“Tenemos que dejar de ser tontos, el mundo está cambiando, este es un mundo que se cierra” fue una de las frases menos comentadas del festival de xenofobia que el senador Miguel Pichetto desplegó en un canal de televisión esta semana. Se habló más sobre lo que dijo de los inmigrantes de países vecinos a los que calificó de “resaca”, que de esta frase más conceptual, que lo califica como analista cuasi marxista: “de lo general a lo particular”, “de lo internacional a lo nacional”. “Este es un mundo que se cierra”. Y aquí, lo que hay es Mauricio Macri. Pero este concepto se completa con otra frase: “El problema de la Argentina es la cultura igualitaria”. Es una genialidad de síntesis, la expresión más refinada del olfato ultrapragmático y ubicuo de una clase de político. Por si quedan dudas, la expresión de este fenómeno se remata en la confluencia con esta línea pichettista de otro ultrapragmático pero del campo de los medios: Jorge Lanata estrenó xenofobia hace pocos días con un programa que estigmatizaba a los estudiantes de países vecinos. Ambos fueron aplaudidos por el jefe neonazi de Argentina, Alejandro Biondini, que expresó su perplejidad: “Primero Lanata, ahora Pichetto… tanto que fui perseguido y proscripto durante años por opiniones similares… hoy me siento un moderado”.

Tiene razón Biondini. Los tres tienen razón. Antes los hubieran condenado, hubieran perdido público y aliados y ahora solamente producen irritación y bronca en un sector que no tiene fuerza para rebatir y penalizar.

Ninguno de los tres está inventando nada, el pichettismo capta una onda cultural dominante en consonancia con el triunfo electoral de un presidente de derecha. Encuentra la onda que se anuncia hegemónica, que es la que paga y la que viste, en términos materiales, pero también de espacios de poder y convocatoria y hasta de cierto prestigio en una sociedad que retrocede hacia expresiones sociales y políticas más primitivas y xenófobas, más centradas en el egoísmo.

Este cambio de onda tan bien captado por el pichettismo produce fenómenos contradictorios. Por ejemplo que para un peronista, como se asume Pichetto, la cultura igualitaria sea un problema. Desde el fifty-fifty de Perón en adelante, el peronismo representó una cultura igualitaria, fue su expresión de masas y la única expresión igualitaria que produjo cambios reales en la sociedad en función de esa idea en los últimos 70 años. Se supone que la cultura igualitaria es parte de una cultura de izquierda. Hay académicos y sectas de izquierda que se exprimen los sesos para discurrir si los gobiernos peronistas kirchneristas fueron de izquierda o no. El pichettismo va a los bifes, es más inteligente: habla de cultura igualitaria como rasgo de identidad. Entonces en Argentina, el problema para el Pichetto peronista, es el peronismo. Vueltas de la vida.

Pero cuando los más formidables surfistas del oportunismo político y mediático coinciden en estos rasgos fuertemente xenófobos es porque están asumiendo la representación de una cultura que se afirma en la sociedad. Metáfora: son la punta del iceberg. Explicación: a los pobres se les está sacando salario, calidad de vida, vacaciones, auto, educación, salud y así. Tienen que encauzar el odio y la bronca que produce ese despojo hacia algún lugar. Si es posible, algún lugar que no sean los ricos que se están apropiando de ese patrimonio. Hay que derivar esa bronca hacia el otro diferente, el extranjero: pelea entre pobres. Está escrito como un manual porque es de manual. Por supuesto que si eso no alcanza, está la represión y la necesidad de sumar a las Fuerzas Armadas a la represión interna, algo que la derecha también ha puesto en la mesa de debate.

“Este es un mundo que se cierra”. Es así en muchos sentidos. En el plano económico nadie compra, todos quieren vender. Sería idiota abrirse en un mundo que se cierra. Es lo que está haciendo Macri con la economía Argentina y lo único que consiguió ha sido deuda y más deuda. No cierra ningún índice macroeconómico. La inflación sigue siendo más del doble de la que hubo con el kirchnerismo; las inversiones no aumentaron y pagó una fortuna excesiva a los fondos buitre para conseguir deuda con tasas de interés de entre seis o siete por ciento, cuando los países vecinos la consiguen al tres por ciento de interés. Hasta ahora todo ha sido mal negocio. Entró en el libro de los Guinness al batir el récord de velocidad de endeudamiento. Hay inquietud incluso entre los técnicos neoliberales porque es un gobierno deuda-dependiente, algo así como poner al país sobre un polvorín.

Y el mundo también se cierra desde el punto de vista cultural donde la cultura de los mercados y de la globalización neoliberal encierra a las personas, fragmenta sociedades y aísla. Es la cultura del individualismo hedonista disfrazada de supuesta meritocracia, enfrentada a la cultura de lo social y la solidaridad, del esfuerzo colectivo y las metas comunes. Es una puja que no siempre es tan clara como el enunciado. Hay confusiones como la del Pichetto peronista que reniega de la cultura igualitaria del peronismo y los que dicen que hacen periodismo independiente y trabajan para un monopolio mediático. O la del ministro de Cultura de un gobierno conservador, Pablo Avelluto, que define al gobierno de los CEOs como “heredero de los Beatles y el Che”. O la de los conservadores republicanos que hablan de “independencia de poderes” y copan la Suprema Corte jujeña con dirigentes radicales para que avale la detención sin causa de una dirigente social como Milagro Sala; o llegan a diseñar una reforma del Ministerio Público Fiscal para que el poder político controle a la Procuraduría. O la de los radicales que se dicen herederos de la Reforma Universitaria, y defienden a capa y espada el fuerte ajuste en el presupuesto para las universidades. Son contradicciones a veces, desubiques otras, pero en conjunto aparecen como una gran estafa.

Del otro lado también se producen confusiones. El exabrupto del senador Pichetto removió pasiones dentro del peronismo entre el sectarismo de los que quieren echar a todos los impuros y el superpragmatismo de los que están dispuestos a aceptar de todo. Son extremos que contradicen la construcción de una democracia solidaria. Pero al mismo tiempo plantean un antagonismo en el que es muy difícil discernir cuál es el marco de amplitud y quién tiene autoridad para poner sus límites. La derecha no tiene ese problema porque el discurso progre los encubre. Pero no pasa lo mismo cuando surge un discurso excluyente y discriminador en el movimiento popular, y mucho menos cuando la derecha pugna por asentar ese discurso en las clases populares. El voto creciente de los partidos xenófobos europeos, no proviene de la derecha sino de los viejos votos obreros y de clase media que antes optaban por la socialdemocracia. Fue el gran triunfo de la derecha neoliberal europea cuando la socialdemocracia abandonó las viejas banderas que habían levantado el Estado de bienestar.

Las de Pichetto fueron declaraciones, nada más, pero constituyen un esbozo del peronismo que quiere este sistema representado por el macrismo.

 

*La primera versión de esta nota se publicó en noviembre 2016.