María Mercedes y Josefa Dominga le dicen al abuelo que están cansadas de jugar con las condecoraciones y las medallas de las tantas victorias ganadas por él en los campos de batalla. Así que las guardan en el cofre sabiendo que, con otros documentos, dentro del tiempo que Dios disponga, habrá que enviárselas a Don Bartolomé Mitre para que escriba la monumental biografía que colocará al querido libertador en el máximo sitial de los gigantes de nuestra historia. Ellas prenden el televisor y se entusiasman con una publicidad de “Cable-ratero” en la que se oferta un paquete “flawta” con “jodanet” y miles de series y películas, y más megas de velocidad, y “wi-fi-fi” a rolete, y chupetes al gusto para los primeros cien interesados que llamen y pidan el combo. Se alborotan las chicas y le llenan la cabeza al insigne paladín de América. Le explican que él está pagando mucho más con decodificadores ya obsoletos y con una internet de cable que ya está superada, en cambio ahora puede tener todo moderno y más barato. Sin otra salida, acepta a regañadientes siempre y cuando en la oferta no vengan de contrabando esos canales pornos promocionados por el Nuevo Orden Mundial. Josefa Dominga, que es la más piola y frente al espejo del baño baila rap-furioso, le apunta que peores son los noticiarios mentirosos que vos ves, abuelo, ¡juran que el cruce de los Andes te lo financió Rothschild! María Mercedes llama por teléfono y tiene la suerte de ser ¡la número 99! ¡Maravilloso! Luego de una charla de explicaciones sobre series-paquetitos-paquetones-megas-pack-premiun-HD-promociones-banda-ancha-banda-de-chorros-adicionales-digitales-instalaciones-descuentos-en-supermercados-protección-al-consumidor-final- acuerdan la oferta de “Cable-ratero”. Todos felices. Al otro día viene el service y pone el nuevo decodificador en el “Smart TV Led 43”. El hombre ve un cable que pasa por una pared y descubre una vieja pantalla plasma del año del coliflor azul en el estudio de San Martín y, sin pedir permiso se guarda el viejo decodificador dejando al viejo general sin televisión. San Martín protesta y el service, que en realidad pertenece a los servicios de inteligencia del Nuevo-Orden-Mundial, le dice que no se preocupe, que él debe llevarse estos  decodificadores porque la empresa los está retirando de circulación, usted llame y le ponen uno nuevo gratis. El service lo mira con cara de quiero flan pero con dulce de leche, detalle que el patriota número uno cumple entregando generosa propina que de inmediato desaparece en el bolsillo del que ya se esfuma en el ascensor. Las nietas disfrutan series y montones de canaletas inservibles. Al otro día, luego de que por teléfono Mercedes y Josefa reclamaran testarudamente por el decodificador afanado, vuelve el mismo service y con cara de vinagreta pone uno nuevo, gratis, dice el tipo, y lo vuelve a mirar con cara de quiero flan pero esta vez con frutillitas. Nuestro héroe, contento, responde con una propina no tan generosa ya que las pensiones se hacen desear. Todos felices. Al mes, San Martín prende la compu y se mete en su correo. El banco le avisa que desde su débito automático acaba de pagarle a “Cable-ratero” la cuota mensual. Mira la cifra y siente que el sillón lo centrifuga como si estuviera dentro del lavarropas. Pega tal alarido que las nietas piensan que al abuelo se lo tragó un tsunami de olas enormes como pirámides de Egipto. San Martín se agarra el corazón. Le dan un vaso de agua rogándole que se calme y respire muy pausado. Salen del mal trance. Mercedes llama por teléfono a “Cable-ratero” reclamando por tamaña estulticia económica. La charla con las chicas que están del otro lado y que tienen el deber de defender a la empresa, se hace ardua y esquizofrénica. La paso al departamento “asuntos especiales”, le dicen. Y se escucha el sonar de otro teléfono y enseguida un clic cortando la comunicación. En la casa del general reina la exasperación y el desasosiego. Las nietas le preparan un té de tilo y luego lo acuestan. Al otro día, San Martín se toma dos aspirinas y acude a la sucursal  de “Cable-ratero”. Saca número y espera. Llegado su turno, reclama con vehemencia pero sólo logra flatulencias satelitales sin destino claro. Vencido, retorna al hogar con el mismo espíritu que su héroe Napoleón luego de Waterloo. Mercedes y Josefa logran levantarle el ánimo. Suena el teléfono y atiende Mercedes. Abre grande los ojos. –Abuelo, es Rivadavia. –¿Ese h-d-p?... Con bronca agarra el tubo. –¿Qué querés?... –Olvidemos nuestras rencillas, necesito que me des una mano; hay rumores de que este presidente-empresario quiere quitar mi nombre de la avenida más larga del mundo y poner el suyo... –¿Y a mí qué-me-ne-frega, mulato hijo de... –No escucho  bien, hablá más alto... San Martín vuelve a insultarlo pero con mucha energía. Rivadavia se ríe y le dice, caíste en la trampa ex gobernador de Cuyo, ahora si no vas a la televisión a decir que mi nombre honra a la avenida más larga del mundo, difundiré esta grabación por facebook y te denunciaré por racista-discriminador, te harán escraches y piquetes, pensalo, Gran Capitán, Santo de la Espada; y saludos a tu service, decile que hizo muy buen trabajo pinchando tus cables, ja-ja, chaucito, aprendé a ser humilde como yo... –Sos humilde porque no te queda otra... –Pero no tengo la piedra atada al cuello como la tenés vos... San Martín se desploma en el sillón; le refiere a sus nietas la conversación sostenida. Josefa agarra el teléfono y llama a Rivadavia: Escuchame, cipayo-mulato-de-mierda, ¿estás grabando?, bien, entonces te aviso que en un ratito estaremos en los programas televisivos de la tarde denunciándote por pederasta y acosador sexual hacia nosotras; Weinstein será un poroto a tu lado, ¡volantero de esquina!... Y cuelga con rotundo golpazo. San Martín respira hondo y les dice: Lo primero es lo primero, traigan las medallas y las condecoraciones... –¿Para qué?, abuelo... –Las pensiones que me envían desde Chile y Perú no llegan y la miserable jubilación mínima de aquí apenas si sirve para una propina así que, para tener con seguridad los servicios de “Cable-ratero”, lo mejor es ir a la casa de empeños. Pero, eso sí, jamás dejarlas por más de cien años, como hacen los apóstatas y apátridas pidiendo préstamos, ¡que hasta han entregado nuestras reservas en oro a los ingleses!... Si Bolívar aró en el mar, entonces yo nadé en alquitrán y ¡al reverendo pedo!...