Con la perspectiva que da el tiempo se empieza a valorar las experiencias vividas. En 2004 asistí a un debate que, mirándolo hoy, fue histórico: Alice Amsden, destacada economista política del Massachusetts Institute of Technology (MIT), especializada en economía del desarrollo, y proponente del desarrollo orientado desde el Estado; y John Williamson, economista inglés, fellow del Institituto Peterson de Economía Internacional, funcionario del Banco Mundial, Naciones Unidas y del FMI, profesor en varias universidades del mundo, pero más conocido como el padre del Consenso de Washington.

El escenario del debate era el mismísimo Banco Mundial. Amsden, con una envergadura académica mayor, desarrolló argumentos basados en datos de América latina que versaban sobre el retroceso de la economía en prácticamente todos los países en la década del ‘80, el aumento de la pobreza y desigualdad en los ‘90, la espiralización de las deudas públicas, y las tremendas crisis vividas en el período: crisis de la deuda comienzo de los ochenta, crisis inflacionarias a fines de los ochenta, crisis mexicana y brasileña en los noventa, y argentina en 2001. Todo aquello atribuible a las políticas neoliberales inauguradas en Chile por el gobierno dictatorial y luego adoptadas en Argentina y los demás países latinoamericanos a sangre y fuego, con asesoría de Milton Friedman y sus Chicago Boys. Para Amsden, la catástrofe socioeconómica vivida en aquellos años emanaba directamente del conjunto de políticas que John Williamson había hábilmente sintentizado en su decálogo.

Sorpresivamente, Williamson, tal vez como buen gentleman inglés, no contradijo a Amsden ante las abrumadoras pruebas, sino que simplemente afirmó que él no era padre de nada y que la responsabilidad del manejo de las economías locales residía en sus gobernantes. El simplemente había reunido en un documento en 1989, las políticas comunes que estaban ya aplicando la mayoría de países latinoamericanos. 

El poder de síntesis y la sinceridad de Williamson fueron brutales.

Decálogo

Williamson no contaba con que quince años después un presidente–empresario con pocas luces, con el mejor equipo de gobierno, un tanto debilitado, de los últimos 50 años, lo haría progenitor de un decálogo con olor a manotazo de ahogado. En efecto, en la forma y el contenido, la lista de puntos con que el presidente Macri busca un acuerdo con una parte de la oposición, es hija del Consenso de Washington.

El primer punto del Consenso de Washington es la disciplina fiscal y evitar el grandes déficits fiscales. El primer punto de acuerdo de la lista del presidente Macri es “lograr y mantener un equilibrio fiscal”.

El segundo y tercer punto del Consenso de Washington son eliminar los subsidios y re-direccionar esos recursos a la provisión de los servicios como salud y educación e infraestructura; y el tercer punto es la reforma fiscal. Williamson explica, en un paper posterior, que el consenso que existe en este punto es que la base impositiva sea amplia pero que la tasa marginal sea baja y que nadie en Washington considera que debe haber un aumento en dicha tasa. A su vez, entiende que un impuesto al capital “fugado”, sería deseable pero no lo considera posible por el problema de control. En el decálogo macrista, se propone “la reducción de la carga impositiva a nivel federal, provincial, y municipal y enfocada en los impuestos más distorsivos”.

El cuarto y quinto punto del Consenso de Washington son tasas de interés fijadas por el mercado y positivas, algo que el gobierno macrista hizo desde el inicio de la gestión, resguardando a los bancos de riesgos comerciales y transfiriendo al cliente un costo de crédito altísimo. El quinto consenso es un tipo de cambio competitivo y fijado por el mercado, en este punto el gobierno ha tenido muchas dificultades. El dogma fue pronunciado multiples veces por el primer presidente del Banco Central, pero nunca realmente aplicado. Con el desastre inflacionario creado por la disparada del tipo de cambio, a raíz del callejón sin salida en que se ha metido el Banco Central por la emisión exponencial y onerosa de bonos en pesos, el Banco Central ha vuelto a intervenir el mercado. En este aspecto, el decálogo macrista es más vago, porque no parecen perder la esperanza de que la prescripción de Williamson pueda algún día funcionar en la Argentina. Macri propone: “Sostener un Banco Central independiente que combata la inflación hasta llevarla a valores similares a los países vecinos”. 

La idea de un Banco Central independiente significa de hecho un tipo de cambio y tasas de interés fijadas por el mercado, ya que la independencia preconizada es en relación al gobierno y no a los mercados.

Apertura

El sexto y séptimo punto del Consenso de Washington son la liberalización del comercio exterior y en particular eliminar cualquier restricción cuantitativa a las importaciones, sólo son aceptados aranceles bajos y uniformes como instrumentos de protección del mercado interno. El séptimo punto es la liberalización a cualquier restricción a las inversiones extranjeras directas. Ambas prescripciones ya han sido implementadas parcialmente por el gobierno macrista. En el decálogo del mejor gobierno de los últimos 50 años, se propone: “mayor integración al mundo, promoviendo el crecimiento sostenido de nuestras exportaciones”. 

Este punto parece anodino. Sin embargo, basta decir que la integración comercial suele medirse por la suma de exportaciones e importaciones. Las actuaciones hasta ahora, del gobierno actual, han seguido los puntos seis y siete del Consenso de Washington liberalizando importaciones con poco efecto en el aumento de las exportaciones. Sólo la profunda crisis, con la destrucción inédita del mercado interno, de pymes y del tejido industrial ha detenido el aumento de las importaciones.

El octavo y noveno punto del Consenso de Washington es la privatización de las empresas estatales por un lado, y la desregulación económica por otro. En este punto, el gobierno macrista avanzó con desregular todo lo que pudo directamente vaciando estamentos gubernamentales de control en comercio, en finanzas, por ejemplo o el transporte aéreo. Ha apañado y aceptado las desregulaciones de hecho operadas por las nuevas “empresas” basadas en plataformas tecnológicas como Uber, Cabify, Glovo, Rappi que aprovechan el nicho para evadir regulaciones económicas, laborales e impositivas. 

En esta línea, aunque no explicita en el decálogo de Williamson, se inscribe la desregulación del mercado laboral, más amigablemente denominada flexibilización laboral, esta reforma con la reforma de pensiones fueron apareciendo posteriormente como parte de la receta neoliberal; pero tal vez con menor consenso. 

En la lista de acuerdos que pretende el presidente, figuran: “la creación de empleo a través de una legislación laboral moderna, y la consolidación de un sistema previsional sostenible y equitativo”. Si bien no hay mayores detalles de lo que esto significa, se inscribe en la tradición neoliberal y los intentos gubernamentales actuales de imponer ciertas leyes demuestran el contendido buscado. En efecto, los intentos son de flexibilizar el mercado laboral para permitir mayor facilidad en los despidos, e introducir contratos laborales que incluyan menor protección a los trabajadores. Por el lado del sistema previsional la “equidad”, en lenguaje neoliberal, invariablemente significa que los beneficios deben estar directamente relacionados con los aportes, no puede existir solidaridad intergeneracional o social, lo que implica jubilaciones por capitalización individual, eliminar moratorias y pensiones universales.

El décimo punto del Consenso de Washington es la protección legal de los derechos de propiedad. En la lista macrista esto se expresa de esta manera: “respeto a la ley, los contratos, a los derechos adquiridos con el fin de consolidar la seguridad jurídica, elemento clave para promover la inversión”. 

Puntos adicionales

El decálogo macrista demuestra una singular falta de innovación y se inscribe totalmente dentro del Consenso de Washington, sólo presenta tres puntos adicionales que no ingresaron al consenso de Williamson. Estos tres puntos en definitiva son los únicos originales y reales producto del gobierno actual. Dos revelan una limitación intelectual y conceptual evidente y parecen más chicanas a la oposición que una base de consenso par organizar un Estado. Se trata de “la consolidación de un sistema federal basado en reglas claras que permitan el desarrollo de las Provincias, y que impidan que el Gobierno nacional ejerza una discrecionalidad destinada el disciplinamiento político”. La vaguedad del enunciado demuestra la liviandad del mismo: todo depende de las reglas, por muy claras que sean.

El segundo punto es “asegurar un sistema de estadísticas transparentes y confiables, elaborado de manera profesional e independiente”. Otra vez es un enunciado evidente, que parece buscar una chicana con la oposición ya que vuelve una cuestión instrumental en un objetivo de Estado: de nada sirve medir bien la pobreza si las políticas económicas aplicadas la generan. 

Por último, el tercer punto restante es “cumplimiento de las obligaciones con nuestros acreedores”. Es el único punto original, con una profundidad política y que tal vez sea el único punto que le importa al gobierno y sus socios. 

Aunque Williamson no haya sido capaz de admitirlo a Amsden, él fue quien cristalizó y le dio credibilidad a un conjunto de políticas que arrasaron con América Latina en los ochentas y noventas. Si bien él rechaza la paternidad, con razón, su documento sirvió de guía e inspiración para los gobiernos más lerdos y luego para académicos conservadores y economistas liberales que propalaron el dogma como verdad única.

Quince años después de haberlo enterrado, el Consenso de Washington, sigue siendo el inspirador de gobiernos lerdos.

* Miembro del Centro de Economía Política Argentina (CEPA).