A principios de mes, seis policías entraron en la casa de la activista polaca Elżbieta Podleśna, de 51 años, revisaron su hogar de cabo a rabo, secuestraron teléfono, computadora, libretas, pendrives, disquetes. En un coche sin marcar, la llevaron hasta una cárcel donde le tomaron las huellas dactilares, la obligaron a quitarse corpiño y medias, la hicieron sentir “la peor de las criminales”.

Varias horas después, la dejaron en libertad, no sin antes recordarle que la pena que le calzaría –de ser encontrada culpable en venidero proceso legal– es de hasta 2 años en prisión por “vilipendiar el sentimiento religioso”. Algo que el mismísimo ministro del Interior, Joachim Brudziński, se encargó de subrayar vía redes sociales, celebrando con exaltación que las fuerzas policiales hubiesen apresado a quien, a su fanático entender, había cometido un acto de “barbarie cultural”.

¿Cuál fue el gravísimo delito de Elżbieta Podleśna? Pues, colgar carteles y pegatinas de la Virgen María y el petit Cristo ligeramente intervenidas: en vez de los clásicos halos dorados, llevan aureolas con todos los colores del arcoíris, símbolo de la comunidad LGBTQ+.

Podleśna pegó esta versión inclusiva en muros, tachos de basura, baños públicos cercanos a la iglesia St. Dominik en la ciudad de Plock. Lo hizo en respuesta a lo que allí había acaecido semanas antes, en Pascua, cuando   –por tradición– se escriben los pecados en torno a una cruz. Junto a palabras como “avaricia” o “soberbia”, se anotaron otras como “LGBT” o “género”, cercanas a “desviación”, “perversión”, “agresión”. Algo que, evidentemente, nadie consideró una ofensa criminal; a diferencia del terrible, ¡terrible! arcoíris emperifollando a María y baby Jesús. “¡Una profanación de la imagen de Nuestra Señora!”, profirió un encolerizado Brudziński, señor que no suele ahorrarse los dichos homofóbicos, a tono con la línea de su partido nacional, el ultraconservador Ley y Justicia (PiS según sus siglas polacas), actualmente en el poder.

La imagen de la controversia, por cierto, es una representación alternativa del ícono católico más venerado por Polonia: la Virgen Negra de Częstochowa, pintura bizantina de María y Jesús que data del siglo XIV, y que se encuentra en el monasterio mariano de Jasna Góra, un sitio de peregrinación obligatoria para los más devotos. No son pocas las personas que derraman plegarias frente a la susodicha imagen, convencidas de sus poderes milagrosos. Se dice, por caso, que las dos marcas que lleva María sobre su mejilla derecha responden a un asaltante husita que antaño blandió sendos cortes sobre la tela, y al intentar un tercero, cayó redondo y murió en agonía. Se dice además que muchas veces se buscó reparar los cortes, pero que siempre acaban reapareciendo. Aún más: no faltan los creyentes que suscriben a la leyenda de que fue el mismísimo San Lucas quien pintó la mentada imagen, y que lo hizo sobre una mesa de ciprés construida por el mismísimo Cristo en sus prácticas de carpintería. Cuenta el cuento que Lucas pintaba mientras conversaba… con María.

Cuestión que la Virgen Negra de Częstochowa es patrona de Polonia desde el siglo 17, y fue precisamente a su carácter de “protectora” al que Elżbieta apeló simbólicamente al utilizar su imagen pía (retocado, sobra decir, su halo). “No como un ataque a la religión, no como un ataque a la fe: para protestar contra la intolerancia de la iglesia y el gobierno, denunciar sus embestidas contra el movimiento LGBTQ+ y las identidades no heteronormativas”, en palabras de la mujer.

De momento, el asunto, lejos de mermar, está que trina. Los pasados días, cientos de personas se manifestaron en las calles de Varsovia para denostar la causa contra la activista, flameando sus propios carteles con la imagen de la controversia, acompañada la Czarna Madonna de halo multicolor por lemas como “El arcoíris no es ofensivo” o “Por una Polonia democrática”. La Helsinki Foundation for Human Rights, con sede en Varsovia, también condenó la acción policial, resaltando que la activista se había manifestado pacíficamente. Y en una carta abierta, católicos liberales se pronunciaron de ídem modo, acusando al líder del PiS, Jaroslaw Kaczynski, de “monopolizar la iglesia y el gobierno”. Amnistía Internacional, mientras tanto, suma firmas en una campaña de apoyo a Podleśna, instando “al ministro del Interior polaco a garantizar que se retirarán de inmediato los cargos contra Elżbieta”.

Así y todo, la rabiosa cacería pareciera estar empezando: una semana después de la detención de Podleśna, la policía detuvo a otra activista, Anna P, de 27 años, por ídem causa. Y asegura que está tras los pasos de una tercera mujer involucrada. Empero, según una encuesta reciente, buena parte de la ciudadanía piensa que penar a las activistas es ridículo; al 41 por ciento le parece “completamente injustificado”; al 26, “bastante injustificado”. Solo un 11 por ciento está de acuerdo con que reciban una sanción. Sanción que, bajo el artículo 196 del Código Penal polaco, podría traducirse en multa o encarcelamiento de hasta 2 años, colmo del horror.

Por lo demás, y a modo de petit paréntesis, imposible no linkear la cuestión con cierta censura local reciente; la que pesó sobre “María feminista”, también conocida como “La Virgen abortera”, de la artista Silvia Lucero (aka Coolpa): estatuilla intervenida con el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito, que hizo rechinar a los antiderechos e, incluso, a la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural, que consideró que la obra “atenta contra los valores religiosos”. A tal punto las presiones oficiales, que la pieza fue retirada de la muestra colectiva “Para todes, tode” del Centro Cultural Haroldo Conti sin más.