El mundo se volvió un escenario donde cada vez son mayores los niveles de concentración económica en pocas manos. Esto supone que grandes porciones de la población ya no cuentan con trabajo con la garantía de derechos que el movimiento obrero histórico conquistó, incluso en países de mayor tradición de Estado de Bienestar, como lo son los europeos. 

A su vez, los movimientos feministas se presentan como el sujeto social emergente en todo el mundo, volviendo sobre un debate que muchas mujeres dieron en otras épocas subterráneamente: el aporte económico que las mujeres hacemos a la sociedad con las tareas de cuidado de nuestros hijos, hijas, hijes, y personas mayores que no son reconocidas socialmente ni remuneradas. 

Silvia Federici, antropóloga italiana, cuenta en su libro Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, cómo en los años 70, ella y muchas otras mujeres llevaron adelante una campaña por el salario para hacer remunerativo el trabajo doméstico. Pese a recibir muchas críticas de las feministas académicas, el planteo direccionaba a los movimientos feministas hacia un lugar de masividad, ya que muchas mujeres reconocieron esa tarea como la segunda jornada laboral que desempeñaban, posterior a la vuelta del trabajo formal. Y es que la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo para suplantar la ausencia de los varones en el período de entreguerras no supuso condiciones de igualdad, sino una sobrecarga de trabajo y, consecuentemente, mayores obstáculos para desarrollarnos plenamente en términos laborales. 

Hoy este debate continúa. Las tareas de cuidado que pesan sobre nuestras espaldas comienzan a ser visibilizadas por los movimientos feministas con la consigna “No es amor, es trabajo no pago”. Muchas intelectuales orgánicas de este movimiento describen y caracterizan esta problemática. Ahora bien, quedan pendientes líneas de acción concretas que nos permitan transformar la realidad en la que vivimos. Bajo las premisas de que, ninguna tarea de cuidado puede ser reemplazada por la tecnología, y que cada vez estas tareas son más necesarias debido a la longevidad de la población, la valoración salarial de las mismas es una excelente propuesta para que el mundo discuta una distribución más justa. 

En la Argentina, las iniciativas más recientes en esa dirección fueron las moratorias previsionales con las cuales se incorporó a millones de mujeres a la jubilación por el trabajo doméstico desarrollado durante toda su vida y la Asignación Universal por Hijo (AUH). Junto a éstas es importante destacar la creación del Régimen de empleadas domésticas, que reconoce a las trabajadoras derechos y beneficios amparados por la Ley de Contrato de Trabajo. Todas iniciativas empujadas en los gobiernos kirchneristas.

El Gobierno de la Ciudad incumple la Ley de Contrato de Trabajo que estipula en el artículo 179 que “el empleador deberá habilitar salas maternales y guarderías para niños hasta la edad y en las condiciones que oportunamente se establezcan”. La propia Constitución de la Ciudad explicita la obligación del Estado de garantizar maternales a partir de los 45 días de recién nacido. Actualmente, en la jurisdicción más rica del país, faltan 20 mil vacantes para niñas y niños de la Ciudad. El 90 por ciento de las mismas corresponden a maternales y escuelas de nivel inicial. Ante un Estado que niega su responsabilidad, muchas mujeres terminan preguntándose: ¿trabajo o cuido?

El año pasado logramos que se aprobara una ley de cuidados compartidos en la Ciudad, que al día de la fecha no se cumple. Dicha ley contiene un cuerpo de licencias el cual incluye la licencia parental para personas no gestantes (contemplando relaciones homosexuales). Este primer paso permite formalizar en los convenios colectivos de trabajo del sector público de la ciudad que no somos solamente las mujeres las que cuidamos, sino que también pueden y deben cuidar los varones. 

Las licencias parentales en tareas de cuidado, los espacios de cuidados garantizados por el Estado (como maternales y escuelas de nivel inicial), la promoción de mujeres en cargos jerárquicos y de representación, las iniciativas de discriminación positiva como el cupo, o el reclamo por el cumplimiento del cupo laboral trans, son ejemplos de políticas que transforman nuestra realidad, dándonos las oportunidades que históricamente nos fueron negadas por el simple hecho de ser mujeres, lesbianas, travas y trans.

Los movimientos feministas y disidentes tenemos propuestas de cara al Estado y al mercado para construir un mundo con mayor igualdad en la diversidad, que no redunda sólo en nuestro beneficio, sino en un lugar más habitable para el conjunto de la sociedad. Venimos a cambiarlo todo y en esa dirección caminamos. 

Carolina Brandariz es docente y licenciada en sociología.