En Historia de un deseo. El erotismo homosexual en 28 relatos argentinos contemporáneos (2000), antología insoslayable para cualquier intento de historia de la literatura gay, lesbiana y travesti en Argentina, marcó de manera extraordinaria un camino, una ruta que aún no ha sido suficientemente transitada ni por la intelectualidad ni por la militancia.

En ella, Leopoldo Brizuela, se preguntaba “¿cómo entendían nuestros antepasados el deseo homosexual? ¿qué emociones les provocaba, a qué acciones los inclinaba, a qué tipo de reacción social quedaban expuestos quienes se atrevían a consumarlo?”. Lejos de los discursos sociales que insisten en la “sodomía”, el “amor de Lesbos”, o el más nocivo, la figura jurídica, médica y policíaca de la homosexualidad, Brizuela seleccionó una serie de relatos donde el deseo que se aleja del paradigma heteronormativo aparecía como el motor principal de la historia o “como la raíz oculta de una conducta que el propio texto no clasifica en términos sexuales”.

Brizuela asumía en la antología que tal como ocurre con la cultura popular, la censura o la anulación de la historiografía oficial hacen que gran parte de la historia de gays, lesbianas y travestis deban ser rescatadas a partir de ficciones que circularon oralmente a manera de leyendas, chismes (el chisme como género literario subversivo y como estrategia de resistencia solo encuentra antecedentes en Brizuela y en Cozarinsky), chistes, anécdotas de la cinematografía que deben ser tenidas en cuenta para nuestro canon y para nuestras luchas y que debieran “marcar nuestra imaginación al poder”.

Presumo que tuvo que agregarle al libro el subtítulo de “erotismo homosexual” con berrinche y con enojo –como dicen sus amigos que reaccionaba frecuentemente en demasiadas ocasiones- y por requerimiento del mercado editorial porque el espíritu de la antología insiste en que la variedad del deseo entre hombres, entre mujeres, entre feminidades o masculinidades travestis, entre seres que no se definen ni como varones ni como mujeres o que devienen varones o mujeres es tan infinita que es inclasificable. Como en ninguna otra antología Brizuela supo captar la tensión siempre presente de la comunidad LGTBIQ entre la necesidad política de asumirse y el rechazo a toda nueva etiqueta, injuria o clasificación médica, entre la ampliación de derechos y las coerciones del ghetto, entre el orgullo y las desconfianza del modelo mercantil de “lo gay” y “lo lesbiano” y la invisibilidad y la discreción para ser tolerados socialmente. Asimismo como Perlongher, frente a la tolerancia, la condena, la persecución, Brizuela oponía el deseo. El mismo gesto tuvo en su difusión y análisis de la obra de María Elena Walsh y Abelardo Arias.

Supo crear en una vida demasiado corta una obra muy vasta. Si se hace este recorte es porque la antología es una de sus obras más personales, aquella que él mismo define como el “estante escondido” de su biblioteca, relatos breves que fue compilando y que lo marcaron desde la adolescencia y que ocupaban un estante especial entre sus libros y entre sus afectos y sus autores más preciados -Sara Gallardo, Luisa Valenzuela, Oscar Hermes Villordo, Manuel Mujica Láinez, Ricardo Piglia, entre otros- de los cuales suele rescatar aspectos desconocidos y formas de resistencia creativas y novedosas que sirven a la lucha política actual.

También porque da cuenta de su carácter risueño, su ironía, su generosidad y su sensibilidad –cierta vez de manera telefónica, sin conocerme me relató tristemente el cáncer de su perro que le evocaba la muerte de su padre-, así como sus posturas frente a la comunidad LGTBIQ y su propio espíritu polémico sin concesiones a la intelectualidad hegemónica. Y por último porque gran parte de esas páginas que rescata para la historia inspiraron la creación de personajes inolvidables de sus novelas. Sin dudas y seguramente, para nombrar solo dos, bajo esa luz imaginó los amores desmesurados del apestado social y horrible Lord Axel y el bellísimo, robusto y rubio Brujo Alexei que solo se saca el parche húmedo de su ojo para “pelearse o besar”. Tan solo por esos amores desmesurados de su novela Inglaterra. Una fábula el autor merece y el tiempo le dará tardíamente un lugar inmortal en la literatura argentina.