Desde Río de Janeiro

Con su delicadeza habitual, el presidente ultraderechista Jair Bolsonaro se refirió a los participantes de las movilizaciones de protesta que ayer se propagaron por todo el país, reuniendo a un generoso par de millones de personas, como “idiotas útiles, unos imbéciles, pura masa de maniobra”. Aprovechó para desde Dallas, Texas, donde se encuentra, ensañarse con los 14 millones de brasileños desempleados. Acorde al capitán-presidente, “es gente sin calificación, porque la enseñanza en Brasil fabrica ignorantes”.

El motivo de la suspensión de clases y protestas callejeras –que incluyeron escuelas y facultades privadas– fue el recorte en el presupuesto a la enseñanza, con saña especial contra cursos superiores. El promedio es de 30 por ciento, pero en algunos casos específicos alcanza a 42 por ciento. Hubo suspensión de becas de estudio e investigaciones, y varias universidades advirtieron que suspenderán sus actividades a partir de septiembre. La medida alcanza inclusive a la enseñanza infantil, que dejará de recibir aportes federales.   

Mientras el ministro de Educación Abraham Weintraub, un economista sin ninguna experiencia en el sector (y que además comete errores absurdos de ortografía y concordancia gramatical) se mantiene en un tono agresivo y especialmente despectivo con relación a las universidades federales, algunos de sus asesores tratan de suavizar el panorama, argumentando que no se trata propiamente de recortes sino de “suspensión temporaria” del envío de fondos. Si Weintraub se declara dispuesto a arrollar la Constitución que asegura autonomía curricular y administrativa de las universidades públicas, sus auxiliares se dicen “abiertos al diálogo”.

La fiscalía pública, a su vez, dijo que la medida del gobierno del capitán presidente es “inconstitucional”. Pero para el extravagante jefe de Gabinete, Onyx Lorenzoni, se trata de una “contingencia”. Para mejor aclarar su posición, comparó el actual ajuste con “el papá que se da cuenta, en mayo, de que no tendrá dinero para el vestido de lujo de su hija que cumplirá los 15 en octubre. ¿Qué hace entonces? Empieza a cortar gastos”. Aprovechó para reiterar que la culpa de todo la tiene el PT, ignorando que la presidenta Dilma Rousseff ha sido destituida por un golpe parlamentario (del cual él participó activamente en sus tiempos de diputado) ocurrido hace tres años.

Por la tarde, y en otra derrota del gobierno en el Congreso, el ministro Weintraub fue convocado para prestar aclaraciones a los diputados. Esgrimiendo datos sueltos, fue masacrado por la oposición.

Ha sido la primera manifestación multitudinaria contra el gobierno que alcanzó a todas las provincias del país. Coincidió, además, con pésimas noticias en el campo económico: en el primer trimestre del año de estreno del ultraderechista, la economía retrocedió alrededor de 0,7 por ciento, las proyecciones relacionadas al desempeño del Producto Interno Bruto fueron revisadas once veces –todas para menos, insinuando inclusive la posibilidad de recesión–,  y el sacrosanto mercado financiero da muestras cada vez más palpables de desánimo. 

El pasado viernes, Bolsonaro dijo que para esta semana preveía “un tsunami”. Bueno: el lunes la Justicia anunció la quiebra del sigilo fiscal y bancario del hijo presidencial Flavio, del ex policía militar Fabricio Queiroz y otras 86 personas. Los dos tendrán que prestar aclaraciones sobre “movimientos atípicos” en sus cuentas. 

Ayer vino el segundo tsunami: millones se volcaron a las calles contra el gobierno. ¿Cuándo vendrá el tercero? ¿Cuántos Bolsonaro aguantará?