“Me parecía que vivían juntos en un dique lleno de grietas que había que ir constantemente rellenando para posponer el día en que terminaba por ahogarlos”. Eso responde Nicolás a su psicóloga del neuropsiquiátrico cuando le pregunta cómo veía a los adultos siendo un niño. El cuento se llama “Junto a un dique” y acertadamente da nombre a esta colección de relatos que reúnen personajes que intentan hacer algo con las fallas de sus vidas. Nicolás recuerda ahí, en su sesión diaria, cómo de niño lo obsesionaba construir una trampa para las hormigas que preocupaban su madre. La vida se le iba en ver a su madre feliz. ¿Qué es la locura sino el intento de torcer una realidad dolorosa? Y en ese punto, ¿quién está a salvo? Acaso, Junto a un dique opere como metáfora para poder definir este libro de relatos de Marcela Fernández Vidal, nacida en Santiago de Chile, profesora y Licenciada en Letras quien también publicó la novela Nociones de amor (Ediciones Nuevos Tiempos, Buenos Aires, 2009) y junto a la periodista Analía García, el libro de investigación Pirí: Testimonios sobre Susana Lugones (Ediciones de La Flor, 1995).

La hija vuelve a buscar (arrepentida de haberla donado) la máquina de coser de su madre muerta. El ladrón se convierte en ángel. Una pasajera contempla a un hombre raro en una estación de trenes y eso la libera de su obsesión por los horarios. Un viajante de productos de limpieza conversa con una mujer en el casino y a pesar del deseo, no logra cumplir con lo que promete. La cantante de tango pelea por el primer puesto en esa radio de pueblo. Al empleado de una empresa informática lo envían a un curso en París que será determinante para su vida. Alguien por fin, logra entrar a una casa familiar llena de secretos. 

Así de variados son los personajes y temáticas de Junto a un dique. También hay multiplicidad de registros narrativos y voces. Los relatos transcurren en paisajes reconocibles que van desde La Biela, los bosques de Ezeiza o la City porteña, pueblos de interior y parajes aislados. Las situaciones, en apariencia, anodinas y cotidianas, dejan entrever algo más profundo. Un ejemplo de esto es “Fascinación” (quizás el relato más logrado), donde se cuenta cómo cambia la vida de una chica y su familia ante la llegada de la televisión a la casa. Más allá de la anécdota sobre la irrupción de la tecnología –que puede valer de paralelo al uso del celular hoy– aquello de lo que se habla, es del ingreso a la vida adulta. La niña protagonista del cuento, gracias a conectarse con algo más allá de lo familiar, pierde el miedo, comprende el detrás de escena del mundo y logra dejar atrás lo asfixiante de la endogamia. Un efecto similar logra “Sólo el sonido del mar”, en el que Manuel, ante la visión de una mujer muerta a la orilla del mar en San Clemente, logra poner en cuestión los dichos de los adultos y se hace hombre. 

Sin embargo hay otros relatos que a pesar de condensar una gran carga dramática, quedan detenidos en su desarrollo impidiendo que la historia crezca en simbolismo. Es el ejemplo de “Las gallinas ciegas” en el que un grupo de jóvenes hace una salida al aire libre y se topan con algo tan inesperado como amenazante. El relato alude de manera indirecta a la dictadura y la complicidad civil. Ahora bien, el narrador no solo pareciera detenerse frente al abismo del conflicto (“el reencuentro merecería otro relato”)  sino que irrumpe en la narración para reflexionar de manera personal: “Hoy creo que me conmocionó la juventud de esas voces, tal vez tan jóvenes como las nuestras, y la solidez y liviandad a la vez con que se referían a una cierta misión cuyas implicancias entonces ignoraba por completo”.

Junto a un dique logra presentar una vidriera de situaciones y personajes que parecen esperar allí, sobre ese dique resquebrajado, alguna salvación posible.