Desde París

Europa está llena de anticuerpos y serán éstos quienes, este domingo, dirimen las elecciones para renovar el europarlamento. Anticuerpos / antieuropeos. Las listas soberanistas, euroescépticas o eurofóbicas, tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha, podrían alcanzar este 26 de mayo records históricos hasta convertirse en el segundo grupo parlamentario, justo detrás de los conservadores del PPE, Partido Popular Europeo, que agrupa a los principales partidos de la derecha de gobierno. En total, hay 56 listas que repudian a la UE cuya presencia se extiende a 26 de los 28 países de la Unión Europea. Los dos marcadores de esta tendencia no son las ofertas de la izquierda radical sino las de las ultraderechas de Italia y Francia. Como resultado de una alianza que aunó las dos dinámicas ascendentes del líder italiano Matteo Salvini y la francesa Marine Le Pen, ambos partidos, La Liga y el Reagrupamiento Nacional (ex Frente Nacional) se alistan para una gran victoria. En Francia, el Reagrupamiento Nacional está en la línea recta con vistas a reiterar su hazaña de las precedentes elecciones de 2014 y ser el movimiento más votado de Francia. Las últimas encuestas ubican a la extrema derecha francesa en un abanico que oscila entre el 24 y el 25 por ciento, delante del partido presidencial La República en Marcha (LRM), a un punto, un punto y medio por debajo. Lejos llega la derecha de Los Republicanos con 14,5%. La izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, Francia Insumisa, no parece capaz de ponerse por encima del 10% (entre 7 y 8 por ciento según los sondeos). En cuanto al mamotreto que quedó del destruido Partido Socialista, sus perspectivas son las de un grupo confidencial si se toma en cuenta que fue, hasta hace apenas dos años, el partido de la alternancia con la derecha: entre  5 y 6 por ciento.   

El jefe del Estado francés, Emmanuel Macron, enfocó la campaña hacia un duelo directo con la extrema derecha. La opción planteada era: yo el liberal, con una propuesta acorde a un mundo globalizado, contra los nacionalismos de la ultraderecha. La estrategia le convino tanto a él como a Marine Le Pen. Ambos fueron casi los únicos actores de una campaña electoral opaca, casi diluida, que podría suscitar una de las abstenciones más importantes de la historia de las consultas europeas. Macron se juega el porvenir de sus reformas, es decir, la posibilidad de llevar a cabo su credo interrumpido por el movimiento de los chalecos amarillos: “la transformación del país”. Esta postura lo deja en una situación incierta porque, con ella, la elección de este domingo, la primera de su mandato, se transforma en una suerte de plebiscito de su presidencia. 

Ese es precisamente el camino trazado por la ultraderecha francesa: derrotar a Macron a todo precio. En los últimos días, los volantes repartidos en Francia por los militantes de la ultraderecha decían únicamente: “voten contra Macron”. Las demás extremas derechas del Viejo Continente aspiran a lo mismo. Acercarse lo más posible a los partidos que gobiernan o superarlos. La única expectativa que rodea las elecciones para el Europarlamento consiste en saber no ya si van a ganar, sino por cuanto. El detalle no es anecdótico cuando se miden las estadísticas de la consulta: votan 374 millones de personas en lo que constituye la cita electoral más importante del mundo, incluida la India. Esta corriente extremista viene de lejos y está llegando muy cerca. Hay, no obstante, una deformación. Las fotos de los mítines suelen mostrar a los ultras unidos y felices, pero nada es más falso. Son una familia con aversiones, complots, rencores, ambiciones y cuentas pendientes. La restauración de las fronteras, la identidad nacional, el discurso anti musulmán, el menosprecio hacia los inmigrados y la critica a la “tiranía europea” (la Comisión de Bruselas) son las líneas narrativas donde todos convergen. Después están las fracturas internas y allí no hay fotos con sonrisas. El líder Húngaro Victor Orban (Partido Fidesz) no quiere saber nada con Marine Le Pen, lo mismo que los polacos de Ley y Justicia, Jaroslaw Kaczyinski, (ambos son partidos de gobierno). Las divergencias se apoyan en concepciones económicas disidentes y en una lucha de poder. Globalmente, lo primera separación está entre quienes pugnan por salir de la Unión Europea y del Euro mientras que lo segundo atañe la conformación de los grupos políticos dentro del Parlamento Europeo. Se trata de una pieza clave en el juego de influencias políticas. Hungría y Polonia, por ejemplo, rehúsan conformar un grupo parlamentario de ultraderecha junto a Finlandia, Estonia, Dinamarca, Austria, Alemania, Holanda, Italia o Francia. Su meta consiste en mezclarse con los grupos de la derecha tradicional como el PPE, Partido Popular Europeo (donde ya está Orban, actualmente suspendido por su radicalidad), o los Conservadores y Reformistas. Este concepción de las geometrías políticas le ha restado, por el momento, mucho poder a los nacional populistas. 

Estas derechas vampiro están en una posición ideal para apoderarse de Europa a plena luz. En muchos casos, las encuestas le atribuyen resultados tres veces superiores a los de 2014. Europa vota así este domingo no tanto para diseñar su futuro sino para recuperar y poner en primera plana lo peor de su pasado. El embrión de la Unión Europea nació en 1952 cuando se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. La reconfiguración del Siglo XXI se hace con los protagonistas ideológicos de la hecatombe de dos guerras mundiales del Siglo XX y el telón de fondo contemporáneo del ocaso de las clases medias, el desempleo, la desigualdad, la destrucción de los sistemas de solidaridad colectiva y el racismo. El nacional-populismo moderno es la flor de esas semillas del mal.

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