Director consagrado, Juan Solanas es también hijo del senador Fernando “Pino” Solanas. Vivió 37 años en Francia –adonde llegó cuando su familia debió exiliarse por la última dictadura militar–, y desde hace cinco está radicado en Montevideo. “Crecí en Francia, donde el aborto no era un tema. Cuando supe, a principios de la década del 2000, que en Argentina no era legal, no lo podía creer. Me quedó marcado el tema. No me entraba en la cabeza. La crueldad contra las mujeres se potencia en la dupla entre iglesia y médicos. Los que estamos por la vida somos nosotros. Ellos se apropiaron de la expresión ‘pro vida’, pero lo único que logran es muerte, sadismo. Es un tema que me conmueve y me jode”, destacó Solanas a PáginaI12. 

El documental Que sea ley, que se estrenó en el Festival de Cannes, condensa esa mirada sobre el problema de la criminalización del aborto. A lo largo de una hora y media, va quedando en primer plano la ausencia de argumentos para oponerse a la sanción de la ley. Pero no es un film sobre la Campaña ni sobre el debate en el Congreso, aunque aparecen exposiciones del recinto y voces de legisladoras. Es un relato coral, en el que se enhebran las voces de algunas activistas feministas, algunas diputadas y senadoras –a favor y en contra– pero sobre todo se destacan los potentes testimonios de sobrevivientes de abortos clandestinos que Solanas recogió en distintas geografías del país –entre ellas Tilcara, Jujuy– y familiares de aquellas que murieron por no acceder ni siquiera a una interrupción legal, como ocurrió con Ana María Acevedo, o por no recibir la atención adecuada, como Liliana Herrera, en Santiago del Estero. Además, se incluye el testimonio de Belén: con el rostro entre sombras, la joven tucumana detenida en una guardia y condenada a 8 años de prisión tras sufrir un aborto espontáneo relata entre lágrimas el maltrato y la violencia que sufrió cuando fue con un dolor de panza a buscar ayuda médica y salió presa. También está la palabra de curas villeros y médicos y referentes antiderechos. 

Los testimonios dialogan a lo largo de todo el film con la alegría del activismo en las calles, las multitudinarias manifestaciones que acompañaron el debate en el Congreso, el ritmo de las tamboras, adolescentes poniéndose glitter, pañuelos verdes, y cánticos en las calles. 

Solanas recorrió unos 4000 kilómetros con su cámara. Conoció a mujeres de distintas localidades del país: una la fue llevando a otra. No hizo preguntas, dice. Puso la cámara y la ofreció para que contaran lo que querían contar. 

Es la tercera vez que una película suya es seleccionada para exhibirse en el Festival de Cannes. Su primer cortometraje, El hombre sin cabeza, ganó en 2003 el Premio del Jurado, por unanimidad. Su primer largometraje, Nordeste, que habla de la desigualdad y en donde una de las protagonistas, una mujer argentina, muy pobre, aborta en cámara, estuvo en la selección oficial.