Alfeld, pequeña ciudad perdida en el centro de Alemania, funciona en la historia de Eté & Los Problems como el escenario de su temporada en el infierno. En 2016, cuando la banda uruguaya encaraba una gira de tres semanas por ese país –casi 20 recitales–, la habían tomado como base de operaciones. Pensaban trabajar su cuarto disco en ese clima rural y bohemio que la envolvía. Venían de ganar cierta exposición latinoamericana con El Éxodo (2014) y el éxito de “Jordan”. Pero el aire interno empezó a ponerse cada vez más viscoso, y afloraron conflictos escondidos con el tiempo. “Ni siquiera entramos al estudio. Volvimos y el vínculo era muy difícil. Fue un período muy oscuro”, recuerda Ernesto Tabárez, cantante y líder de Eté & Los Problems, en un mítico bar porteño frente al Parque Lezama. “La única salida que encontramos fue hacer el disco, con la intención de sublimar toda esa carga que llevábamos”. A ese nuevo mundo que abrieron para seguir existiendo lo llamaron Hambre, y lo presentarán este sábado a las 21 en el Xirgu Untref (Chacabuco 875).

“Este disco está hecho con canciones de asentamiento y de fundación. En El Éxodo se trataba de canciones de fuga. Era un disco de guerrilla, urgente, que lo grabamos en una semana. No había escenas de interior, todo estaba en movimiento”, explica Tabárez, con una voz ronca y grave que parece ocupar todo el espacio a su alrededor. “Ahora hicimos un disco más rico, con más instrumentos, texturas, arreglos, más pensado. El Éxodo vino en un momento donde queríamos hacer una fogata y seguir camino. En Hambre hay una construcción, hay fundamentos. Se trata de levantar una casa más que una carpa. El Éxodo termina con un grupo de personas caminando hacia lo que parece ser una luz. En Hambre, esos personajes llegan hasta ese lugar al que estaban yendo, y ahí se quedan”.  

La necesidad de construir el propio refugio aparece desde el comienzo. En las primeras líneas de “Fundación”, el tema que abre Hambre, Tabárez canta: “Acá podríamos fundar / una nueva ciudad / con cada piedra en su lugar / sin nada que cambiar”. A partir de ese momento, el nervio del disco se expresa en elementos que aparecen a la vuelta de cada canción: los lobos, la manada, los árboles, el fuego, los colmillos, las piedras, los palos. Hambre se convierte en un viaje en busca de lo más primitivo del ser humano, donde nuestro costado animal funciona como la única brújula que nos queda. 

“Mi miedo era que el disco terminase teniendo demasiada densidad para que alguien pudiera disfrutarlo, que se convierta en un disco al que sea muy difícil acceder. Algo como lo que pasa con Berlín, de Lou Reed. Nadie puede soportar ese peso todos los días”, dice Tabárez. “Y finalmente eso no pasó. La oscuridad fue transformada. Las personas que lo escuchan nos hablan de algo que al final te ayuda a salir adelante”.    

Esa clave de lectura revela el vínculo íntimo de Hambre con el mundo privado de Tabárez. Desde que volvió de Alemania atravesó seis mudanzas, dos separaciones, perdió en sus objetos personales y fue padre. Su transformación personal es la que aparece cuando en “Los Eucaliptus” –quizás la canción más luminosa– canta: “Los eucaliptus de al lado / Cuando pasó la tormenta / Soltaron montañas de leña”. La necesidad de encontrar esos elementos con los que volver a construir su ciudad interior funciona como la contracara del desamparo que por momentos se escucha en Hambre, de esa sensación de estar a la intemperie que exhala el disco. En cada una de sus canciones, lo que aparece es una búsqueda entre las ruinas, un intento de encontrar los cimientos de un nuevo mundo. “En el proceso del disco reduje mi equipaje a nada. Como una necesidad, lo que terminamos buscando es una obra que pueda atravesar el tiempo, la coyuntura, y llevar belleza. Tener algo de dónde agarrarse”. 

–En sus primeros dos discos, Malditos Banquetes y Vil, la mirada estaba puesta en la maldad, en el dolor. ¿Cómo fue buscar las canciones en una idea opuesta? 

–Cuando grabamos esos discos estábamos bien, nos podíamos permitir entrar en esos lugares a ver qué había para decir. Ahora el aire ya está vil, y creo que hay que traer esto otro. No como una bajada de línea, pero sí entendiendo en qué dirección se está moviendo el aire. La música se mueve por el aire. Bueno, ¿qué le estás poniendo al aire en un momento que está vil? ¿Vas a poner más oscuridad? Después no tenemos que andar justificando el poquito de alegría que conseguimos, la calma que buscamos, tener un refugio en un mundo que es duro. Hay un discazo escrito desde la felicidad, que es El amor después del amor. Me llevó años entender esa grandeza, y que se puede escribir desde ese lugar. En el show de presentación que hicimos en Montevideo se sintió que todos necesitábamos eso. En los pocos momentos de alegría que tiene el disco, la gente brillaba, terminamos llorando. Resignificó todo lo que había pasado.

–¿Creen que puede funcionar de la misma manera en Argentina?

–Acá el aire está cargado, enrarecido. La situación política, social, le da esa lectura de resistencia, lo vuelve un disco político. Van a tener más peso las canciones aguerridas del disco. Cuando pienso en este show, pienso en cantar Hambre para las personas que quiero de acá. Lo imagino como algo hondo que nos puede pasar. La gente que nos sigue en Argentina desde 2012 nos vio siempre en formatos reducidos. Esta va a ser la primera vez que venimos con toda la manada de músicos invitados: los coros que flotan en el aire, el bandoneón, los teclados. Todo eso suma belleza. El disco lo amerita, y también la situación que se está viviendo acá. 

–En ninguna de las canciones de Hambre aparece la necesidad de contar la coyuntura política o social. ¿Qué puntos de contacto encuentran para que aparezca esa lectura?

–Desde muy chico escucho a Dolina. Me acuerdo que en 2001 tuvo un llamado y un oyente le dijo: “el país se prende fuego y usted está hablando del baño de Luis XV”. Dolina le contestó: “En un mundo con más poesía, estas cosas no pasarían”. Entonces hay también una resistencia en la búsqueda de la belleza, ahí hay algo con lo que defenderse. Yo creo que lo mejor que puedo dar es esto. No tengo la formación, la capacidad, la inteligencia, la autoridad moral, para señalar el camino de la militancia. Pero me tengo fe para mostrarle algo bonito a alguien en medio del horror. Ya cambiarán los tiempos y habrá otras cosas para decir. 

–¿Perseguir la belleza es entonces la intención más profunda de este disco?

–La loba que aparece en la tapa del disco tiene tres tetas, y abajo hay dos bebés. La tercera es para el que la necesita. Que venga, que se siente, que comparta. Esa es nuestra intención. Un músico amigo me dijo una noche que lo que hacemos nosotros suspende la realidad para generar una realidad caprichosa. Una que no es tan dura, al menos por un rato. Es una especie de misión que tenemos con este disco: hagamos que el mundo, al menos por cuarenta y siete minutos, sea lo que nosotros queremos.