Nada sorprende en esta trama macabra de las escuchas telefónicas. Cualquiera que merodee el ambiente del fútbol o esté al tanto de sus entretelones, sabe que desde siempre los dirigentes de todos los equipos y de cualquier categoría hacen cola en la AFA o fatigan los teléfonos para quejarse, pedir o recusar árbitros y para conseguir las sanciones más benévolas del Tribunal para su equipo y las más severas para su rival ocasional del próximo fin de semana.

Los lunes, el viejo edificio de Viamonte 1366 se convierte en el equivalente porteño del Muro de los lamentos. Todos, desde los más grandes hasta los más pequeños, se sienten perseguidos y perjudicados. Todos ven manos negras o campañas en contra. Todos comparten la paranoia. Mucho más que cuando hay en juego campeonatos, descensos o clasificaciones a copas internacionales. 

En este contexto de histeria eterna, Daniel Angelici sintió que tenía que hacer sentir el peso específico de Boca. Y lo hizo sin sonrojarse. Porque atropellar es su naturaleza. Porque es el presidente de uno de los dos clubes más importantes del país. Porque lo hacen todos sin excepción. Y porque si no lo hubiera hecho, su oposición, los hinchas y los socios lo hubieran acusado de no defender los intereses de su institución. “Tener peso en AFA” es algo que todos ambicionan. Y que “la cultura del hincha” valora especialmente a la hora de elegir sus dirigentes.

No es de ahora este fenómeno. Ni siquiera lo inventó Julio Grondona aunque durante su largo mandato sentado sobre el máximo poder del fútbol se jactaba de poner con la mano los árbitros de los partidos más importantes y de atenuar sanciones presuntamente gravísimas. Cualquiera que recorra la larga historia negra del fútbol encontrará que casi siempre fue así. Y que la picardía, el atajo, el tráfico de influencias, la trampa reglamentaria y la búsqueda de la ventaja a favor y de la desventaja en contra fueron tentaciones que casi nadie se privó de probar. Y que seguirán sucediendo. Todos sus protagonistas están convencidos de que el fútbol es un juego de vivos. 

Las pinchaduras telefónicas difundidas hace 48 horas con motivaciones escasamente claras parecen poner en evidencia lo que un viejo y desencantado periodista le dijo a quien esto escribe la primera vez que piso la AFA. “Pibe, mire que los partidos del domingo son para los giles. Los verdaderos partidos se ganan y se pierden acá adentro de lunes a viernes”. Cuarenta años más tarde, uno cree que no es tan así. Que el fútbol es mucho más limpio de lo que creen los de adentro y  mucho más sucio de lo que piensan los de afuera. Pero hay veces que la realidad se empeña en demoler nuestros más puros pensamientos.