Trece meses después de aquella noche decepcionante de Cardiff, cuando perdió ante el sudafricano Zolani Tete por el título de los gallos de la Organización Mundial casi sin hacer nada, Omar Narváez volvió a subir a los cuadriláteros. A los 43 años de edad y con 19 de actividad profesional, decidió seguir plantando bandera. Y a hacer acaso, el último intento por reinsertarse en un nivel internacional que le fue muy esquivo cada vez que decidió salir del país.

En su regreso de la madrugada del domingo en Tres Arroyos, Narváez le dio un paseo al sanjuanino Carlos Sardinez. Le ganó por puntos en fallo unánime después de haberse llevado todos los rounds y ratificó las virtudes archiconocidas de su boxeo ágil, elegante, rápido de piernas y brazos pero sin demasiada contundencia. Asumió la iniciativa desde la primera campanada y no la soltó hasta el final. Desde ese punto de vista, lo suyo fue auspicioso. No se vio a un boxeador veterano y gastado sino a uno con la motivación bien alta y en posesión de todas sus facultades. Aquellas que le permitieron ser bicampeón mundial de los moscas y los supermoscas, y que entre 2002 y 2018 le otorgaron un lugar de privilegio entre los boxeadores de 50 y 53 kilos.

Para este nivel de oposición, Narváez está sobrado. Podría pelear, ganar y gustar hasta el último minuto de su vida. Pero el chubutense (y su eterno manager Osvaldo Rivero) van a más. Y le apuntan a lo mejor del peso supermosca (una categoría por debajo de la que registró en su retorno). A partir de lo cual empiezan los interrogantes. ¿Le alcanzará con esto que tiene a pesar de sus 43 años bien llevados para dar el gran salto? ¿Puede conseguir algo más? ¿No hay un exceso de voluntad y optimismo a la hora de encarar este riesgoso operativo regreso?

A Narváez le asiste el derecho de hacer lo que le plazca con su vida y su carrera. Y queda más que claro que sigue pensándose a si mismo desde la actividad y no desde la nostalgia de los tiempos idos. Todo bien hasta ahí. El tema pasa ahora por saber si le dará la talla para desafiar a los campeones reinantes en los 52,152 kilos. Cada vez que levantó el listón de la exigencia contra el japonés Naoya Inoue en supermosca y ante el filipino Nonito Donaire y el sudafricano Tete en gallo, a Narváez le fue muy mal y perdió feo. En el ocaso de su campaña y a pesar del paso malvado de los años, pretende escribir una historia diferente. Deberá tener el pulso muy firme para poder lograrlo.