Aquel partido enfrentaba a dos tenistas argentinos pero sólo uno surgía como el claro favorito para llevarse la copa. Dos jugadores con una historia en común que protagonizarían una película imposible de repetir.  Nadie en el mundo imaginó semejante desenlace. La realidad derrotó por goleada a la fantasía.

Se cumplen este jueves quince años de aquella gesta irrepetible de Gastón Gaudio en la final de Roland Garros ante Guillermo Coria. “Todo lo que pasó fue de ciencia ficción”, explicó el Gato tiempo después respecto de lo sucedido aquel 6 de junio de 2004 en París. Y nunca una descripción fue tan acertada.

Hasta ese día Gaudio, por entonces número 44 del mundo, había disputado el torneo de su vida y sabía que era el momento de quedar en la historia grande del tenis. Sin ser preclasificado se abrió camino mientras explotaba lo mejor de su repertorio.

En la primera ronda venció en cinco sets a Guillermo Cañas, en un partido que se suspendió por falta de luz; luego eliminó de forma sucesiva al checo Jiri Novak (14 del ranking), al sueco Thomas Enqvist (65) y a Igor Andreev (77) para avanzar a cuartos de final. Quizá haya jugado el mejor tenis de su vida en los siguientes dos encuentros: triunfo 6-3, 6-2 y 6-2 ante Lleyton Hewitt (12°) y exhibición frente a David Nalbandian (8°) para ganarle 6-3, 7-6 (5) y 6-0, en cuyo tie break del segundo parcial desató el enojo del cordobés por haber sacado dos veces del mismo lado.

“Ganar Roland Garros es el sueño de cualquier tenista. Quince años después de haber ganado… (piensa) es mucho tiempo, creo que ya lo pasé por alto, pero Roland Garros va a quedar para toda la vida y hasta para mis hijos”, contó Gaudio este año en una entrevista exclusiva con PáginaI12.

Gaudio y Coria tenían un historial repleto de cruces, discusiones, chicanas y tensión. El Mago se había quedado con el primer enfrentamiento en la final de Viña del Mar 2001, con celebración a lo Marcelo Salas incluida. El Gato se tomaría revancha cinco días más tarde en Buenos Aires: festejó el triunfo con un bailecito, se quitó la remera y exhibió una bandera de Independiente.

Dos años más tarde, con la guerra ya declarada, Coria se impuso en Buenos Aires y devolvió gentilezas con otro baile. Pero tres meses después, en semifinales de Hamburgo, la bomba explotó. El Mago ganó 6-3, 6-7 y 6-0 antes de dejarse caer en la cancha y acercarse rengueando a la red para saludar al Gato. “¿Qué te pasa? Si mirás mal te cago a trompadas, gil”, le dijo Gaudio sin vueltas.

La novela tendría un cierre inesperado en Roland Garros. Aquel domingo por la mañana el país se paralizó para ver un partido de tenis, nada menos que la primera y única final de Grand Slam entre dos argentinos. Antes de la irrupción de Rafael Nadal en el circuito, Coria era el mejor jugador del mundo sobre canchas lentas, un prototipo perfecto de campeón y el gran favorito para ganar la Copa de los Mosqueteros. Gaudio, por otro lado, desbordaba talento pero solía atravesar vaivenes emocionales. Más allá de la previa, el partido era un clásico. Y en los clásicos todo puede pasar.

En un estadio Philippe Chatrier colmado hasta la última butaca, el número tres del mundo ganaba dos sets a cero y se encaminaba al título hasta que todo cambió: la ola desde las tribunas despertó a Gaudio y el partido se volvió dramático.

Fueron tres horas y media que tuvieron de todo: suspenso, los calambres de Coria, jugadas de otro planeta y un quinto set para la posteridad. Los dos match points que tuvo el santafesino y que no le dieron el trofeo por milímetros reflejan lo que significa la delgada línea entre el triunfo y la derrota. Gaudio se consagró 0-6, 3-6, 6-4, 6-1 y 8-6 en un partido que cambiaría la vida de ambos para siempre.

“Con toda la experiencia que tuve en mi carrera me di cuenta de una cosa: ni sos tan genio cuando ganás Roland Garros ni sos tan boludo cuando perdés. Yo me fui silbado en el Buenos Aires, como si yo fuese un desastre, y al otro año gané Roland Garros. Entonces me di cuenta que todo es una rueda que va y viene todo el tiempo”, analizó el Gato en la charla con este medio, quince años después, el campeón que dejó una huella indeleble y convirtió en realidad lo imposible.

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