Masturbarse en el baño del trabajo, ladillas gigantes que se besan en un supermercado, ir a rehabilitación antes de los 30 años, pechos femeninos animados que se cansan del acoso en el trabajo y deciden, literalmente, saltar del torso de sus dueñas e irse a tomar un trago. Esas son algunas de las aventuras de las aves Tuca y Bertie, entre la comedia, la desazón existencial y el realismo mágico en clave pop. “Es muy importante para mí mostrar que las chicas son asquerosas”, reconoce Lisa Hanawalt, dibujante y creadora de la flamante y recién estrenada serie de animación para adultos de Netflix. “Simplemente me encantan los programas que muestran cuan graciosas y desagradables son realmente las mujeres, porque así es cómo yo soy con mis amigos y no es lo que usualmente veo representado”. 

Experta en animales antropomorfos con problemas existenciales, Lisa Hanawalt se hizo un nombre, primero, en el cómic indie norteamericano y en la ilustración para editorial y prensa. Pero más recientemente y con alto impacto, como la responsable de la producción y la estética naif, lisérgica e inconfundible de Bojack Horseman, el caballo adicto y depresivo que se convirtió en la estrella de la sitcom animada más triste de la plataforma. Ya en la sexta temporada de este hijo adoptivo, que comparte con su amigo de la universidad Raphael Bob Waksberg, Lisa Hanawalt por fin tuvo luz verde para proponer una serie de su propia autoría, y al hacerlo, siempre tuvo claro que quería para ella dos cosas: primero, que tenía que ser una serie animada pero adulta, con problemas adultos, por más insensatos, desopilantes y absurdos que a veces puedan ser los problemas adultos. Y, segundo, que las protagonistas iban a ser mujeres, escritas por mujeres. 

Así nacieron Tuca y Bertie, un par de aves millennials al inicio de sus treinta años que parecen estar ubicadas espacialmente en un lugar parecido al “Hollywoo” de Bojack, pero cambiando su de-cadencia sombría e hiper reflexiva por una reinterpretación mucho más soleada y frenética en su narrativa, aunque igual de contemplativa y por momentos dolorosa, sobre el extenuante viaje a la adultez: cómo llegar ahí, cuándo se llega, cuántas formas posibles hay de ser adulto, o si existe realmente algo como eso. 

Tuca y Bertie son dos mejores amigas y compañeras de cuarto. Bertie (con la voz de Ali Wong) es una zorzal ultra organizada, con problemas de ansiedad y entregada totalmente a un aburrido trabajo burocrático de procesamiento de datos y, Tuca (Tiffany Haddish), una tucana tropical fiestera que aun no sabe bien qué hacer con su vida, y que abusa del presupuesto familiar y de pequeños trabajos sin mucho futuro para sobrevivir. Si esto ya no sonaba como una vida cotidiana del nuevo milenio para jóvenes que se autoexplotan, hay que agregar que el punto de inflección de la serie es la decisión de Bertie de dar el paso y mudarse con su inofensivo novio Speck (Steven Yeun de The Walking Dead), evidenciando la distancia que existe entre ambas amigas pero la incomodidad ante el futuro que comparten. “Quiero meterme en los asuntos más oscuros porque eso también es parte de crecer, eso es lo que me gustó de trabajar con Raphael. A ambos nos interesa mucho las cosas que son extremadamente graciosas, tontas y surrealistas, pero al mismo tiempo muy oscuras y con las que es facil identificarse”, dijo Lisa Hanawalt después del estreno de la serie, hace apenas unos días. “Pero tengo cero interés en hacer un Bojack 2, me gustan las cosas un poco más desagradables, más lisérgicas, el humor físico y otras líneas de argumento”. 

Ya es conocida la inquietud de Hanawalt por aproximarse a la estética desde lo infantil como respuesta a problemas adultos y dolorosos, y por eso, no extraña que la localización de Tuca, Bertie y sus amigos sea como un parque de diversiones multiforme e hiperestimulante. Podría ser una versión desenfadada, lisérgica y flúo de Nueva York, Los Ángeles, Buenos Aires o cualquier otra capital, pero donde el subte es una serpiente viscosa, por ejemplo, donde las plantas fuman cigarrillos, el río es de gelatina de uva o los objetos inanimados tienen sentimientos de lo más humanos. “Tener esta oportunidad de mi propio show fue algo muy divertido, fue una oportunidad para romper un poco las reglas y crear un universo diferente donde las cosas puede ser más descontracturadas, surrealistas, e incluso más cercanas a mi trabajo personal: donde las plantas pueden ir caminando por ahí y usar ropa, y donde hay senos flotando sobre los edificios. Esto es más como mis cómics y mi pequeño mundo”, explica Hanawalt. Por eso mismo, es este contexto hecho de chicle flúo el que sirve como escenario para asuntos más serios que a la autora le interesaba abordar: el abuso sexual, el trabajo precarizado, la imposibilidad de conseguir una hipoteca o de mantener relaciones estables, la violencia de género en lo cotidiano. Y además, ese uso de los animales antropomorfos como envases vacíos para acercarlos a nuestra humanidad, por momentos parece ser también una excusa burlona para lo contrario: evidenciar los aspectos más animales, insensatos y absurdos de nuestra sociedad.

A diferencia de las antiguas sitcoms, las estructuras de las nuevas comedias como Fleabag y Broad City, que sirvieron como inspiraciones contemporáneas de Hanawalt, parecen ser cada vez más experimentales, extrañas y fluidas, y Tuca & Bertie también se apropian de esta consigna narrativa a su manera: es una serie epiléptica para gente con problemas de corta atención, parece haber sido creada por un millenial que no quiere cerrar ninguna pestaña abierta en el navegador. En ella se usa creativamente y sin aviso todo tipo de animaciones experimentales, materiales y hasta foto reales, y aunque viene en serie, puede ser consumida como capítulos autoconclusivos con gran cantidad de información. Para saber: si se desvía la mirada apenas un segundo, quizás se pierda una referencia de pop descartable, un microgag, o un chiste corto imposible de recuperar. Además, la última de Lisa Hanawalt parece confirmar alguna tendencia en el entretenimiento, al menos, en serie. Primero, que a nadie le importan ya los adolescentes y veinteañeros, y las series más interesantes del momento parecen descubrir en la década dorada de los treinta y sus desazones, una cantidad de tardío salto hacia la adultez y aventuras de mediana edad para explorar. Y segundo, que como respuesta a esa anticuada consigna de que el público general jamás podría interesarse en protagonistas femeninas, por ser demasiado específicas, cada vez más producciones están dispuestas a apostar por construcciones complejas de personajes femeninos, o al menos, de discutir qué es exactamente una trama con perspectiva femenina, si es que acaso es posible contenerla en una sola.