“La tierra es madre. La madre es una estrella viva, palpitante, que reclama a aquellos que la puedan escuchar. Se mueve, y con nuestros pies vibramos juntos. Juntas. Piel a pies. Pies que danzan y reclaman lo caminado por generaciones”. Así comienza el escrito de Mardonio Carballo, en la contratapa del bellísimo libro Flores en el Desierto. Mujeres del Concejo Indígena de Gobierno, realizado por un equipo coordinado por la periodista mexicana Gloria Muñoz Ramírez. 

El libro trae las historias de vida de diez mujeres, integrantes del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), estructura creada por el Congreso Nacional Indígena para visibilizar sus luchas y llamar a la organización de los pueblos, cuando con el apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, se lanzó en el 2018 la candidatura electoral de una mujer indígena, Marichuy. En ese proceso, muchas mujeres fueron organizadoras de un intenso diálogo, que lejos de buscar los reflectores del poder, intentaban alumbrar los caminos de los pueblos.

Gloria Muñoz Ramírez es directora de Desinformémonos, un espacio alternativo de información, que desparrama por el mundo, con gran cuidado y respeto por los procesos “de abajo y a la izquierda”, las luchas de los pueblos. Es también columnista de La Jornada, y editora de Ojarasca, suplemento de ese periódico. 

Como otros y otras periodistas en México, Gloria ejerce un oficio de alto riesgo. México es uno de los países más peligrosos para quienes buscan decir “la palabra verdadera”. En numerosas oportunidades Gloria fue amenazada, y a fines del 2015 desconocidos ingresaron y revolvieron su domicilio, para amedrentarla y agredirla. No retrocedió frente a los ataques, porque comunicar, dice, es su modo de resistir y de vivir. 

En su viaje al sur del mundo, ha ido compartiendo las historias de algunas de las flores que saben crecer en el desierto. Tuvimos la oportunidad de preguntarle sobre los secretos que guardan esas flores que deciden abrirse paso en territorios y tiempos hostiles. Los secretos, secretos son. Así que aquí solo podemos aproximarnos a su magia, y a constatar que las flores del desierto, están teñidas del hacer comunitario, de los bosques ancestrales y los ríos, del latido de las semillas, y de la tierra que las abriga.

Dice Gloria en la introducción del libro: “Este libro presenta sólo 10 historias. Son ellas, sus pueblos y sus luchas, en representación de muchas más, incluidas las no indígenas. Flores contra el mal, en tierra que se piensa infértil. Si su voz es nuestra voz, también nuestro es su destino”.

En este viaje al sur del mundo ¿cómo sentiste que esas historias dialogaron con otras flores que crecen en territorios distantes? ¿Cómo viviste tu regreso a la Argentina?

–Este es el segundo recorrido que realizo por distintas partes de Argentina presentando un libro. Y hoy, como hace 14 años, me encuentro con mucho interés por México y sus luchas. Sé que la gente aquí está muy informada, pero no deja de sorprenderme el grado de conocimiento que hay sobre la coyuntura actual mexicana y el interés que hay por las luchas por el territorio y por las luchas que estamos dando las mujeres. A las presentaciones que tuvimos en Buenos Aires, Córdoba y Rosario asistió gente que trabaja en proyectos de educación popular, del movimiento feminista, de Ni Una Menos, compañeras de las villas, migrantes. Destaco la presencia de las compañeras mapuche Isabel Huala, mamá de Facundo Jones Huala, y de Ivana Huenelaf, con quienes la resonancia y el diálogo fue muy profundo, por las coincidencias en los procesos de reivindicación del territorio y la participación de las mujeres en los mismos. Llegué con unas ganas enormes de conocer el lugar de origen de la marea verde, pues el 8 de marzo pasado inundamos las calles de México con los mismos pañuelos, que reivindican no sólo la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, sino la lucha frontal contra el patriarcado y las múltiples violencias contra las mujeres. Venir aquí y ver su complejidad, su apertura, sus retos, fue sumamente importante, sobre todo porque en México y en muchas partes del mundo estamos volteando al sur para fortalecer nuestras propias luchas. Otra cosa que no puedo pasar por alto es la resonancia que sigue teniendo el zapatismo en estas tierras, el eco del encuentro de mujeres en Chiapas, la inspiración que continúa teniendo este movimiento en diversos movimientos sociales, sobre en todo en jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando el levantamiento zapatista de 1994. Muchas mujeres preguntaron sobre los motivos por lo que se canceló el segundo encuentro y lo que significa la construcción de un tren maya en territorios indígenas.

Sobre el megaproyecto del tren maya, ¿qué significa para la vida de los pueblos indígenas?

–El tren maya es uno de los principales proyectos del nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Hay megaproyectos a los que les da continuación en otras partes de México, pero el tren pertenece a su administración. Es un proyecto que inició López Obrador con una consulta anticonstitucional que no se realizó a los pueblos afectados, sino a cualquiera que quisiera votar, y cuando aún no tomaba posesión, es decir, siendo presidente electo. Después, ya en funciones, le dio inicio con la realización de un ritual indígena en el que supuestamente le pidió permiso a la Madre Tierra para echarlo a andar. No consultó a los pueblos mayas para su realización, y después impostó una ceremonia, sin tomar en cuenta a los pueblos que se han pronunciado con su rechazo. De manera categórica, los pueblos mayas zapatistas han dicho que no permitirán su construcción, pero no sólo ellos, sino también diversos pueblos de la Península de Yucatán se han manifestado abiertamente en contra. El rechazo a esta imposición tiene múltiples aristas. El tren maya tiene prevista una ruta ferroviaria de mil quinientos kilómetros a través de cinco estados del sur de México: Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Es un proyecto que se anuncia para el traslado de mercancías y para la dinamización del turismo. Se dice que atraerá a más de cuatro millones de turistas extranjeros, y que esto “generará mucha riqueza”. Pero las mujeres mayas alertaron sobre el impacto al medioambiente y el patrimonio cultural, pues aquí se encuentra la biósfera de Calakmul, que es la principal reserva tropical de México y la segunda de América, y la de Sian Kaán. Justo por este proyecto, las mujeres zapatistas anunciaron la suspensión del segundo encuentro de mujeres en su territorio, pues su esfuerzo estará en la lucha contra ése y otros megaproyectos. 

¿Cuál es la explicación de López Obrador para hacerlo?

–Aquí lo importante es señalar que no se trata de una persona. Creo que no hay que personalizar el asunto, sino que estamos frente a un modelo de desarrollo basado en la depredación de los “recursos” naturales, la destrucción de los bienes comunes, que el nuevo presidente continúa. Este modelo pone por encima de la vida humana, de la comunidad y del medio ambiente, la derrama económica que supuestamente traerá la circulación de mercancías y de turistas. La Riviera Maya es un buen ejemplo del modelo que están siguiendo. La oferta presidencial no abarca sólo la adecuación de la vía del tren que ya está, sino todo lo que se desarrollará en sus alrededores: hoteles, spas, emprendimientos inmobiliarios, proyectos eólicos y cultivos industriales, entre otros, en los que los mayas serían maleteros, cocineras, camareras, peones, albañiles, rompiendo la vida comunitaria y el tejido social.

El 24 de marzo es una fecha que tiene resonancia fuerte en la Argentina, y que se enlaza con la historia de México y de América Latina, para empezar con la historia de los genocidios y con la lucha contra la impunidad. Aquí nos impacta mucho los desaparecidos de Ayotzinapa y en todo México, en una supuesta democracia. ¿Cómo lo están viviendo allá?

–Los desaparecidos y desaparecidas es uno de los grandes dolores que tiene México, donde se contabilizan 40 mil desaparecidos, más que los que tuvo la Argentina en la época de la dictadura, pero aquí, como bien dices, en una supuesta democracia, con un grado de impunidad casi total. No hay culpables en la cárcel, y además, desde la presidencia de la República, se pide que las víctimas perdonen. De este tema saben ustedes mucho. Por supuesto que los familiares no sólo no perdonan, sino que siguen buscando y exigen verdad y justicia.  Ante el tamaño de la tragedia, hay un movimiento importante en México de Buscadores. Mujeres y hombres, familiares y acompañantes, que con palas y picos recorren las fosas clandestinas desenterrando restos humanos y exigiendo pruebas de ADN. Hay que destacar que en México cada dos días se localiza una fosa clandestina, y por eso se dice que el país entero es una fosa. Circulan trailers con cadáveres, como el que se encontró en Guadalajara, porque los cuerpos ya no caben en la morgue. A estas familias el actual gobierno federal les ha solicitado que regresen a sus casas, pues el gobierno se hará cargo de la búsqueda. Apelar a la desmovilización de las buscadoras no es un buen comienzo, por lo que familiares y organizaciones han rechazado la propuesta, y seguirán la búsqueda de sus familiares, hasta encontrarles.

En el caso de los feminicidios, ¿cuál es la relación que tienen con el crimen organizado, con el narco y con todo lo que está ocurriendo en México?

–El feminicidio en el país está creciendo de manera alarmante. Hoy son asesinadas diez mujeres todos los días. Apenas el año pasado eran nueve, pero en enero de 2019 se contabilizó el asesinato de 300 en un solo mes. Son cifras que sin duda se relacionan con la guerra impuesta al pueblo de México, que no fue ni es una guerra contra el crimen organizado, sino contra la sociedad entera. De acuerdo con cifras del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, el 70 por ciento de los feminicidas tiene el estatus de desconocidos, y el 30 por ciento de los agresores están ubicados como personas conocidas por las víctimas, mientras que el 20 por ciento los comete la pareja o ex pareja, lo que ubica el problema eminentemente en el ámbito público. Las alarmas sobre el feminicidio en México se prendieron en 1993 en Ciudad Juárez, cuando empezaron a matar en serie a mujeres trabajadoras de la maquila. En estos 26 años sin duda se ha diversificado el crimen, en la medida en la que se incrementó la violencia por las mafias y su vinculación con sectores de las fuerzas armadas. El mismo Observatorio da cuenta del secuestro y asesinato de mujeres jóvenes por grupos que las obligan a vender drogas y luego las matan. También está el asesinato de mujeres para enviar mensajes en sus cuerpos de una banda a otra. A mí me tocó ver en una carretera de Michoacán cuando un grupo armado bajó de un automóvil a unas diez mujeres que venían de una fiesta. Jamás se supo de ellas, pero ni siquiera el caso salió en los medios. Y eso de casualidad me tocó de cerca.

Hablás de un país que es una gran fosa. También se puede ver como un gran desierto. En el libro que presentás, hablás de flores de resistencia. ¿En dónde está la fuerza para que sigan naciendo flores y resistencias a pesar de tanto crimen?

–Se trata de una lucha por la vida. Dejar de resistir en medio de la guerra significa la muerte. Pero además, no se trata sólo de sobrevivir, sino de vivir con dignidad. En el caso de los pueblos, es una lucha por la existencia, pues sin esa lucha clara y organizada, quedan en riesgo de desaparecer. Y esto es literal. ¿Cómo puede vivir un pueblo, un territorio y una cultura con un tren encima? Resistes o desapareces. Hay pueblos enteros en todo México en los que los hombres y mujeres tienen tres opciones ante el embate de las mafias y de las empresas transnacionales: se incorporan a algún sector del crimen organizado, migran a los Estados Unidos o se refugian en otra comunidad, o son asesinados. La cuarta opción es resistir de manera organizada. Es decir “nos quedamos, nos organizamos y resistimos”, como en el caso de Cherán, en el estado de Michoacán, y de muchas otras experiencias que se dan el país. El libro que estamos presentando da cuenta de esta organización desde la mirada de las mujeres indígenas, que finalmente son las guardianas del territorio.

Es el caso de los pueblos, pero hay sectores que no tienen comunidad, como las –y los– periodistas, que también están siendo asesinadas.

–Tenemos una necesidad enorme de comunidad y de organizarnos en redes. Nos juntamos y debatimos, pero la verdad es que poco hemos logrado, pues nos siguen matando. Tan solo en lo que va del actual sexenio (tres meses) han sido asesinados cuatro colegas, con la mayor impunidad. Seguimos tan vulnerables como al principio, y México sigue siendo el país con más riesgos para ejercer nuestra profesión en todo el continente y en los primeros lugares de todo el mundo, solo por debajo de países que están en guerra abierta. Aquí hay que recalcar que hay violencias específicas a las mujeres periodistas, por el hecho de ser mujeres. A nosotras nos cuesta más trabajo que se vincule el asesinato, las amenazas, el allanamiento o el espionaje a nuestro trabajo periodístico, pues primero investigan si no se trata de un triángulo amoroso, por ejemplo, o de un “crimen pasional”.

En tu caso personal ¿cuál es la apuesta para seguir haciendo lo que hacés?

–La vida, sin duda. No ponemos estoicamente el cuerpo como prenda, nos cuidamos y procuramos no poner en riesgo fuentes, familia y a una misma, pero no hay manera de dejar de contar. Es una trinchera elegida. En mi caso, escribir y contar es lo que medianamente puedo hacer. A veces me gustaría ser médica o abogada, pero soy reportera, y escribo para resistir, siguiendo la máxima de una inspiración para nosotras que es John Berger, quien nos dice que la resistencia está en saber escuchar a la tierra. Eso intentamos.