Las adaptaciones al cine de la literatura fantástica de John Ajvide Lindqvist son un ataque de alto impacto. Primero fue Let the right one in, su novela sobre la seducción vampírica entre niñes, con un romance incorrecto sellado con sangre que incluía un retrato de infancia trans, andrógina, con un plano genital que atentaba contra toda la asexualidad de la niñez. Esa película desmontaba los lugares comunes del vampirismo con nevadas noches blancas que se alejaban de la oscuridad literal para brillar en una seducción cristalina, luminosa. 

El paisaje de Border tiene el mismo protagonismo, concentra luminosidad y oscuridad en partes iguales, desde una aspereza bucólica: este cuento de John Ajvide Lindqvist tiene a un bosque rodeado de agua como el punto de fuga de la película, o de la civilización. Esa es la isla bonita de cada protagonista: la empleada de la aduana Tina (Eva Melander) y el misterioso vagabundo Vore (Eero Milonoff). El encuentro entre ambxs es en la frontera que refiere el título de la película: al atravesar la aduana, Vore se cruza con Tina, quien trabaja ahí por su sentido del olfato, que le permite oler la miseria y la podredumbre que porta cada persona. La fisonomías de Tina y Vore coinciden, hay en principio un cierto sentido de la atracción entre iguales, y eso parece ser el inicio de un romance, que se convierte en el primer eje de la película, que se va a ir desarrollando en una relación donde la felicidad, el desconcierto, la amargura, el éxtasis y la repugnancia se mezclan como esquirlas de un mismo sentimiento explosivo.

El primer logro del cineasta sueco-iraní Ali Abbasi es mantener la relación entre Tina y Vore alejada del género drama romántico para acercarla al thriller romántico, porque hay siempre un espíritu inquietante que parece rondar al bosque y a sus criaturas. Pensar el amor como thriller ya es descomponer el romance, pero Border lo ubica en la mejor frontera, en la queer, un poco como el lugar sin límites, ese cuyas reglas van cambiando a medida que el deseo marca caminos inestables, mapas de sangre a corazón abierto. La atracción se puede volver repulsión, y viceversa, es la conquista más personal de este subversivo cuento de hadas y de ogros. Lo de Tina y Vore, entonces, va por los caminos necesarios para cuestionar algunas categorías: como la relación género y genitalidad y, como consecuencia, también los roles de género, en una adhesión con las perspectivas más lúcidas que dan la cultura trans e intersex. En ese sentido, cierto hermafroditismo de los personajes se expresa en una secuencia de sexo como el momento lírico más emocionante y extraño del relato, con mucho de animal-vegetal, como una poesía de la genitalidad fantástica, extraña; es de una ternura porno que parece crear su propia categoría de lo obsceno sublime. Ese solo momento bastaría para ubicar a Border entre lo más vibrante de la pasión queer, pero hay bastante más: como un relato de la ciencia como forma de exterminio de cuerpos que no encajan, o imágenes que nos ayudan a pensar las políticas del aborto, la adopción y la procreación, entre otros conflictos donde también se tensa el sentido ético del monstruo. Y si bien la película se encolumna en un género fantástico a partir de la identidad de sus personajes, el realismo que se logra (desde los efectos de maquillaje hasta las locaciones naturales o el uso del tiempo real) provoca que los cuerpos y las escenas sean más cercanos, casi palpables, y que den muchas ganas de acariciar al monstruo que somos.