“El hombre que dicta la condena debería blandir la espada”. O, en su formulación original, “The man who passes sentence should swing the sword”. En abril de 2011 PáginaI12 destacaba esa frase ante el estreno de la primera temporada de Game of Thrones. En 2011 la serie generaba expectativa para los cinco gatos que habían leído los cuatro tomos de la saga de George RR Martin. Verlo a Sean “muero siempre” Bean como Ned Stark era promisorio. Anticipar el capítulo inicial con esa frase era doble promesa, pues también sostenía el trasfondo de reflexión política agria que destilaba el autor en muchas de sus páginas.

El respeto a las frases de Martin es una de las columnas vertebrales de la adaptación televisiva de HBO. Porque el señor será un demorón a la hora de escribir los libros, pero tiene talento para definir en media línea a un personaje y a la historia que se está narrando. En medio de tantos debates sobre la octava temporada, vale recordar algunas de esas líneas de diálogo que explican la serie y la ordenan filosóficamente.

El más rico en sentidos es el adagio de allende el mar de Westeros, el “Valar morghulis, valar dohaeris”. “Todo hombre debe morir, todo hombre debe servir” tiene varios niveles de lectura. En la saga funciona como un mantra, un recordatorio de la propia mortalidad tanto como de que estamos en el mundo para algo o para otros. Es similar al espíritu del guerrero de algunos nativos americanos o del bushido oriental: saber tener un camino recto porque en cualquier momento puede venir la muerte.

Narrativamente, “Valar morghulis, valar dohaeris”, advierte al lector/espectador que ningún personaje tiene el destino asegurado. Esto es tan importante en Una canción de hielo y fuego, al punto que autor (y showrunners) lo aclaran con la decapitación del supuesto “héroe” cuando el agite por las callejuelas capitalinas no había pasado a mayores. Además, la frase recuerda que todo personaje tiene un rol que cumplir. Sea para derrotar al Rey de la Noche o en auténtico desenlace de la historia. Cuando ese rol se cumplió, al padre de la criatura no le tiembla el pulso para liquidarlo. Todo personaje sirve. Y luego, muere. Si el lector o espectador no acepta esto (cuántos juraron abandonar la serie con la decapitación de Stark), no hay pacto ficcional.

Afortunadamente, no es la única frase que deja la serie. Una que debió resonar seguido hace algunas semanas fue “Porque la noche es oscura y llena de terrores” (“For the night is dark and full of terror”). ¿Acaso la Bruja Roja no tenía razón? ¿El nigromante del norte no quería la noche eterna, el fin de la memoria del mundo? ¿Pues entonces a qué tanta queja por un combate contra zombies en flagrante oscuridad?

“En el juego de tronos, ganás o morís” (“In the game of thrones, you win or you die”). La pronuncia Cersei bien temprano y así condena a Ned Stark pero también establece una de las bases del relato: si pifiás, sos boleta. Si estimás mal tu propio poder, el de tus enemigos y el de tus aliados (y a veces no hay diferencia entre amigos y contendientes), te matan. Lo saben bien Olenna Tyrell, Meñique, Varys, Rob Stark, el High Sparrow, los hijos de la propia Cersei y los Baratheon.

Si se permiten las especulaciones, hay que considerar que Jon y Tyrion ya tensaron lo suficiente esta cuerda narrativa. ¿Cuántos más traspiés les tolerará la Madre de Dragones? La misma Daenerys ya tuvo tropiezos. Para muchísimos espectadores, ellos tres son los grandes candidatos al trono de hierro (¿ahora sepultado bajo los escombros?). Si mueren este capítulo, ¿qué sucedería? ¿El reinado quedaría para Sansa? Eso es algo que sólo podría suceder si se trasladara la capital a Winterfell, ya que no queda otro Stark para ocupar esa plaza (Arya está más para encabezar revueltas comuneras en King’s Landing que para entretener cortes). ¿Cada reino será un estado independiente? ¿Esto dará pie a alguno de los spin offs anunciados, con todas las grandes casas peleando por la supremacía? Ahí hay otro misterio, porque, como ya nos recordaron Varys y Meñique en dos ocasiones, “el caos es una escalera”. A ver quién sube los peldaños en medio del quilombo.

Por otro lado, ¡cuánta razón tenía Ygritte! La colorada de las gentes libres al norte del Muro fue clarita: “No sabés nada, Jon Snow”, le dijo. Y ese “You know nothing, Jon Snow”, además de un hit para remera, también es revelador de mucho de lo que sucede en esta y las anteriores temporadas. Aunque en esa cueva helada Snow parecía tener acertar con los deseos más carnales de la colorada, en todo otro aspecto él siempre anduvo desorientado. Ni su identidad, ni qué hacer con la mujer (ejem, tía) que ama, ni con las coronas que le regalan. De estrategia militar y política, ni idea. Tiene buen corazón, aunque no salude a su pichicho, pero en Westeros con el buen corazón no se gobierna. Ya que se menciona al pobre Ghost, vale recordar que además de las frases, George RR Martin es dado a las alegorías: tener el huargo blanco como testimonio de su ser bastardo funcionó hasta que supo su auténtica identidad. En los libros publicados, todavía por detrás de la serie, Jon se aleja progresivamente del lobo salvaje a medida que en su vida entran otras cosas. Ahora entiende que es un Targaryen, un dragón. Y montar un dragón –reconoce– arruina bastante la experiencia con otros animales.

El cierre de este repaso queda para uno de los momentos más siniestros de las ocho temporadas. La infame frase la pronunció Ramsay Boltón, que era un psicópata, sí, pero tenía perfectamente claro en qué mundo vivía. Así que eso que le dijo a Theon Greyjoy en medio de una sesión de tortura bien vale tenerlo presente esta noche: “Si pensás que esto tiene un final feliz, no estuviste prestando atención”.