Hará diez años, en una fiesta, Brit Marling conoció a una mujer especial. Primero la vio de lejos y le impactó: sintió que irradiaba algo distinto. Después conversaron y entendió por qué transmitía esa firmeza, como un aire de saber algo que los demás desconocían. Era una mujer que había atravesado, como dice la ciencia, una experiencia cercana a la muerte. Había muerto y había revivido. Su presencia era agradable, no fría y extraña como la de un fantasma: era una persona completamente presente en el lugar. Pero había algo más en ella. Algo indecible e incomprobable, que excedía lo material, pero estaba. Brit Marling nunca la olvidó: esa mujer fue la primera inspiración de The OA, la nueva serie de sci-fi de Netflix, que se estrenó hace un mes. 

Cuando sucedió ese encuentro, Marling (Chicago, 1982) estaba haciendo el principal cambio de rumbo de su vida. Durante dos años había viajado filmando un documental –Boxers and Ballerinas, de 2004, sobre el conflicto entre Cuba y Estados Unidos– y la experiencia le hizo advertir que estaba por iniciar una carrera segura y estable, pero tal vez poco entretenida y valerosa. Igualmente se recibió, en Economía, con el mejor promedio, y tuvo que dar el discurso de graduación. Dijo entonces que sacarse todos diez no es algo a lo que se deba aspirar: que puede significar no haber tomado suficientes riesgos o tener un pensamiento poco rebelde. A continuación rechazó un puesto en el banco de inversiones Goldman Sachs diciendo que iba a ser artista, y se mudó con dos amigos a Los Ángeles a probar insertarse en la industria del cine.

A ellos, su nueva familia, los conoció en la universidad de Georgetown: Mike Cahill, el compañero del documental, y Zal Batmanglij, co-autor y director de The OA. Marling llegó a LA pensando en convertirse en actriz, pero nunca quiso hacer de novia indiferente o víctima de film de terror, los típicos papeles de chicas lindas –ella, además, no tenía  formación–. Así fue que empezó a escribir. A leer libros sobre guión y a escribir, con sus tres amigos pero de a pares. Les funcionó así por alguna razón. Una mitad del día Marling trabajaba con Batmanglij y la otra con Cahill. Las dos películas que escribieron consiguieron financiación y se estrenaron en 2011 en el festival de cine independiente de Sundance. En Sound Of My Voice, Marling es Maggie, una mujer que dice venir del año 2054 y está preparando a un grupo de elegidos para sobrevivir en el mundo de guerra y hambre por venir. Tiene una enfermedad que la hace cargar un tanque de oxígeno y vive en un sótano en total ascetismo. Un periodista y su novia pretenden desenmascararla pero no resulta tan fácil: Maggie tiene un carisma deslumbrante, y dice cosas sobre la vida interesantes e irrebatibles. Aun cuando le piden que cante una canción de moda en su tiempo y es “Dreams” de Cranberries, sus modos hacen que su historia resulte creíble. En Another Earth Marling es Rhoda, una egresada de secundaria fascinada con la astrología que, manejando después de festejar que la habían aceptado en un instituto de investigación de Cambridge, se distrae mirando el cielo y mata a una mujer embarazada y su hijo chiquito. Pasa cuatro años presa y al quedar libre, en un mundo donde se descubrió un nuevo planeta Tierra, empieza una relación con el hombre al que dejó viudo, que no sabe quién es ella. Pero no hay cinismo en Rhoda: su intención al principio es pedir perdón; los nervios la anulan y termina diciendo que limpia casas, y finalmente salvando al hombre de la depresión. Después vino The East (2013), otra de guión conjunto con Batmanglij, donde Marling interpretó a una agente de servicios de inteligencia con la misión de infiltrarse en un grupo de freeganos en lucha contra las farmacéuticas. Y luego la estupenda I Origins (2014), que escribió y dirigió solo Mike Cahill, con ella en papel de asistente en un laboratorio que estudia la evolución del ojo humano. Su personaje, Karen, cobra protagonismo después del horrible accidente que mata a la novia del joven científico que lidera la investigación. Brit Marling ha dicho que encuentra placer interpretando guiones ajenos, entregándose al modo de ver el mundo de otras personas. Y también que los personajes, para querer interpretarlos, tienen que ponerla en un lugar donde no estuvo nunca: tienen que darle miedo. Se la puede ver en un contexto distinto en The Keeping Room (2014), un drama realista sobre tres mujeres que resisten solas durante los años de Guerra Civil en EE. UU. Pero ya siempre se la estará buscando en productos más bien futuristas, como las que crea con sus amigos, el tipo de historias complejas, formativas y atrapantes que plantean ese interés afín en los tres: el más allá de la ciencia, el trauma, la muerte. 

A su lugar de heroína de serie en The OA, Marling lo gana en la escena de la casa en construcción abandonada, cuando la especial Prairie Johnson calma al rottweiler de Steve, un adolescente conflictivo al que están por meter en un colegio militar. Ese chico, otros tres alumnos y una maestra de la secundaria de Crestwood, Illinois, ayudarán a Prairie a encontrar y rescatar a cuatro amigos prisioneros de Hap (Jason Isaacs), un científico obsesionado con los fenómenos de ECM, las experiencias cercanas a la muerte. Para eso deberán escuchar su historia desde el comienzo, desde que nació, en Rusia en 1987. Sabrán cómo perdió la vista, por qué terminó en ese pueblo como hija adoptiva de Nancy y Abel Johnson (Alice Krige y Scott Wilson, creíblemente sufridos y avejentados), y los detalles de su desaparición ocho años atrás, hasta su regreso con la vista recuperada haciéndose llamar OA. Mientras escribían The East, la película de los freeganos, Marling y Batmanglij probaron congelar sus cuentas de bancos y comer de la basura. Para The OA visitaron escuelas de todo el Medioeste. Escucharon clases, entrevistaron a padres y maestros y compartieron tiempo con adolescentes. Ella también pasó tiempo con una persona ciega, y permaneció horas con los ojos vendados para elaborar a Prairie. Porque personajes bien caracterizados hacen verosímil cualquier fantasía, permiten la narrativa; y porque no se puede hablar de lo desconocido sin investigación, sin experiencia.