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UNA ANNA FRANK DE LOS BALCANES DA SU TESTIMONIO DEL TERROR SERBIO


Mucho se ha dicho, escrito y discutido acerca de la guerra de Kosovo, el cuarto conflicto en la ex Yugoslavia, pero ésta es la primera ocasión en que el conflicto es descrito desde abajo, por una adolescente albanesa. Lo que sigue son fragmentos del diario de otra Anna Frank.



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Una escena repetida y un mismo dolor colectivo: albanesas de Kosovo lloran a un nuevo mártir.
Las fuerzas serbias lanzaron una masacre indiscriminada, incluyendo a mujeres y niños.


THE GUARDIAN DE GRAN BRETAÑA

Por Rrezearta Reka (*)
Desde Kosovo

t.gif (67 bytes)  No sé qué fecha es hoy, pero no es importante. Sé que es primavera y que, desde el primero de marzo, todo en Kosovo cambió. No es posible reunirse con gente porque cuando oscurece en las calles de Pristina nada más se mueve. Aunque hablamos con algunos de nuestros vecinos, parece que no habláramos con nadie, como si no los viéramos y ellos no nos vieran a nosotros. Todos nosotros estamos pálidos y llenos de temor por aquellos a los que queremos en Drenica. Desde el dos de marzo, Drenica ha estado bajo el fuego. Hay más de 20 muertos, entre los cuales hay mujeres y niños ¡y sin embargo nos acusan de terrorismo! Una mujer embarazada es asesinada brutalmente, y luego la llaman terrorista.

Leo los diarios todo el día y miro los noticieros extranjeros: no puedo esperar hasta la noche para ver las noticias de TV Albania. Cuando terminan, hay un silencio mortal en la habitación. Todavía veo las imágenes de la población de Drenica masacrada --ni siquiera las puedo llamar víctimas, cuando no tienen ojos ni mentón ni cerebro--. El dos de marzo hubo una protesta pacífica, en la que 300.000 personas expresaron su dolor y su solidaridad con la población de Drenica. Debía comenzar a las 10, pero mi padre, mi madre y yo salimos un poco después de las 9. Las calles estaban tranquilas y todo parecía normal, unos pocos policías dando vueltas y la gente yendo a trabajar. Me empecé a poner nerviosa: a lo mejor, la gente se había asustado y no iba a venir. Pero en la medida en que ríos de gente empezaron a fluir hacia la plaza Madre Teresa, me di cuenta de que estaba equivocada. En un minuto, estuve rodeada por cientos de miles de ciudadanos albaneses. Estábamos todos tan tranquilos y orgullosos. Mi madre me tenía de la mano y las personas a nuestro alrededor se sostenían mutuamente en señal de unidad. Nunca me había sentido así antes. Traté de ponerme en puntas de pie para ver más. No había un fin a la vista. Las gorras blancas de la gente mayor tapaban mi vista y podía escuchar el aplauso que se acercaba cada vez más, hasta que fue casi ensordecedor. Estaba tan excitada que casi no podía respirar.

La multitud del otro lado sostenía pancartas contra la violencia. Ahí estaban mi padre, mi amigo. Los policías estaban tratando de evitar que los grupos se unieran. Estaban armados y nos advertían que, si no obedecíamos, ellos intervendrían. No podía creer lo que escuchaba. Luego, el policía que había hecho la advertencia dio la orden de atacar. Pude oír el ruido de los bastones de la policía aterrizando en los cuerpos de la gente. Mi madre me tenía tan fuerte de la mano que me dolía, y casi me ahogo con la tierra y el terror. Un policía se paró delante nuestro. Uno podía ver el odio en sus ojos. Levantó su mano, me golpeó... luego paró. Yo corrí. No le dije nada a mi madre al principio; no dolió.

Vi terror en las calles. Dos hombres sostenían a un hombre joven en sus brazos, pidiendo ayuda. A unos pocos pasos la policía le estaba pegando a un hombre sin piedad, luego lo dejaron sangrando en la calle. Un auto color gris apareció de la nada y se lanzó contra la gente. Un hombre y una mujer volaron en el aire y cayeron hacia atrás, inconscientes, sus huesos rotos.

Al día siguiente, aunque la ciudad parecía tranquila, en la parte oeste de Pristina, los pobladores de Drenica se enfrentaron a otro terror, cuando sus casas fueron derribadas por tanques. Mujeres y niños estaban tratando de escapar a través de las montañas, viajando día y noche.

Mientras me preparaba para el colegio, mi hermano me dijo que la policía les había dicho a los estudiantes y a los maestros que se fueran. Mi amigo dice que hay un olor a guerra en el aire. En mi ciudad, en mi calle y en mi casa hay una atmósfera de frío y de temor. Mientras miro CNN, Euronews, Voice of America, le quiero gritar al mundo la sola y única verdad que hay: ¡la gente se está muriendo en Kosovo! Mi hermana se despierta a la noche con los ojos bien abiertos y escucha el ruido de helicópteros y de aviones. Fue difícil dormir anoche: el viento era muy fuerte y nos volvimos muy sensibles ante cada ruido.

Es el cinco de marzo. Han pasado dos días desde el día de la pena y el luto en Kosovo por las víctimas de Drenica. Espero que no tengamos un tres de marzo nunca más.

En un diario albanés, vi una foto de un chico de 13 años, de rodillas, alzando dos dedos hacia el cielo y sonriendo con orgullo. Detrás de él, se puede ver a un hombre viejo, también alzando dos dedos hacia el cielo. Un símbolo del pasado y del futuro, ambos por la única causa en la que creemos. Pero el hombre viejo, habiendo experimentado el pasado, le teme al futuro; el muchacho, conociendo el pasado, le sonríe al futuro.

(*) Rrezearta Reka es una estudiante albanesa en Pristina.

Traducción: Celita Doyhambéhère

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