Los límites entre lo real y lo sobrenatural se vuelven extrañamente frágiles en un bosque oscuro y brumoso. Lo sabe cualquiera que se haya echado a caminar en un pinar en pleno invierno. Esa sensación crece si el celular no tiene señal, el caminante se extravía y se topa entre los árboles con un cadáver picoteado por los cuervos. Lo sabe cualquiera que haya visto algún episodio de Zona blanca, la serie policial franco-belga que integra el menú de Netflix, con una segunda temporada ya terminada y una tercera en camino. Esos sombríos y nebulosos bosques belgas que otra miniserie francófona de suspenso –La Trêve alias The Break alias La tregua– volviera globales el año pasado, también a través de Netflix, son un escenario natural ideal para el cruce de géneros entre el policial y el misterio sobrenatural. Un cruce que, en Zona blanca, va apareciendo de a poco, primero como una sensación de extrañeza, luego con indicios fantásticos que se corporizan paulatinamente y con rigurosa paciencia. Este bosque intrincado añade un “obstáculo” que resulta esencial para el universo narrativo de la serie: debido a cuestiones presuntamente naturales –los árboles, las montañas, la dictadura de las leyes magnéticas– en este ficcional pueblito belga perdido en el bosque, las máquinas nunca funcionan demasiado bien. Y, horror, no hay señal de telefonía celular. Esa es la “zona blanca” del título, precisamente (curiosidades idiomáticas de las metáforas cromáticas: la expresión para aludir al “apagón” tecnológico apela al blanco en el francés original, Zone Blanche, pero recurre al negro en la adaptación al inglés, Black Spot). Esa desconexión tecnológica –allí tampoco funciona el GPS, ni siquiera las brújulas, ¡¿será posible?!– hace que cada vez que alguien se echa a caminar en los miles de hectáreas de bosques, esté virtualmente solo, lo que deriva en el record de misteriosas de- sapariciones de todo Bélgica. PáginaI12 entrevistó al escritor Mathieu Missoffe, el creador y el guionista de Zona blanca. 

–¿Cómo funciona esta “zona blanca” en el aspecto narrativo? ¿Necesitó ese apagón de celulares para que pudiera encenderse el misterio?

–Según lo veo, en la serie la ausencia de señal en los teléfonos móviles y las fallas de la tecnología moderna ayudan a crear una sensación de aislamiento y angustia que pesa sobre nuestros personajes. Y que explica orgánicamente por qué nuestra ciudad ficticia de Villefranche tiene, diría, cierto clima casi de western. Sin la tecnología, los instintos tienden a prevalecer nuevamente. Y como la violencia nunca se queda atrás, las personas tienen que decidir si todavía creen en su comunidad o si eligen luchar sólo por ellas mismas. Por cierto, todas estas cosas se sienten muy en sintonía con lo que está sucediendo en el mundo hoy en día: a pesar de que están súper conectadas, muchas personas se sienten muy aisladas con sus problemas e incapaces de entenderlos realmente. 

–Todos los personajes de Zona blanca pueden mostrarse fuertes o débiles, según la escena. ¿Cómo trabajó sobre esa dualidad?

–Los personajes simplistas o unidimensionales son la peor pesadilla de todos los escritores. Creo que un ambiente hostil y con muchos conflictos integrados, como el nuestro –con policías y criminales, con activistas y contaminadores ambientales, con extraños fenómenos naturales– es una excelente manera de obligar a los personajes a revelar lo mejor y lo peor de ellos mismos. En algunas situaciones pueden salir victoriosos, y en otras, cometer grandes errores. Otra forma de verlo es que, si bien todos los personajes principales de la serie se enfrentan a grandes desafíos “externos”, me aseguré de que también lucharan contra problemas internos: nuestra heroína Laurène Weiss enfrenta su obsesión y sus traumas, el fiscal Siriani lidia con su ego y su culpa, en el alcalde Steiner hay pena y violencia heredada...

–Zona blanca parece una serie policial, con la comisaría y los casos de cada episodio, pero en paralelo deja crecer lentamente las cuestiones sobrenaturales. ¿Cómo equilibra la aparición de esos fenómenos extraños?

–Como escritor, entiendo que un ambiente natural, sin comunicaciones ni ciencia moderna, permite también el regreso de los misterios antiguos y en cierto sentido, de la magia... Estos elementos de fantasía se acumulan progresivamente en la primera temporada y se irán haciendo más grandes en la segunda, que estará disponible próximamente a nivel internacional. El plan es sumergimos más profundamente en nuestra mitología celta local y en la búsqueda de respuestas. 

–¿Qué papel desempeñan esos oscuros bosques en la historia?

–El bosque de la primera temporada se filmó en el este de Francia, una región llamada Les Vosges, y de hecho es un elemento crítico en nuestro programa. Quería que la naturaleza en general fuera un personaje real con sus propios estados de ánimo y objetivos, y todos los elementos espeluznantes, extraños y surrealistas de la serie derivan de ella. Así que tenemos crímenes y misterios que se están investigando, pero todos se vinculan con la misma “mitología” local y ayudan a crear un sentimiento muy envolvente para la audiencia, que quiere a saber más y más sobre este lugar. También creo que estamos aprovechando algo bastante universal con los bosques, porque casi todo el mundo tiene algún tipo de experiencia de lo atemorizantes o inquietantes que pueden ser los bosques, con sus sonidos agrietados y su sensación de laberinto.