El colectivo “La vacante es un derecho” está conformado por unas treinta familias que atravesaron o atraviesan esa problemática. Y brindan contención y asesoramiento a otras familias. “El 80 por ciento de las integrantes somos mujeres, madres pero también tías o abuelas. Las que salimos a pelearle la vacante al Estado somos las mujeres”, destacó en diálogo con Página/12, Micaela López Rodríguez, una de las fundadoras. Es docente, tiene 33 años y un hijo. López Rodríguez encabeza una familia monomaternal, donde ella es único sostén del hogar. “En este contexto, en el año 2015 realmente necesitaba que mi hijo apenas nacido fuera a una institución estatal para iniciar su escolaridad temprana, porque lógicamente hay que salir a trabajar para sostener a la familia. En noviembre de ese año me notificaron que había quedado fuera del sistema escolar. A través de grupos de Facebook y de diferentes instancias online me contacté con otras familias en la misma situación y con seis compañeras nos encontramos a mediados de diciembre para apersonarnos en el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires y empezar lo que no sabíamos iba a ser un camino de reclamos que nos iba a llevar finalmente a formar el colectivo 'La vacante es un derecho', que hoy lleva cuatro años ininterrumpidos, asesorando y acompañando a diferentes familias sin vacantes”, cuenta. Desde el colectivo, en alianza con el Grupo de Litigio Estratégico, han conseguido 42 vacantes a partir de la presentación de recursos de amparo. Hay además, otros colectivos llevando adelante la misma estrategia.  “Generalmente la vacante se consigue cuando la justicia le impone a la ministra (de Educación, Soledad) Acuña una multa a pagar de su propio salario por cada día que un niño pasa sin vacante”, detalló.

 --¿Qué impacto tiene en la vida de una familia no conseguir la vacante que necesita en el sistema público de educación porteño?

--Es tremendo. Varía muchísimo respecto de la situación de la familia. Yo estoy criando a mi hijo en soledad. Cuando estaba por cumplir un año, pagar una institución donde estuviera en jornada completa estaba fuera de mis posibilidades. En diciembre de 2015 conseguí para el ciclo 2016 una vacante a 5 kilómetros de mi casa y viajar en colectivo con el carrito y el bolso con sus cosas se me complicaba. Empecé la lucha. Ahora va a una escuela a 15 cuadras y 5 minutos de colectivo. Hay familias que se han tenido que mudar a localidades del interior de la provincia de Buenos Aires para acercarse a familiares que pudieran hacerse cargo del cuidado de un niño o niña. Necesitamos vacantes cerca de donde vivimos. No es solo el banco en una escuela cualquiera. A veces les decimos a las familias que acepten igual aunque esté lejos porque una vez que están adentro del sistema es más fácil conseguir el pase a otra escuela más cercana. Pero tenemos casos de chicos que han pasado por tres escuelas y son tres adaptaciones.

--¿Cómo afecta a las mujeres particularmente?

--Te voy a dar un ejemplo, una compañera que trabaja en el grupo Crónica vive a 20 metros de la escuela a donde va su hijo mayor. Tuvo que pedir licencia sin goce de sueldo para poder cuidar a su hijo menor, porque no consiguió vacante y ruega que su empleador le mantenga su puesto de trabajo, pero esta situación le hace un agujero económico.