Que una obra escrita hace 140 años siga abriendo debates y posibilidades infinitas de repensarse habla no sólo de su universalidad sino también de un poder de transgresión intacto debido a la vigencia de sus ideas. Eso es lo que ocurre con Casa de muñecas, escrita por el dramaturgo noruego Henrik Ibsen en 1879, y que pasó a la historia como la primera obra de teatro feminista. Nora, su protagonista, aparenta estar felizmente casada hace ocho años con Torvaldo Helmer. Mientras él trabaja de abogado y espera ocupar su nuevo cargo de director en un banco, Nora se ocupa de la casa y del cuidado de sus tres hijos. Pero Ibsen reservó para ella otro destino, y decide convertir a esa mujer sumisa ante los deseos de su cónyuge en una persona segura de sí misma que abandona su casa para iniciar una vida alejada de sus compromisos de madre y esposa.

Ese portazo histórico, que significó un final inesperado y polémico en su época, sigue motivando reflexiones, interrogantes e hipótesis que trascienden la ficción, pero que también la involucran, más aún en tiempos en los que los derechos de las mujeres ocupan un lugar destacado en la agenda pública. ¿Qué pasó con Nora luego de su partida? Esa fue la pregunta que lectores y autores siempre se hicieron. Y una respuesta posible es la que imagina el autor norteamericano Lucas Hnath, quien escribió en 2017 Después de Casa de muñecas, estrenada ese mismo año en Broadway, y que ahora tiene su puesta local dirigida por el reconocido guionista y dramaturgo Javier Daulte, e interpretada por Paola Krum, Jorge Suárez, Julia Calvo y Laura Grandinetti. En la obra, Hnath revela el retorno de Nora a su antigua casa, 15 años después de su desaparición, convertida en una escritora feminista exitosa. La protagonista, ahora en problemas legales a causa del tono contestatario de sus publicaciones, vuelve para pedirle un favor a su exmarido, pero el tiempo cambió muchas cosas y le recuerda que el costo de buscar el camino propio es alto.

El mayor reto actoral lo asume Krum, quien encarna a Nora, “un personaje icónico”, según ella misma lo define. “Hace un tiempo venía esperando un proyecto que me conmoviera. Estuve un tiempo sin trabajar y las cosas que aparecían no terminaban de cerrarme. Y me llamó el productor Pablo Kompel y me habló del proyecto. Cuando me dijo que quería que interpretara a Nora, un escalofrío me corrió por el cuerpo”, cuenta. “Me pareció un gran texto, y un desafío tremendo, porque el personaje hace toda una travesía y pasa por un montón de situaciones absolutamente diferentes, pero además porque yo no terminaba de comprenderla y tuve que internarme en un lugar incierto”.

Por su parte, Jorge Suárez interpreta a Torvaldo. De extendida trayectoria en teatro y de conocida destreza actoral, el intérprete habla de la dificultad que implica para él este nuevo papel. “Cuando leí la obra me pasó algo muy conmovedor. También pensé que iba a ser difícil jugar este rol en este momento donde socialmente estamos haciendo otros tipos de contratos. El desafío era cómo hacer de Torvaldo un humano y no un muñeco que dice cosas que posiblemente puedan ser inconvenientes. Y en eso estoy. Como dijo Orson Welles, en la función 300 de Otelo: ‘Creo que hoy me acerqué bastante a Otelo’. Creo que no somos muy conscientes de lo clásico que es lo que estamos haciendo y eso tiene una característica extraordinaria en la calle Corrientes, porque no es tan común ver en teatros como Paseo La Plaza este tipo de obras”.

–Precisamente, eso es algo que se destaca en esta puesta, porque no es usual ver en el teatro comercial una propuesta con esta contundencia política...

Jorge Suárez: –Sí. Y eso debería ser lo más importante. Por lo menos eso es lo que aprendemos los actores y después nos vamos desvirtuando un poco. El teatro tiene que ser algo que opina y se mete en la realidad de las personas.

Paola Krum: –Sí. En teatro comercial pasa que los materiales son cada vez más livianos y se parecen bastante.

–¿Qué acercamiento habían tenido con la historia original de Ibsen antes de embarcarse en este proyecto?

P.K.: –No creo que exista un actor que no haya leído Casa de muñecas, ¿no?

J.S.: –No, para nosotros es una bisagra fundamental. Es el portazo histórico de la dramaturgia. Una mujer, en 1879, le dice al marido y a los hijos: “Chau, me voy a hacer la mía”. Sin explicaciones y sin rodeos, se va. Siente eso, instintivamente, y lo hace. Es algo muy fuerte en esta obra. Ibsen es un autor genial y Nora es “el” personaje de Ibsen. Anteriormente hice una versión de Daniel Veronese de Casa de muñecas, en una gira europea, que se llamó El desarrollo de la civilización venidera. Ahí reemplacé durante dos meses a Roly Serrano en el personaje de Krogstad, que en esta nueva obra no aparece. Y me fascinó hacerlo.  

P.K.: –A mí siempre me había ilusionado interpretar a Nora y nunca pensé que en algún momento iba a hacerlo. Pero, por suerte, esta nueva obra imagina a los personajes 15 años después y ella ya está viejita (risas). 

–Mencionó que le costó entender a su personaje. ¿Cómo fue ese trabajo de componer a Nora?

P.K.: –Yo tenía que amarla. No es un personaje que entre en contradicción con su misión y con lo que ella quiere, y tenía que entenderla. En un momento la entendí por algo que tiene mucho que ver conmigo, que es la necesidad de soledad, de tener espacios propios y de escuchar la propia voz. Esa es la búsqueda de Nora. Y creo que es un poco la búsqueda de todos, pero no es nada fácil porque hay muchas convenciones sociales. Hay que ver hasta dónde somos realmente honestos con lo que queremos y deseamos para nosotros mismos. Y Nora está en la búsqueda de eso, no sólo para ella, sino que cree que puede crear un mundo mejor, donde las personas sean más felices.

–Quiere marcar un camino...

P.K.: –Sí, quiere marcar un camino y se hace responsable de eso. Cree que el futuro depende de lo que ella haga o deje de hacer. Ella encarna eso y me parece de una gran valentía. Me gusta mucho interpretarla, porque cuando la leí, como ella se muestra sin contradicciones, me parecía que no era humana. Y la verdad es que ella es humana. Todos los otros personajes la interpelan. Ella recibe bofetazos y los devuelve como puede, y se defiende. 

J.S.: –Nora es una metáfora. No es una persona. Por eso Paola, cuando leyó la obra dijo: “¿Cómo hago esto?”. Es alguien que utiliza el autor para decirnos otras cosas. Entonces, esto es lo que es impactante. Pobre el espectador que se quede con la sensación de que Nora abandonó a sus hijos. Es un detalle eso, y no porque los hijos sean un detalle. Tanto Paola como yo nos desvivimos por nuestros hijos y damos lo que sea por ellos. Pero no se trata de eso. Se trata de que Nora tiene una misión, que es justamente abrir un poco más el camino. Estamos casi en 2020. No puede suceder que un hombre gane más que una mujer. Eso no puede suceder más.        

–Y en su caso, ¿cómo fue componer a Torvaldo?             

J.S.: –Torvaldo es un hombre que vivió el abandono de su mujer, y eso lo vive como algo que sucedió y que forma parte de su vida. En todas la funciones trato de que mi personaje esté lo menos enojado y lo menos victimizado posible, para que se pueda ver que el corazón de Torvaldo es mucho más que el enojo que tiene. Su corazón es el de un hombre en plena evolución, que está intentando adaptarse al tiempo nuevo que le toca vivir. El amó a Nora con todo su ser y trata de entender qué fue exactamente lo que pasó, y lo que debería aprender de eso. Es muy difícil hacer este personaje. Esta es una obra de personajes humanos, reales, que cuentan lo que les pasa y que se acercan mucho a este mundo que vivimos hoy, donde la mujer pide algunas cosas pero no necesariamente se las pide al hombre. La mujer está exigiendo ocupar un lugar en el planeta en el que vivimos para que sea de otro color al cual estamos acostumbrados.

–Ese portazo que da Nora para ser fiel a sí misma es un símbolo muy potente. ¿En algún momento de sus vidas o carreras también dieron ese portazo?

J.S.: –Sí, pero no voy a poder dar explicaciones sobre eso (risas).  

P.K.: –Uno hace intentos de poder dar portazos, a pesar de la opinión del mundo. Pero hoy en día es muy difícil. Todos opinan de todos. Y las redes sociales son tremendas en ese sentido. 

–Hay quienes aseguran que la obra de Ibsen fue la primera obra de teatro feminista de la historia. ¿Acuerdan con esa visión?

P.K.: –No vamos a saber cuál fue la intención del autor, pero creo que Casa de muñecas se ha convertido en un icono del feminismo. Es muy genial la transformación que hace Nora y en esta nueva obra esa transformación se ve más en Torvaldo.

J.S.: –Me cuesta encerrar semejante obra de arte dentro del feminismo. Creo que en el momento mismo en que Ibsen la escribió se vivió como un escándalo, pero no como algo feminista. El feminismo es algo positivo, que defiende los derechos de las mujeres, aunque no creo que el autor haya tenido esa intención. Sí creo que plantó una semilla para que nosotros hoy, más de cien años después, estemos hablando de que tal vez esa fue la primera obra feminista. Pero no estoy tan seguro de que ese haya sido el objetivo. El gran objetivo cumplido fue una provocación inmensa hacia el espectador.

* Después de Casa de muñecas puede verse en la Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (Corrientes 1660), de miércoles a viernes a las 20, sábados a las 20.15 y domingos a las 19.