“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco. Burgos, 1º de abril de 1939”. La voz del locutor anunció por radio que culminaban casi tres años de contienda bélica. Las dos Españas volvían a ser una bajo la sombra de Francisco Franco. Horas antes, lo que quedaba del gobierno republicano abandonó Madrid rumbo a la costa del Mediterráneo para dejar un país que quedaba en manos del fascismo por la vía militar. España estaba arrasada después de una guerra de medio millón de muertos y con Franco erigido como dictador hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975.

Exactos cinco meses después de la caída de Madrid, la Alemania nazi invadió Polonia y comenzó la Segunda Guerra. España había funcionado como prólogo de la nueva contienda, y Hitler pudo probar sus armas en la Península. Tres años antes que los aviones alemanes asolaran Londres, Guernica sufrió el horror de un bombardeo aéreo. La Italia de Mussolini también dio su apoyo a Franco. Del otro lado, los republicanos no contaron con la ayuda de la Unión Soviética, sino apenas con el auxilio militante de las Brigadas Internacionales, que llegaron desde distintos lugares del mundo para defender al gobierno legítimo.

Republicanos y nacionales

Las tensiones acumuladas por cinco años de gobierno republicano, tras la caída de la monarquía en abril de 1931, habían hecho eclosión el 18 de julio de 1936, cuando el alzamiento militar fallido para derrocar a Manuel Azaña, electo por el Frente Popular en las elecciones de febrero. Los militares alzados, espantados por lo que consideraban una amenaza comunista (y tras episodios como el desafío secesionista catalán y la rebelión de los mineros asturianos, ambos hechos en 1934), tuvieron éxito en Andalucía y Aragón, pero fracasaron en puntos estratégicos como Madrid y Barcelona. No había vuelta atrás: la situación se dirimiría por las armas. En esas horas, perdió la vida en un accidente de aviación el jefe de la conjura, José Sanjurjo. El destino colocaba así a Franco al frente de los alzados e instaló su gobierno en Burgos. 

El Generalísimo convirtió la guerra en un conflicto de desgaste. Un asesor militar alemán informó a Berlín que “Franco ignora el concepto de síntesis”. En vez de enfocarse sobre Madrid y terminar rápido con una contienda en la que la relación de fuerzas lo favorecía ampliamente, el Caudillo se dedicó sembrar el terror en poblaciones civiles, que perdieron toda voluntad de pelear. Para abril de 1937, toda interna entre los alzados quedó zanjada cuando el futuro dictador de cuatro décadas promulgó el Decreto de Unificación, que ponía a las fuerzas golpistas a su mando y descabezaba a los grupos de derecha que conspiraron el 18 de julio. Fue un golpe dentro del golpe, el acto fundante de su dictadura. Y un mensaje de unidad hacia Hitler y Mussolini, que así supieron quién mandaba en la España sublevada. Una semana después de la firma del decreto, la Legión Cóndor atacó Guernica.

La unidad monolítica que terminó mostrando el bando nacional tuvo su reverso en los republicanos. Distintas facciones de izquierda se unieron en defensa de la II República, pero por debajo afloraban internas de todo tipo entre socialistas, anarquistas, comunistas y trotskistas. La URSS no se involucró en la guerra y los brigadistas funcionaban como fuerzas irregulares frente a un ejército de línea, el peor organizado de toda Europa, pero con la disciplina y las armas suficientes (más la ayuda de Italia y Alemania) para acabar con la República.

Uno de los mayores momentos de fricción en los republicanos se dio en 1937 en relación al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una fuerza independiente de Moscú, decididamente antiestalinista y con alguna influencia trotskista. Su líder, Andres Nin, desapareció tras ser arrestado en mayo por parte de oficiales republicanos en Barcelona. La capital catalana fue escenario de un conflicto interno, dirimido con casi mil muertos, entre republicanos y anarquistas, que quisieron saldar a los tiros diferencias previas a la guerra en vez de enfrentar al enemigo común, el ejército de Franco. 

Derrota y dictadura

En ese contexto de disgregación republicana, la guerra de desgaste de Franco surtió efecto, aunque la extensión del conflicto se alargó más de lo previsto ante la inesperada ofensiva del valle del Ebro. La República quemó las naves en la segunda mitad de 1938, en lo que significó el mayor despliegue de tropas desde el comienzo del conflicto. Tras el cruce exitoso del Ebro, en julio, los republicanos perdieron la iniciativa y el resultado final de la guerra quedó sellado. Casi al mismo tiempo, Inglaterra y Francia, prescindentes durante el conflicto, cedieron a Hitler los Sudetes en Munich. La derrota republicana ya era cuestión de semanas.

El conde Ciano, canciller de la Italia fascista y yerno del Duce, anotó en sus diarios: “Mostrando el Atlas abierto en la página de España, Mussolini me dijo: ‘Estuvo abierto aquí durante tres años; ahora, ya basta. Pero ya sé que lo tengo que abrir en otra página’”. España era el triunfo militar del fascismo, que presuponía una Europa a sus pies. 

“Este hombre no tiene prisioneros de guerra: tiene esclavos de guerra”, decía el despacho enviado a Berlín que informaba, no sin espanto, acerca de la mano de obra que Franco utilizó para erigir el mausoleo del Valle de los Caídos: una celebración tenebrosa de su victoria militar, la que según el dictador devolvía a España a la senda de grandeza imperial perdida con las últimas colonias americanas. 

La única victoria militar del fascismo condujo a una larga dictadura que sobrevivió a 1945 y a los socios de Franco, por obra y gracia de la Guerra Fría. Cientos de miles se exiliaron y España siguió como un país atrasado y atravesado por la represión de un estado totalitario. Franco inauguró su tétrico mausoleo en 1959 y lo habita desde 1975. Dos años después, en vísperas de las primeras elecciones libres desde 1936, Adolfo Suárez disolvió la Secretaría General del Movimiento, último andamiaje franquista. Fue un 1º de abril. El País usó un título que recordaba al parte final de la guerra: “1º de abril: el Movimiento ha terminado”. El yugo y las siete flechas, el equivalente franquista de la cruz esvástica, dejaron de ser parte de la vida española. El 10 de junio de 2019 es la fecha para terminar con la necrofilia que rodea el cadáver del dictador. Ese día se prevé su exhumación del Valle de los Caídos para ser llevado al cementerio de El Pardo.