillas del Cholo (“el periodismo lo quiere crucificar por la derrota en la Champions, pero nosotros le perdonamos todo porque nos ha llevado a sitios impensados y porque tiene un coraje que madre mía”, dice). A su lado, un señor mayor destaca que lo que más le gusta de Simeone es cuando manda a todos los que se pone ponen enfrente “a la no sé qué de su madre, ese tío sí que tiene cojones”). 

En el equipo bilbaíno como se sabe, no hay extranjeros, solo vascos o jugadores de otro origen, pero criados en la cantera. Pero sí admiten entrenadores de otros lares. Por aquí se lo recuerda muy bien a Bielsa (“no me olvido de tres o cuatro partidos memorables y con eso me basta”, dice uno) y muy mal a Berizzo, porque los puso en esta temporada al borde del descenso. Uno dice que Andoni Goiko (aquel que casi parte en dos a Maradona) no es tan mala leche como creemos los argentinos, otro cuenta que una vez estuvo en la Bombonera y que “aquello es incomparable, ya quisiera esa pasión” y otro pregunta cómo hicimos para soportar que la final de la Libertadores se jugara en Madrid. 

A un grupo que tomaba cerveza en algo así como baldes al final, le preguntamos a cuál de las leyendas le creen más: a la de los leones que se devoraron a San Mamés o a los que lo cuidaron amablemente, y uno responde  con tono canchero: “Los leones se comieron a San Mamés como nosotros nos comimos hoy a los del Atlético de Madrid”.