A la posverdad, deconstrucción. Si las puestas en escena vinieron a instalarse como narrativas legitimadas de los poderes hegemónicos, entonces no queda otra que dinamitarlas hasta reducirlas a polvo y ver qué formas genuinas pueden reordenarse a partir de allí. Ese parece ser el objetivo ulterior de Los Periféricos, un rockumental colectivo en el cual ocho realizadores independientes relevan seis microrrelatos marginados de una macrohistoria rockera tan pródiga en himnos, bronces y solemnidades de manual escolar.

El rock criollo no nació de La balsa como un mito epifánico y fundacional. Y en un estudio de Adrogué puede existir la misma creatividad y obsesión que en Abbey Road. Porque no hace falta subirse al escenario de Obras para buscar leyendas que habitan incluso entre los monoblocks de Soldati. O en Salón Pueyrredón, lugar sagrado a pesar de los deseos de sus creadores. Se puede ser punk grafiteando las paredes de la Buenos Aires de posdictadura pero también enseñando medicina en la UBA. Aunque hasta los discursos más ingeniosos pueden trastabillar si el micrófono del bar de Barracas que los amplifican anda mal. En ese collage construido colaborativamente se provocan todas las tensiones necesarias para entender que al rock no se lo explica únicamente desde sus proezas epopéyicas sino también desde sus historias llanas y mundanas.

La idea surgió de Gabriel Patrono, director del colectivo cultural La Nave de Los Sueños y realizador de El blues de los plomos, otro rockumental que también había profundizado el “más allá” de los relatos consagrados. “Gabi convocó a amigos, colegas y conocidos de él que estaban vinculados al rock y al cine con la intención de hacer algo en común”, explica Juan Rigirozzi, otro de los cerebros de Los Periféricos con experiencia en el rubro por sus registros Ellos son y Luna Punk, ambos de Los Violadores.

“Tuvimos libertad para proponer historias y cuando pasó el tiempo nos dimos cuenta de que todos hablábamos de los márgenes del rock, así que decidimos ir por ahí”, amplía Rigirozzi, quien dedicó sus diez minutos en la peli a hablar del Salón Pueyrredón, con la palabra de sus creadores y fuerte trabajo de archivo. Patrono, en tanto, se centró en la figura del monologuista y escritor Enrique Symns. La lista se completó con Tomás Makaji y Max, médico y profesor de la UBA que había sido cantante de Secuestro, grupo pionero del punk y el grafiti; con Iván Wolovik y el relevamiento de la “prehistoria” del rock argentino antes de La balsa; y con dos duplas: Luis Hitoshi Díaz y Gonzálo Hernández (que venían de trabajar juntos en Héroxs del ‘88) con el misterioso estudio DDR de Adrogué, y Lautaro Aledda y Pablo Arias Ulloa rescatando la figura de Rulo Fernández, acaso de unos de los primeros guitar hero del rock doméstico.

“Cada corto fue autofinanciado y ninguno de nosotros se metió en las burbujas de los otros, aunque luego hubo trabajos en común como el de la posproducción”, detalla Rigirozzi. “Pero sí nos abrimos a las opiniones de los demás para que se trate de una película y no solo de una sucesión de cortos. Apenas nos conocíamos entre nosotros y esa dinámica vino bien para aprender de los otros y manejar nuestros egos, ya que el trabajo de la dirección de cine generalmente es más bien solitario.”

A lo largo de una hora, la película se va potenciando por el carácter acumulativo de relatos narrados no con la pedantería del historiador sino con el oficio del cronista. El modus operandi libera el trabajo de rigores investigativos para darle espacio a una artesanalidad en la cual las historias son tan importantes por los protagonistas como por las miradas que sobre ellos se deposita.

¿El contenido de Los Periféricos tiene que ver también con este proceso de discusión y deconstrucción al que se ve sometido el rock?

--Por un lado sí: es el resultado de una narrativa emergente. En un principio, las historias del rock eran contadas de una manera muy condescendiente y muy “enamorada”. Tampoco es que eso esté mal, porque de hecho algunos de nosotros lo hicimos. Pero ahora intentamos romper esa situación y dar un paso más allá de lo estético y lo narrativo desde una situación indie. Porque quebrar ese revisionismo te obliga a buscar nuevos recursos y otras formas de contar: no solo ponemos la cámara para que alguien diga lo grandioso que fue sino también para imprimirle nuestras miradas e improntas. Todos nos identificamos con el rock, pero dentro de él también tenemos una búsqueda.

¿Creés que le faltó justamente “rock” a la manera en que éste vino siendo contado?

--No sé qué es ser rockero o “tener rock”. Nosotros tenemos una forma de hacer cine y de contar al rock que queremos que se valorice. Y compartimos la visión sin denostar ni menospreciar nada, aunque sí creo que hay una solemnidad a veces en las formas de narrar a un artista, una banda, un evento o un lugar. Es cierto que el documental como género amerita que sea solemne, pero no especialmente en el rock. Y nosotros nos hacemos cargo del recorte que elegimos porque queremos jugar con el lenguaje en un formato como el rockumental, que está empezando a tener cierto auge y es un buen lugar para mostrarse.

¿Cuál es el mensaje abarcador que encontraron cuando vieron sus cortos dentro de una obra que los totaliza?

--Nos paramos en un lugar de fin de época, una especie de mirada en la que nuestros personajes hablan de cosas que sucedieron pero ya no se ven. Cosas que fueron gloriosas antes pero ya no. Aunque, al mismo tiempo, hay otros personajes que no las vivieron pero igualmente vienen a refrescar estas historias desde su juventud. Todo es cíclico, da vueltas, gira… y vuelve. Como si empezara y terminara todo el tiempo. Si el rock está vivo o muerto, tal como se discute en estos momentos, tiene que ver también con lo que tengamos nosotros dentro y el lugar desde el cuál nos paremos para analizarlo.

* Los Periféricos tiene proyecciones los jueves de mayo a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543.