“Movete un poco, parecés una planta”, le dice el jefe de manera despectiva al cadete recién ingresado. “En el futuro va a dar sus frutos pero está muy verde, todavía le falta, necesita echar raíces”, se escuchan los murmullos en la platea de la Bombonera ante el debut de la joven promesa. Las plantas protagonizan nuestros peores descargos, componen metáforas poco felices y, también, sirven de adornos para embellecer nuestras casas, pero no las vemos. No podemos verlas en toda su complejidad: pocos saben que surgieron hace más de 500 mi- llones de años y que existen investigadoras tan fascinadas en la comprensión de su comportamiento que, según argumentan, ven la realidad un poco más verde que el resto de los mortales. Una de ellas es Gabriela Auge, doctora en Biología Molecular (UBA), biotecnóloga (Universidad Nacional de Quilmes) e investigadora del Conicet en el Laboratorio de Biología Molecular de Plantas del Instituto Leloir. En esta ocasión, describe en qué consiste la “ceguera a las plantas”; explica cómo se comunican e intercambian información valiosa; y señala cuál es el rol de las semillas, nobles centinelas que registran cuanto evento ocurre en el ambiente. 

–¿Por qué estudió biotecnología?

–En un principio me interesaba la genética pero mis padres no quisieron que fuera a estudiar a Misiones, porque iba a estar muy lejos y era bastante joven. Como vivía en San Nicolás (norte de la provincia de Buenos Aires) decidí instalarme en el sur, en casa de mis abuelos, para cursar biotecnología en la Universidad Nacional de Quilmes. Cuando en 1997 conocí la institución me enamoré. Si bien iba a dedicarme a los virus y el desarrollo de vacunas, luego ocurrió algo que cambió mi perspectiva para siempre.

–¿A qué se refiere?

–Asistí a un curso sobre fisiología vegetal que daba Guillermo Santamaría y quedé maravillada. Hasta ese momento no lo sabía pero me fascinaban las plantas, así que no lo dudé un segundo: desde aquel momento me propuse especializarme e intentar conocer al respecto. Ahora estoy todo el día pensando en ellas, tengo una especie de obsesión; tanto que agoté por completo a mi marido que ya no sabe qué decirme, pobre. Lo que sucede es que el ser humano tiene ceguera a las plantas.

–¿Qué quiere decir? ¿No las vemos?

–Estamos tan acostumbrados a verlas en todos lados que, a veces, pareciera como si fueran muebles, meros adornos; y la verdad es que hacen tantas cosas que ni nos damos cuenta. El simple hecho de que germinen, comiencen a echar raíces y puedan vivir decenas o centenas de años me resulta un hecho formidable. Son menos quejosas: nosotros sentimos calor, protestamos enseguida y salimos corriendo a una habitación con aire acondicionado, pero ellas no pueden. Entonces, desarrollan otras estrategias para recuperar el equilibrio dañado. Y, después, por otro lado, están las semillas, un universo paralelo. 

–Esa es su especialidad.

–Sí, claro, investigo cómo las semillas perciben el ambiente y toman la decisión de germinar o no. Las plantas poseen un sistema muy sofisticado con fotoreceptores que les permite advertir lo que ocurre alrededor, a partir de las distintas longitudes de luz (de hecho, tienen la capacidad de “ver” desde el infrarrojo hasta el ultravioleta). El rojo y el “rojo lejano” son especialmente importantes para ellas porque los utilizan como fuentes de información; les permite saber, por caso, si tienen vecinas.  

–Vecinas que compiten en el mismo escenario por absorber la luz. 

–Cuando absorben luz realizan la fotosíntesis y producen los azúcares que los seres vivos del planeta comemos. En una comunidad vegetal densa, se encuentran obligadas a acomodar su desarrollo para estirarse más en forma vertical y pasar por arriba de las otras plantas, o bien, para acelerar el proceso de florecimiento y dejar descendencia con velocidad. En las semillas, al mismo tiempo, se concentra mucha información necesaria que, de acuerdo al contexto, regula su germinación. Me concentro en analizar las bases moleculares que están involucradas en la respuesta a la calidad de luz en semillas de tomate y chamico (arbusto silvestre que invade cultivos de soja). Existen ciertos genes que regulan el tiempo de floración y germinación, de modo que transportan información desde la planta a la semilla.

–¿Información que se transmite de generación en generación? 

–Las semillas poseen tres fuentes de información: su propio ambiente (saben si están debajo de otras plantas; qué momento del día es; cuántos nutrientes hay en el suelo), la genética (datos que heredan de su linaje); y pistas no genéticas que la “planta madre” le suministra a “sus hijas” que las ayuda a saber cuándo deben germinar. Vayamos a un ejemplo: imaginate que sos una semilla, hoy hace 20°C y te enfrentás a una longitud del día de aproximadamente 12 horas porque recién comienza el otoño. Rápidamente, uno podría pensar que las mismas condiciones podrían desarrollarse en un día común de primavera. De modo que siendo semilla podrías confundirte fácilmente e intentar germinar, pero no lo hacés, porque tenés información del ambiente que te brinda premisas respecto del contexto estacional en que estás. 

–Como ocurre con los perio- distas, las semillas requieren de varias fuentes para saber cómo actuar. ¿Por qué examina la germinación?

–Porque es el proceso más importante: una vez que germinan ya no hay retorno. Es central, además, para comprender cómo se producen los pasajes de información entre las plantas y las semillas que, entre otras cosas, disponen de todo el potencial para constituir un nuevo individuo. Como si fuera poco, mientras las plantas son semillas pueden ser trasladadas –son nómades–; en cambio, cuando echan raíces la situación cambia. En la historia, han evolucionado de maneras bien diversas: algunas adquieren formas bien excéntricas; otras se pegan a los animales; y están las que deben ser digeridas por seres vivos para conseguir ser desechas en otras latitudes.

–¿Cómo investiga?

–Desde el fitotrón del Instituto Leloir, un laboratorio equipado para estudiar las condiciones físicas y químicas en las que se desarrollan las plantas. No es lo mismo que examinarlas en un escenario silvestre, pero es necesario que así sea porque son muchas las variables que debemos tener en cuenta, controlar y supervisar. Esta diferencia entre los espacios (los naturales y los artificiales), en parte, también puede ser saldada a través de programas computacionales de simulacro que se acercan muchísimo a la realidad. 

–¿Para qué investigarlas?

–Por muchísimas razones. De hecho, todas las interacciones que realizamos a diario tienen componentes vegetales. Desde el buzo que uno se pone (algodón), hasta la ensalada del mediodía y la carne de la noche (animal que debió alimentarse previamente). Estudiar a las plantas y semillas, nos brinda herramientas que podemos utilizar en el manejo de bosques y localizar las mejores especies para las tareas de reforestación; nos ayuda a mejorar las comunidades vegetales naturales a partir de cruzamientos tradicionales y edición génica; y, como resultado, conseguir una mejor eficiencia. Por ejemplo, entre otras cosas, realizo una colaboración con un equipo de Japón para analizar los pasajes de información vinculados al arroz-maleza (un cultivo que si bien se comporta como el arroz crece como maleza y afecta la cosecha). En Asia se generan pérdidas económicas muy significativas.

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