En la década del 60, la musicóloga, cantante, poetisa y compositora Leda Valladares dio a conocer una serie de discos documentales denominados Mapa Musical Argentino, que recopilaban coplas anónimas sobre el universo del canto con caja del altiplano. Más de medio siglo después, una generación de productores electrónicos y cantoras contemporáneas traen al presente una selección de esas obras ancestrales (bagualas, vidalas) que fueron rescatadas del olvido. El camino de Leda (Fértil Discos/Folclore Records) es el resultado de este trabajo que se propuso “revisitar” estos cantos populares a través del lenguaje de la música electrónica. “Lo que me cautivaba es que son canciones bellas y con mucho aire para hacer lo que quieras. Hay temas que solo tienen canto y voz, entonces el universo de posibilidades es ilimitado. Y hay una cosa tribal o repetitiva que tiene algo en común con la electrónica: la idea loop, que nos permitía explorar por ese lado”, cuenta Andrés Schteingart, alias El Remolón, músico, DJ y productor artístico y ejecutivo del disco que se presentará hoy viernes a las 21 en la sala Xirgu Untref (Chacabuco 875).

  En algún punto, el proyecto propone un doble rescate. Es decir, no solo significa versionar obras anónimas del canto popular, sino poner en valor la figura de Leda Valladares: su trabajo como difusora y su particular mirada a la hora de organizar un repertorio. “Leda hizo una documentación antropológica muy poderosa. En nuestro caso, al ser tantos artistas, mucha gente joven se va a enterar quién era Leda. Incluso el disco llega a otros países”, resalta Leo Martinelli, músico de Tremor. “Hay algo que es clave: no me avergüenza decir que muchos nos acercamos al folklore a partir de versiones que ha hecho Chancha Vía Circuito (Pedro Canale) o Tremor. Para los que crecimos en grandes ciudades, el folklore era música de viejos o algo aburrido. En los últimos años empezó a cambiar un poco eso, pero los chicos de la ciudad escuchaban rock”, entiende El Remolón, artista cabeza del sello Fértil Discos sobre folklore digital.

 El disco (elcaminodeleda.com), que se puede encontrar en plataformas digitales y cuenta con ediciones en formato CD y vinilo, reúne a artistas como El Remolón, King Coya, Lauphan, Barda, San Ignacio, Uji, La Charo, Sofía Viola, Bárbara Silva, Jazmín Esquivel, entre otros. Y, tal vez, el principal logro del trabajo es lograr un equilibrio entre los sonidos orgánicos y los electrónicos. Este conjunto de canciones puede sonar atractivo tanto para públicos más “tradicionalistas” como para nuevos oídos. “Nosotros venimos con el espíritu de lo que llamamos la ‘electrónica orgánica’, que tiene que ver con utilizar los instrumentos reales procesados electrónicamente e intentando generar sonoridades y ambientes imposibles, pero partiendo de sonidos tomados de la naturaleza”, detalla El Remolón. Entre los temas, se destacan la versión mística de “Yo he sido” a cargo de Chancha Vía Circuito y Shaman Herrera; el canto ancestral de Soema Montenegro en “Canto de velorio” junto a Tremor; la oscuridad industrial de Pol Nada en “Ay, pajarillo”; la potencia femenina de Barda y Celeste Gómez Machado en “Las hojas tienen mudanza” o el pulso adhesivo de “Ay, naranja” en manos de Jin Yerei y Dat García.

–¿Cómo se acercaron a la obra de Valladares?

Leo Martinelli: –Descubrí a Leda a partir de los dos volúmenes de Grito en el cielo (1989 y 1990), donde participan músicos de rock, como Pedro Aznar, Gustavo Cerati, Federico Moura, Gustavo Santaolalla y Fito Páez. Siempre me gustó mucho esa característica de ella de habilitar a los jóvenes y de llamar “el canto delirante” al canto con caja. Siempre sentí muy rockero ese espíritu. Fue una figura que estimuló apropiarse de ese legado musical. Hay mucha dulzura en esos registros: son formas de comunicación. Cuando Andrés se acercó con la idea de hacer el homenaje, al toque nos copamos con Tremor, porque es algo que nos resulta afín.

Bárbara Silva: –En mi caso, Leda llegó por Folklore de rancho (1972) y América en cueros (1992). Y especialmente con Grito en el cielo, porque mi familia es de la zona donde se recopilaron todos esos cantos, así que cuando lo escuché me empezó a latir todo y ahí comencé con una búsqueda de reconexión con mi raíz. Mi abuela nació en Catamarca, en Pozo de Piedra, en la Puna. Y hace dos años, cuando me invitaron al proyecto, estaba armando un viaje para ir a conocer ése lugar. Entonces, entendí por qué cantaba lo que cantaba o por qué mi voz está habitada por otros.

–¿Qué encontraron en la cosmovisión y filosofía de este repertorio? ¿Qué sucedió cuando las trajeron al presente?

L. M.: –Cuando estábamos eligiendo qué canciones hacer, el tema de la letra y el mensaje pesó. Porque había algunas con las que no nos sentíamos afines, porque algunos cantos, que son muy antiguos, tienen un contenido machista o incluso violento. Queríamos elegir algo que nos representara. Hay cosas que son eternas porque tienen que ver con el sentir del ser humano y las podemos transpolar, pero obviamente otras que no, porque el mundo ha cambiado muchísimo. De todos modos, es importante que estas canciones tomen relevancia nuevamente porque nos conectan con una cosmovisión distinta.