Es un lugar común, no por ello menos verdadero, escuchar decir a escritores de lo más diversos que durante toda su vida “estuvieron escribiendo el mismo libro”. La frase, convertida en máxima literaria, bien puede aplicarse a la obra del narrador uruguayo Mario Arregui, esta vez de forma más bien concreta: páginas reescritas, en variaciones y correcciones de cuentos ya publicados, y, sobre todo, en el hallazgo de un título simple y aglutinante como Tres libros de cuentos. Como dice Elvio E. Gandolfo en el prólogo a la reciente edición argentina, el título –que hace referencia a la inclusión de los libros de cuentos Noche de San Juan, Hombres y caballos y La sed y el agua– “tiene algo de conceptual: a la largo uno lo recuerda como el título de un solo libro, el título central de su escueta producción”. 

Tres libros de cuentos fue publicado por primera vez en Montevideo en 1969, bajo la curaduría de Ángel Rama quien, como preludio, escribió un ensayo exhaustivo de los no más “de veinte cuentos en veinte años de atención a la literatura” de Mario Arregui.  Al comienzo, en el perfil que arma de su amigo, Rama presenta a Arregui a partir de cinco cartas, de cinco dimensiones que rodean su totalidad y dan cuenta de la rareza de su presencia en la intelectualidad montevideana que frecuentaba como forastero. Mario Arregui (1917–1985) era un estanciero del departamento de Flores, más cercano a lo que hoy llamaríamos pequeño agricultor que a un empresario sojero; lector voraz de lo que se entendía como alta literatura –Válery, Eliot, Gide, Woolf, Mann, Huxley, entre otros–; militante del Frente de Izquierda, cercano al comunismo; devoto de Borges y, en particular, subraya Rama con admiración, un “hombre enteramente ajeno a las formas burguesas de confort, amigo de tomar copas en los boliches con amigos y desconocidos,  de aparecer en no importa qué ambiente con su ropa de trabajo”. Estas dimensiones de su figura se reflejan en sus cuentos. En particular se observa en los hombres que hace desfilar y, pese a sus distintas procedencias, comparten un centro común: la creencia –propia de cierta tradición humanista– de que existe algo parecido a una esencia, a unas condiciones humanas que se revelan o potencian cuando se tensiona con los conflictos materiales de la cotidianidad. Sucede en “Diego Alonso” –uno de los mejores cuentos del volumen–, en donde ciertos principios de caballerosidad se ponen a prueba en un duelo al interior de una peluquería, en un clima de suspenso noir que se amplía y transpira a través del filo de una literal navaja. Algo similar ocurre en “Tres hombres”, donde Arregui construye una sociedad masculina al paso, a partir de la persecución de un bandido rural, y en donde las asimetrías que establecen los cargos institucionales se van diluyendo al mezclarse con una escala de valores ligada a la fraternidad.  

 En el prólogo a Noches de San Juan (1956), Arregui escribe: “mi experiencia de lector también me dice que una de las lástimas más comunes de los volúmenes de cuentos reside en la excesiva semejanza, el contaminado parentesco, de las unidades que los componen”. En ese sentido, no sorprende que a un cuento que inaugura una especie de western rioplatense como “Los contrabandistas”, comparta autor con el onettiano “Las formas del humo”, en donde el narrador entrega una historia a la deriva por un universo onírico y melancólico. 

La prosa de Arregui tiene otras dos virtudes que se sostienen de cuento en cuento sin importar sus cambios de estilo. Por un lado, habla con saber sobre los oficios que desarrollan sus personajes, sin por ello expulsar al lector con tecnicismos ni usando una pedagogía demagógica. Incluso en el maravilloso “Los ladrones”, describe al detalle las posibilidades y la logística de un robo. Por otro lado, su prosa no le teme a los adjetivos. Como si afirmara que todo adjetivo es político, por su condición subjetiva y su capacidad de juicio, Arregui sobrecarga los párrafos de calificativos y demostrativos que hacen de guardarrail de la mirada del autor. 

Además de cuentos, Mario Arregui escribió un texto que zigzaguea entre el ensayo, la biografía y la crítica literaria, sobre el poeta Líber Falco. Una de esas personas, deja intuir entre líneas, que lograba sacar la mejor versión de los que tenía cerca. En Tres libros de cuentos hay un cuento, “Unos versos que no dijo…”, en donde dos hombres caminan rodeados de oscuridad rural, hacia el velorio de “un hombre bueno”. Lo hacen en silencio, agradecidos de la compañía del otro. Leído en sintonía con Lïber Falco y otros ensayos, parece un homenaje a su amigo por otros medios. Es que en Arregui, en sus cuentos, la literatura parece estar a disposición de la experiencia –en particular de la experiencia afectiva entre hombres–, para lograr en un rapto “una comprensión explosiva” que permita conocer la “condición del hombre y las máscaras de su destino”. Sean las propias como las ajenas.