Nació en Pocitos, provincia de Salta, y antes de los diez años estaba batiendo sus alas marcando una ruta fuera del mapa. A los trece salió expulsada de la casa por niño desobediente y niña inocultable. Nacía a esa edad, parida por segunda vez, ya no una persona ni tampoco una ciudadana sino una huérfana social -sin vivienda, ni educación, ni salud, y sin otro nombre para el deseo que despierte su cuerpo que una caterva de eufemismos: “fue una debilidad”, “una equivocación”, “una caída”. En la secuencia que sigue, se vislumbra cortando el horizonte prostituido, la figura de la Pocha, la vieja trava que trafica los yeites para sobrevivir, madraza de la vida subterránea donde la niña Lohana aprende a tunearse el cuerpo a medida de los gustos y los disgustos a veces propios y también ajenos, sin asepsia, sin turnos, sin obra social.

Resultado: una potra de los carnavales, un camión con acoplado, el sueño de las tetas y la necesidad de esconder el bulto que van fundando una apariencia, un vocabulario y hasta un lenguaje, distintivo pero no liberado, tan único como formateado por el mismo que expulsa y consume. Lohana lo explicaba para toda la familia: “Si le preguntamos «a la gente» (sin repetir y sin soplar, como diría algún conductor de televisión) cómo ve al travestismo dirían que somos viciosas, escandalosas, exhibicionistas, y nada tiene que ver. Nosotras, al ser parte de una cultura estamos atravesadas por las capacidades y miserias de las culturas donde nos desarrollamos”. Enseguida aparecerá la amiga que la invita a cometer el exilio y probar suerte en el Centro. El relato de la vida trava se completa con el humor, como primera arma de supervivencia y sello de fábrica: “Al principio no encontraba hoteles que me admitieran. Y ¿qué hacía? Me dormía en la plaza del Obelisco. ¿Cómo un pordiosero? No querida, simulando ser una turista.”

Lohana Berkins, la personalidad más revolucionaria y al mismo tiempo eficaz del panorama político argentino de los últimos tiempos, la que consigue tejer las redes para que toda una comunidad salte por fuera de este patrón biográfico que estamos describiendo, y que a su vez, el resto, más tarde o más temprano, tenga que repensar el suyo, fue durante sus años más tiernos, un desecho de la gran fábrica de ovejas negras que es la familia. Y ni siquiera contó, ni ella ni las de su generación, como contaron los niños huérfanos de Dickens, con una versión edulcorada o conmovedora, ni con la misericordia de las homilías, ni con la reivindicación del activismo de izquierda, hasta su propia llegada a ese territorio.

Si llegaste hasta aquí buscando qué significa Lohana Berkins para la historia argentina, qué incidencia tiene su paso por este mundo para tu vida, seas travesti o no lo seas, es que llegó la hora de correr a Google y poner, por ejemplo, “entrevista a Lohana Berkins”. Hay miles. En todas te habla. Lean sus libros, sus artículos, su modo pedagógico y claro de desplegar un manual de política contemporánea donde se sientan las bases –que funden de un modo inédito furia y amor– para la construcción de nuevas sujetxs políticos.

Este artículo no es una semblanza ni lo pretende ser. Que sea en todo caso, una flecha en la pantalla que te incite a hacer el link. Lohana está allí, en la articulación de sus palabras, resignificación de las palabras de toda la gente con la que conversó y ahora multiplicada en otras voces. Ese saber marica, trava generacional y latinoamericano, es transferible y no necesita traducción.

Lohana Berkins fue su propia travesti. Puso en evidencia este patrón

biográfico con el que cumple su propia historia. Pero dio un paso más y lo desarmó. Denunció hasta qué punto este cuentito viene manipulado por los ojos que miran desde afuera y hasta qué punto la modulación propia de la voz trava se nutre de la segregación, de tantas horas durmiendo en el mismo cuarto, de compartir pensión, de pelear la esquina. Construyó la figura de las víctimas, luchando en los 90 contra los Códigos Contravencionales que habilitaban el exterminio de putas y pobres, pero le superpuso en la década siguiente el alarido de las víctimas, corriendo el foco de salvar las papas a la cuestión identitaria. Un nombre y un documento para poder ir a la escuela y al hospital, para formar parte de la ciudadanía. Si en mucho se distingue de los modos de hacer política y de tramitar el discurso de los derechos humanos es por su capacidad para usar la ventana para entrar, la puerta para subir, las escaleras para llegar a otro edificio. Aglutinar fuerzas dispersas e imponer una agenda real frente a los placebos políticamente correctos y la cultura del slogan. Hay que tener coraje en este mundo de gusanos capitalistas para ser mariposa.

De la calle, de la cumbia, de la virgen que adoraba, de las muertas, de los clientes y de sus amores, sacó letra. De sus amigxs académicxs y activistas, de sus compañeros trans, de sus viajes por Latinoamérica, de todas las travestis más viejas y más jóvenes con las que se juntó, sacó letra. “Cuando una mariposa tenía que parecerse a una hoja –decía Nabokov– no solo todos los detalles de una hoja estaban bellamente renderizados, sino que se introducían generosamente marcas que imitaban agujeros aburridos.” Contra toda inercia filatélica que etiqueta identidades en una sigla o en un escritorio ministerial clavando con alfileres: el estilo mariposa, de aleteo y latrocinio de polen, de potencia para atravesar kilómetros en bandada.

Murió en el Hospital Italiano, ciudad de Buenos Aires, el 5 de febrero de 2015. Tenía 49 años y, aunque no necesitaba refrendar nada, colaboró con el promedio de vida de la población travesti que ella misma había conseguido calcular, hacer visible y finalmente poner en agenda política: Morimos antes de los treinta. El 73 por ciento no terminó la educación obligatoria, el 81 vive de la prostitución y el 82 ha sufrido violencia policial. Morimos mayoritariamente por tres causales: violencia policial, HIV, complicaciones de las cirugías.

“Cuando muere una travesti siempre se piensa ‘por algo será’, ‘algo hizo’, ‘celos pasionales’, ‘se mataron por un cliente’. Nuestras víctimas no logran tener legitimidad en esta sociedad.” Cuando murió esta travesti, muchísimxs temblamos de miedo y de orfandad. No había motivos. Quien encarnó la lucha por el nombre propio ya era un concepto andante antes de su muerte. Lohana Berkins es sustantivo y verbo. Es un circunstancial donde se juntan tiempo y espacio. Es ese lugar que siendo niña marcó por fuera del mapa y que ahora brilla como rutas alternativas. Toda una infancia tiene en ella una historia donde nombrarse. Prócer y plebeya. Y como en las viejas historias de piratas, ladrones y pícaros diversxs, su legado impone a todes un ejercicio de decodificación, de solidaridades, fuerzas y amores, para remover la tierra de lo silenciado y lo escamoteado, desenterrar el tesoro.