Guillermo Arrom, guitarrista

“Todavía estábamos grabando Téster de violencia cuando nos fuimos para Córdoba de madrugada. Era invierno y el micro no estaba preparado para llevar equipos y personas. Por eso le habían quitado todos los asientos, excepto las tres primeras filas. Llevábamos de todo porque íbamos a tocar en Atenas, en Córdoba Capital. Tenía una calefacción con un sistema muy precario: una especie de cocina con llama a gasoil que distribuía el calor por unos tubos. Pero todos los tubos estaban tapados por equipos, excepto los dos de adelante, que ocupábamos Luis y yo, de donde salía casi una llama. Bueno, el tema es que paramos en la banquina en el kilómetro 444 de la Ruta 9, en Marcos Juárez –lo recuerdo así porque justo ahí estaba el mojón que indicaba el kilómetro 444–, para abrir el buche y apagar la calefacción. Pero entró viento y se prendió fuego el asiento mío y el del Flaco, que por suerte ya habíamos bajado. Lo primero que ardió fue mi mochila. Se fue incendiando todo hasta que explotó la garrafa que teníamos para el mate. Enseguida llegaron los bomberos y bajaron cosas, pero no se salvó casi nada. Ahí mismo Luis planteó si volvíamos o si seguíamos viaje para empezar a recuperar todo lo perdido. Y decidimos seguir viaje. La Mona Giménez nos mandó su micro y su sistema de sonido. También nos ayudaron otros músicos. En la espera a que llegara el colectivo de la Mona, empecé a tirar cosas en el fuego. Lo primero que agarré fue un walkman quemado. Agarré teclados, a los aros de la batería los empecé a colgar de un cardo enorme que había ahí cerca porque era como un descampado. Al principio me miraban como diciendo ‘Mirá lo que hace este boludo’. Parecía un árbol de navidad con todas las cosas quemadas, hasta que de pronto Luis empezó a agarrar algunas y luego se sumaron el Mono y Jota y entre todos hicimos una especie de tótem. No teníamos cámaras de fotos, no hay imágenes de eso. Tiempo después leí un reportaje que le hicieron a Luis, dijo que hacer eso había exorcizado la mala onda del fuego. 

¿Qué guitarra perdiste en el incendio?

Una Ibanez roja y lo último que hice con ella fue el solo de ‘La bengala perdida’”.

Juanjo Carmona, productor

“Una noche Luis nos hizo mover el horario de inicio de uno de los shows de San Cristóforo en La Plaza. Ya teníamos las entradas vendidas y el horario publicado en todos lados, pero él quería arrancar antes porque ese mismo día estaba tocando Björk en el Teatro Opera. Estábamos a seis o siete cuadras pero los horarios coincidían y Luis quería verla porque era el momento de mayor enamoramiento con su música. Era el momento de Homogenic, un disco muy power. Tuvimos que hacer toda una movida para que la gente ingresara lo más rápido posible, él acortó la lista de temas esa noche, lo esperamos con una camioneta en la puerta del estacionamiento y salimos corriendo para poder ver los últimos temas de Björk en el Opera. Algo que muy poca gente sabe es el encuentro entre Luis y ella que organizamos en los camarines. Me acuerdo que cuando Luis la vio se arrodilló, como si estuviese enfrente de una diosa hindú o de un gran buda. Le hacía reverencias como si la diosa fuese Björk, que seguramente algo de eso tiene, pero el más dios de todos siempre ha sido Luis Alberto. Era una devoción tal la que sentía Luis por ella que me causaba mucha impresión”.

Daniel Colombres, baterista

“Mi participación en las presentaciones de Pelusón of milk fue de siete u ocho meses. Yo estaba en plena gira con Fito Páez haciendo El amor después del amor, viajando por varios países. En un descanso de la gira me llama Luis y me propone hacer estos meses de laburo y las presentaciones en el Gran Rex. Como Luis era muy amigo de Fito, se pusieron de acuerdo. Para mí tocar en el Gran Rex con Luis fue un regalo de Dios. Había nacido su hijita Vera y venía a mi casa, prendíamos el hogar, hacíamos asado. También me invitaba a su casa y cocinaba comida mexicana. Además de tener una relación musical no muy larga de shows en vivo, creo que fui su amigo y realmente lo conocí.

También fuiste uno de los asistentes a la famosa cena de los miércoles en Iberá.

–Claro, un día me dijo ‘Voy a empezar a hacer unas reuniones los miércoles para que Machi vuelva al ruedo’. Machi había tenido una desgracia muy fea, y de a poco, y creo que gracias a ese gesto de Luis, pudo empezar a salir, a venir con amigos a comer los miércoles a lo de Luis. Venía Pomo, Tangalanga, Javier Malosetti, el Negro González, Rodolfo García que traía ese ají picante que parecíamos Piñón Fijo, una cosa increíble. Y gracias a eso Machi pudo asomar la cabeza a la vida de nuevo. Nos reíamos mucho. Yo llegaba a mi casa y me dolía la mandíbula de tanto reírnos. Luis es un tipo muy gracioso, la inventiva que tiene con el Turco Dylan. Era descostillarse de la risa, moríamos, nunca más me volví a reír como en aquella época, no sabés cómo hace falta eso”.

Graciela Cosceri, entrenadora vocal

“Luis no era un diamante en bruto que había que pulir, él ya estaba pulido. Para mi nació pulido, las voces de todos sus discos son impecables. La única vez que tuvo un entrenamiento vocal fue cuando hizo Estrelicia en Miami, le pusieron una entrenadora vocal como un servicio más de la producción que él quiso tomar para poder cantar en óptimas condiciones en el unplugged. Después se quedó muy pegado con ese entrenamiento y el Mono Fontana, que es mi amigo, le dijo que yo utilizaba el mismo método con el que había entrenado en Miami. Por eso también los Kuryaki me buscaron y también un montón de músicos de rock. Pero la voz de Luis nunca fue un diamante en bruto, lo que necesitaba eran herramientas para poder mantenerla fresca y joven toda su vida. Algo que creo que se notó en Las Bandas Eternas: cinco horas y pico y él cantando sin parar, fue tremendo”.

Nico Cota, multiinstrumentista

“El unplugged para MTV fue un disco bastante simbólico porque era la primera vez que Luis revisaba su obra. Volvía a tocar temas como ‘Durazno sangrando’ por ejemplo, canciones de un catálogo anterior que hacía años que no tocaba. Estaba bastante negado con tocar esas cosas. Tanto para él como para todos nosotros era bastante especial que se preparara para tocar canciones como ‘Durazno’ o ‘Laura va’ con un arreglo de cuerdas. Era como reencontrarse con su primera música, con discos de otros años, Luis era bastante reacio a tocar todo aquello. El grito en sus recitales de ‘tocá ‘Muchacha’’ y Luis poniéndose de mal humor, un clásico. ‘Tocá ‘Mucama’’, respondía a veces. Luis decía que ese viaje a Miami y tocar ese repertorio fue como hacer las paces y reencontrarse con un montón de cosas de su vida, tanto humanas como musicales. Estaba muy emocionado, muy sensibilizado y conmovido con todo lo que estaba pasando, también con el buen humor que iba y venía... Luis era un tano bravo también”.

Mario Pototo D’Alessandro, odontólogo

“La primera versión de ‘Tema de Pototo’ la grabó Luis antes y la publicó en un simple. Ahí la escuchó Favio y le pidió permiso a Luis para hacer su versión y agregarle el subtítulo ‘Para saber cómo es la soledad’ porque a Favio le habían matado a un amigo, Carlos. La cana le mató a un amigo y por eso de algún modo le grabó el tema. Pero le pidió disculpas a Luis por cambiarle el título al tema y también algo de la letra.

Probablemente a Luis no le hizo mucha gracia aquello.

–Posiblemente no, pero lo que sí le hizo mucha gracia fue la cantidad de discos que vendió Favio con su canción. Él me decía que nunca cobró tanto de derechos de autor como cuando Favio grabó el ‘Tema de Pototo’. Más allá de que cantando puede gustar o no, Favio fue un capo total y como cineasta fue grandioso. Luis compró sus primeros equipos más o menos respetables con la guita que ganó por regalías por esa versión de Favio”.

Juan Del Barrio, tecladista

“Me acuerdo de todo el proceso de grabación de Alma de diamante, tengo memoria fotográfica. Nos encontrábamos a las 10 de la mañana, eran los primeros ensayos de Jade. Íbamos a lo de Luis que estaba viviendo en Palermo Viejo, en la calle Ravignani. Nos íbamos con Pomo hasta allá, boludeábamos un poquito y nos subíamos al Ford Fairlane de Spinetta, la lancha, era de color clarito, un transatlántico con ruedas. Íbamos a ensayar a Villa Adelina, a la casa de Lito Vitale. Los primeros temas que ensayamos fueron ‘Sombras en los álamos’, ‘Dale gracias’ y ‘La diosa salvaje’. Como íbamos desde lo de Spinetta a lo de Lito, o sea desde Palermo a Villa Adelina, teníamos que atravesar toda la zona de Cabildo. La cuestión es que para no ir por el medio del tránsito, que a la mañana era un caos, íbamos por una calle lateral, por un atajo, que era la calle Amenábar. De ahí salió la canción, de esos viajes que hicimos durante varios meses”.

Lito Epumer, guitarrista

“El título del disco Madre en años luz calculo que tiene que ver con el grupo Madre Atómica. Yo nunca preguntaba nada pero él conocía todo lo que hacíamos porque iba siempre a vernos. Esa formación de Jade fue con Pomo, César Franov, el Mono y yo. Los ensayos eran en Castelar, donde vivía Luis en esa época. Guardo un hermoso recuerdo porque eran ensayos monumentales, de dos de la tarde a diez de la noche. Era como la colimba, pero así sonaba el grupo. Prácticamente convivíamos de lunes a viernes. Tocábamos músicas de todas las épocas de él. Con el Mono, que éramos cholulos de Luis, le decíamos de tocar todos sus temas viejos y él no quería, obviamente, como siempre fue Luis. Pero bueno, eso le ha pasado a todos los músicos que tocaron con él, de pedirle tocar sus grandes clásicos. Cuando llegó el momento de la grabación había mucha música, ya existía una lista de temas pero él compuso un montón de canciones faltando poco tiempo para empezar a grabar y se cambiaron muchos. También sobrevino un pequeño entredicho entre Pomo y Luis y fue una pena porque finalmente se grabó todo con máquinas, Pomo solo tocó en ‘Diganlé’. De haber sido grabado todo con batería acústica ese disco hubiese sido todavía más increíble, a mi me gustaba mucho más con Pomo”.

Roberto Mouro, letrista

“Luis venía mucho a mi casa y un día viene con una guitarra que él le decía Standel pero es una Hagström. La dejaba en mi casa porque cada vez que venía a cenar agarraba esa guitarra, como para tener algo con lo que tocar. Y resultó ser que esa guitarra era la que usó en Artaud para grabar ‘Todas las hojas son del viento’. Después a esa Hagström se la prestamos a Cerati cuando grabó ‘Bajan’. Luis me la pidió prestada –él me la pidió prestada a mí– para prestársela a Cerati. Y una vez que Cerati se la devolvió Luis me la llevó otra vez a mi casa. Y yo le decía ‘Mirá Luis, esta es tu guitarra’. Y me dice ‘Esta guitarra es tuya’. Y es así que al día de hoy está en el living de mi casa”.

Marcelo Novati, baterista

“Al lado de Luis aprendí de todo. Cuando sos más chico pensás que son estrellas inalcanzables, que andan en coches caros y viven una vida de lujos. De golpe te topás con un tipo normal, con sus hijos, en su estudio componiendo una música increíble y te das cuenta que es como un trabajo normal, más allá de lo que en general puede pensar la gente. Acá vi un tipo conectado con su familia. Siempre nos causaba gracia porque a veces me llevaba a casa en su Toyota Celica y en el estéreo solo se escuchaban los casetes de Tangalanga. Claudio Cardone había bautizado a su estéreo never music porque estaba con Tarufetti todo el tiempo”.

Marcelo Torres, bajista

“En aquel momento Luis no vivía en el estudio, solamente había una cocina y allí era el lugar de encuentro, donde se hablaba de todo y adonde Luis se llevaba su guitarra acústica y seguía tocando mientras charlábamos. Estando al lado de Spinetta no me iba a perder esas cosas y le pedía temas todo el tiempo, que me los cantara para mí. El Tuerto Wirtz también le pedía. En ese sentido Luis se brindaba al máximo, si tiene ganas de tocar y cantar, le pedías y arrancaba. Yo justo estaba escuchando mucho Fuego gris y le decía: ‘Luis, ¿cómo era este tema?’. Y él arrancaba. O le preguntaba por algún acorde, era una manera de llevarlo a otras músicas fuera del repertorio que estábamos haciendo. Incluso tengo el recuerdo inolvidable de Luis en mi casa tocando en mi cumpleaños. Vino con la guitarra, cosa que me sorprendió: imaginate que yo no le podía decir a Spinetta ‘Luis, traete la guitarra’. Pero vino con la acústica y se tocó unos cuantos temas, ¡increíble! Yo vivía en un primer piso con un balconcito, y en un momento me asomo y veo que se había juntado gente para escucharlo a Spinetta en la calle. Cosas inolvidables de una persona como pocas en el planeta”. 

Ana Spinetta, hermana

“En la casa de Arribeños jugábamos mucho, sobre todo Luis y yo, ya que a Gustavo le llevo seis años. Jugábamos a todo, jugábamos mucho a la pelota, yo tenía juegos de varón con él. Lo hacíamos en el comedor de mi casa, yo era arquera y no rompimos nunca un vidrio y eso que en mi casa había unos cuantos y bien grandes. La casa tenía los techos altos, las puertas altas, y había vidrios enormes, pero nunca rompimos ninguno. Teníamos la idea de un taller, donde él era Farulo y yo era Rulo, y arreglábamos cosas, nuestra principal clienta era una señora que se llamaba Doña Cata, que era una hincha pelotas, ¡siempre te venía con algún arreglo! El tema era que a veces le podíamos arreglar las cosas y otras no, y ahí la sacábamos corriendo. Eran todos juegos de siesta y éramos sigilosos ya que mamá dormía la siesta y mi viejo laburaba. En ese mismo taller un día nos pusimos a intentar fundir los soldaditos de plomo para hacer otras cosas.

¿Quién habita la casa de Arribeños en la actualidad?

Mi hermano Gustavo y yo, y está impregnada de esos momentos increíbles de nuestra vida familiar, de ese amor fraternal. Me hace muy bien estar en Arribeños”.