Semanas atrás la Corte Suprema paraguaya confirmó la condena de 45 días de prisión para una teniente de fragata que pidió no hacer guardias de 24 horas para poder amamantar a su bebé. Fue la primera uniformada en reclamar ese derecho pero, en un falló inédito, la Justicia confirmó la sentencia del tribunal militar que ya la había sancionada por “faltas contra la disciplina militar”. Si bien el caso se transformó en un emblema por los derechos laborales en la maternidad –se abrieron salas de lactancia y se sistematizaron las licencias, por ejemplo- dejó al descubierto las dificultades que atraviesan las madres que se desempeñan en rubros donde las trabajadoras mujeres son poquísimas, la tarea es incompatible con el embarazo o la extrema precarización hace que las licencias parezcan nulas. En la Argentina, las pilotos de aviones comerciales y las futbolistas comenzaron a desandar ese camino con enormes desafíos.

María Victoria Zugazaga es piloto hace 20 años; fue la primera de Aerolíneas Argentinas en quedar embarazada y volver a volar. Criada en una familia de aeronáuticos todavía recuerda el momento en que comenzó a rendir los primeros exámenes con pilotos de la Fuerza Área porque no existía aún la Administración Nacional de Aviación Civil. “El mundo cambió en todo este tiempo”, recuerda los obstáculos que sufrió al principio de su carrera. “Si un examen de vuelo duraba una hora a mí me los hacían de tres horas. Pero hoy en día debo decir que me consideran una colega más, no existen diferencias”, celebra Zugazaga, dos décadas después.

Pilotear un avión y estar embarazada no es compatible, según explica la piloto. En la cabina los trabajadores están expuestos a múltiples radiaciones que podrían afectar el desarrollo del feto. Además, el hecho de sentirse mal o tener limitaciones en cuanto al esfuerzo físico podría ser un obstáculo ante situaciones de riesgo como un aterrizaje de emergencia o una evacuación. “El embarazo no cabe en este marco”, dice. Por eso todas las trabajadoras que se desempeñan durante el vuelo, ya sea como pilotos o como tripulantes de cabina, deben dejar de volar desde el mismo día que notifican su embarazo.

Para Zugazaga, incluir el capítulo de licencias por maternidad en el convenio colectivo de trabajo de los pilotos fue uno de los mayores logros en la lucha por la igualdad laboral de las trabajadoras del rubro, algo que ocurrió hace tan sólo cinco años. “El convenio no incluía cuestiones sobre maternidad porque básicamente no había pilotos mujeres y menos pilotos madres. Hubo que sentarse a escribir de cero y hoy tenemos un convenio ejemplar que además de la licencia durante el embarazo incluye los casos de adopción o la pérdida del embarazo”, remarca la piloto, que aclara que fue indispensable el apoyo de la Asociación de Pilotos de Líneas Áreas (APLA).

Zugazaga con su hija mayor.

La licencia para las mamás pilotos es de once meses con goce de sueldo –desde que la mujer notifica el embarazo hasta que el bebé tiene dos meses- y contempla un plan de vuelo diferencial por los siguientes dos años, que excluye a la madres de las guardias y las postas (los vuelos que terminan en otros destinos). “No perdemos el ranking escalafonario ni la posibilidad de postularnos a convocatorias para ascender a comandante o cambiar de avión. Con el plan de vuelo diferencial volamos durante el día pero volvemos a dormir a casa”, cuenta la piloto, que celebra el hecho de ser del grupo de las primeras mamás pilotos, las que de alguna manera “están abriendo el camino para las siguientes”.

“Tenemos los mismos desafíos que cualquier mamá trabajadora con la particularidad de que somos poquísimas. De los 1100 pilotos que hay en la empresa somos ocho mujeres y sólo tres somos mamás”, explica Zugazaga y deja entrever cuál es el mayor problema en el rubro, el enorme desequilibrio entre trabajadores y trabajadoras.

Zugazaga es optimista, cree que la incorporación de los derechos por maternidad en el convenio alentará a que más mujeres elijan ser pilotos. Aunque aclara que la vuelta después de la licencia no es fácil, deben rendir casi 15 exámenes de actualización y hacer un curso de 80 días. “Es muy heavy la vuelta, es un acto de amor a la profesión y a los hijos”, se ríe la piloto, que reconoce el esfuerzo que implica la vuelta y que las diferencia de sus pares varones.

Pero la mayor diferencia radica en las horas de vuelo acumuladas, lo que les permite a los pilotos avanzar en la carrera. Zugazaga, por ejemplo, tienen alrededor de 4000 horas cuando sus compañeros varones que entraron el mismo año que ella deben tener unas 6500. “Yo soy primera oficial, copiloto, y mis compañeros son todos comandantes”, cuenta Zugazaga, sobre el que será su próximo desafío cuando se reincorpore de la licencia.

Segregación vertical y segregación horizontal

Parte de lo que cuenta la piloto responde a dos fenómenos que afectan a las mujeres en el mercado de trabajo, la segregación vertical y la segregación horizontal. Lo que Inés Pérez, investigadora del Conicet y docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata, explica como las dificultades que tienen las trabajadoras madres para ascender de posición, en el primer caso, o el condicionamiento para elegir ciertas ocupaciones en lugar de otras, en el segundo.

Pérez explica también que existen ámbitos laborales más feminizados, como la docencia o los relacionados a los servicios personales, y por eso en esos ámbitos es más fácil conciliar las tareas del cuidado. En el extremo opuesto están los oficios o profesiones que se asocian exclusivamente como terreno de los varones. “Hay un modelo fuertemente androcéntrico construido alrededor de las carreras de los varones, en el que espera que no tengan responsabilidades domésticas. Es una construcción ficticia, ¿acaso estos hombres no tienen hijos, padres ni otra persona a quien cuidar?”, aclara la especialista.

Según Pérez, en esos ámbitos más asociados a los varones, las licencias por maternidad y los tiempos fuera del mercado laboral tienen un costo muy alto para conservar el trabajo o hacer carrera. “La desigualdad en el reparto de las tareas de cuidado, condiciona las trayectorias laborales de las mujeres y genera desequilibrios en el mercado laboral”, explica también.

Las mamás deportistas

El equipo de fútbol femenino de Banfield (Crédito: Agustina Furnó).

Una situación similar viven las deportistas profesionales, que dependen cien por ciento de su desempeño físico. En septiembre arranca la primera edición profesional del torneo de fútbol femenino, un reclamo histórico para profesionalizar la carrera deportiva de las mujeres, y el reglamento no dice nada acerca de la maternidad. Sólo aclara que la jugadora embarazada no puede jugar. “Actualmente en el torneo hay tres embarazadas pero como no es algo común no se trata, nadie hace nada. Hoy cuando vas a la AFA a decir que una jugadora está embaraza te dicen ‘lo lamento’, como si se le hubiera roto los ligamentos”, cuenta Agustina Furnó, delegada del equipo femenino de Banfield.

En Banfield hay tres jugadoras mamás. Según contó la representante del equipo, una jugadora quedó embarazada en el medio del torneo y tuvo que dejar de jugar; otra fue mamá recientemente y va a los entrenamientos con su bebé de tres meses; y otra decidió posponer la maternidad cuando se enteró de que el club la había fichado para jugar el torneo. “Cuando tenés 35 y quedás embarazada perdés el estado. Quedar embarazada es casi como un retiro”, agrega Furnó, para quien será un tema para seguir pensando a la par de la profesionalización. “Hoy una jugadora estudia, trabaja, es madre y maneja una casa”, describe.

Una de las jugadoras quedó embaraza en la mitad del torneo y tuvo que dejar de jugar. (Crédito: Agustina Furnó)

Según la explicación de Pérez, la desigualdad a la hora de asumir tareas del cuidado condiciona la trayectoria laboral de las mujeres y las madres. “En la tasa de actividad de varones y mujeres hay una diferencia de 20 puntos, esa diferencia tiene que ver con que muchas mujeres deciden no participar del mercado de trabajo porque tienen que conseguir quien les cuide a los hijos”, explica la investigadora del Conicet. La falta de respuesta pública a esa necesidad, como jardines maternales, perjudica aún más a las madres, explica también.

A diferencia de los ejemplos anteriores, en los rubros “feminizados” pero con extrema informalidad las madres también tienen serios obstáculo para seguir trabajando. “En el servicio doméstico la licencia se incorporó legalmente en 2013, pero el nivel de informalidad es enorme y por eso muchas mujeres trabajan hasta donde pueden porque necesitan el salario. Después intentan llevar a sus hijos muy chiquitos al lugar de trabajo, lo que también implica el costo de pensar una solución de cuidado en un escenario donde no hay respuesta pública”, remarca la investigadora.

Para Pérez el principio de toda desigualdad laboral está en la falta de licencias por paternidad y la disparidad en las tareas de cuidado. “Si los varones tuvieran los mismos periodos de licencias porque se entendiera que tienen las mismas responsabilidades frente a los hijos cambiaría el desequilibrio en el mercado de trabajo. Hoy es tan fuerte la presión sobre las mujeres en el modelo androcéntrico que decidir ser madre puede significar directamente abandonar el tren de la competencia”, concluye.