CONTACTO

Algo está pasando en el edificio. El problema es en la parte de adelante. Yo
vivo en el contrafrente y no estoy enterado de nada. Intento averiguar algo hablando con
una vecina, una anciana que es sorda como una tapia y me habla apoyándose una corneta
acústica en la oreja. Así es como me entero de las últimas novedades. Resulta que hace
un tiempito en el sexto se instaló un inquilino nuevo, trompetista. Tocaba de día,
tocaba de noche, nunca paraba de tocar. Los demás inquilinos se alarmaron, se indignaron
y después pasaron al ataque. Primero mandaron al portero y el portero rodó por la
escalera. El trompetista es un tipo que siempre anda en musculosa, luce bigote manubrio,
se rapa el cráneo y su tórax --tal vez de tanto soplar en la trompeta-- es como una caja
de camión. Después del fracaso del portero el trompetista recibió la visita de una
delegación y todos rodaron por la escalera. Ante esas demostraciones ya nadie quiso ir a
reclamar y los vecinos se reunieron durante varios atardeceres para confabular. Entonces
alguien se acordó de la mujer del quinto, una cantante de óperas, con la cual había
tenido un problema parecido un año atrás, cuando también ella era nueva en el edificio.
Cantaba óperas día y noche y no había forma de hacerla callar. La pelea había sido
dura y no porque la mujer fuera forzuda como el trompetista y se la pasara tirando gente
por la escalera, sino porque era empecinada y se encerraba y mientras los vecinos
desesperados se amontonaban en el pasillo y tocaban timbre y pateaban la puerta, ella
seguía cantando y cantando. La mujer había capitulado después de un largo asedio
durante el cual le habían cortado la luz, el gas, el agua y el teléfono. Bien, alguien
se acordó de ella y dijo: "Estamos todos de acuerdo en que con el trompetista no
valen las medidas de fuerza, pero existe un camino para derrotarlo, en algún momento
también él tiene que dormir, paguémosle con su propia moneda y así entenderá. Lo que
yo digo es: vía libre a la cantante de óperas, todo el poder a la cantante de óperas,
que le reviente bien los tímpanos al forzudo". Como detalle importante señaló que
las ventanas de la cantante están justo debajo de las ventanas del trompetista. Hubo
algunas resistencias porque más de cuatro todavía conservaban frescos en sus oídos los
temibles alaridos de la mujer. El estratega los tranquilizó argumentando que pactarían y
el poder a la cantante sería sólo temporario. Una vez neutralizado el trompetista, si
ella no respetaba lo convenido e insistía en seguir cantando les sería fácil
silenciarla como ya lo habían hecho una vez. Hubo acuerdo y partieron en tropel hacia el
quinto. La cantante los escuchó con atención, los miró uno a uno con sus ojos
lánguidos y sorprendidos, dijo que sí todo el tiempo, sí, sí, sí, aunque nadie
hubiese podido asegurar que estaba entendiendo realmente lo que le proponían. Cuando
terminaron las explicaciones su único comentario fue: "¿Entonces puedo
cantar?". Acá hubo varios que de nuevo sintieron correrles un escalofrío por la
espalda e intentaron dar marcha atrás y la negociación estuvo a punto de fracasar. No
bien la delegación se retiró la cantante de óperas abrió las ventanas de par en par.
Ese día, esa noche y durante el día siguiente la mujer cantó y cantó y se recompensó
de tantos meses de silencio y en las farmacias de los alrededores se agotaron los tapones
para oídos. En el sexto piso, en el departamento del trompetista, hubo una pausa y todos
permanecieron alerta y comenzaron a creer que habían alcanzado rápidamente la victoria.
Algunos sugirieron que no valía la pena seguir esperando, ya podían ir a golpear la
puerta del quinto y explicarle a la cantante que era suficiente, basta de canto y muchas
gracias por su colaboración. Pero de pronto la trompeta atacó de nuevo. En la última
hora de la tarde la trompeta le contestó a la voz. Trompeta y voz se tantearon, se
olfatearon, dialogaron, partieron, dieron una vuelta por el cielo, regresaron y ya no se
separaron más. Ahora hace un par de semanas que andan juntas, se llaman a cualquier hora,
agudo va y agudo viene, con un entusiasmo imparable, y el edificio entero está
consternado. "A mí no me molestan --dice mi vecina de la corneta--. Y le digo más,
me enternecen esos dos, solos contra todos."
.
PRINCIPAL |