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REPORTAJE A CLAUDIO SALGUEIRO, TRAS LA CONDENA A LOS SKINHEADS QUE LO GOLPEARON

"EL MIEDO MÁS GRANDE YA LO PASÉ"

Salgueiro dijo a Página/12 que su mayor temor era que sus agresores, que lo golpearon salvajemente porque creyeron que era judío, quedasen sin el castigo de la Justicia. Cuenta cómo debió reconstruir su vida después de la paliza y cómo piensa salir del trauma que le produjo el ataque.

Salgueiro durante el juicio, reconociendo fotos.

Lo impresionó la reacción de los familiares.

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  Por Martín Mazzini

t.gif (67 bytes) Claudio Salgueiro sabe que inició dos caminos. Uno es el que, a partir de su denuncia, pueden elegir todas las víctimas del odio racista. El otro es el que sigue su vida desde que eligió no quedarse callado. Ayer, un día después de que la Justicia condenara a tres años de cárcel a los skinheads que casi lo matan por mirarlos, Claudio recibió un llamado. "Sos un hijo de mil putas. Atenete a las...", escuchó antes de cortar ante la mirada del policía que lo custodia. Fue una muestra concreta de lo que teme todos los días. Pero Claudio fue hasta la comisaría 47ª y denunció la amenaza. Después, le contó lo que está viviendo, y lo que vivió, a Página/12.

--Denunciarlos --dijo-- es lo único que puedo y debo hacer. Creí que ayer había terminado todo, no me esperaba la llamada, pero parece que es una cosa de no acabar. No sé qué va a pasar. Lo dirá el tiempo.

--¿Cómo recibió la sentencia?

--Lo único que yo quería era justicia, y la conseguí. Estoy totalmente conforme con el fallo. Era lo que quería, que pagaran lo que hicieron lo más rápido posible. Además, la acción del juzgado de ordenar un seguimiento muy grande de la Policía Federal y de la SIDE fue muy buena. Ahora están bajo la lupa y se van a tener que cuidar más que antes, que atacaban y nunca eran juzgados. Y si llegan a agredir, las víctimas van a pensar en lo que hice y los van a denunciar. Gracias a que me presenté, la situación cambió.

--¿Cómo imagina el día que sus atacantes salgan de la cárcel?

--No me preocupa. Me tranquiliza que los hayan condenado para que sepan que dejaron de ser impunes, y que lo que me pasó a mí no vuelva a suceder nunca más.

--¿Esperaba una reacción como la que tuvieron los familiares?

--No, nunca me lo imaginé. Lo vi por la tele y no me dio miedo, aunque pensé en mi familia. Fue muy loco que agravien de esa manera a los judíos, a los periodistas y al fiscal cuando durante el juicio habían tratado de demostrar la inocencia de los acusados. Escuchar que lo de la AMIA no fue nada o que hay que matar a todos los judíos fue una barbarie, porque fueron las mismas palabras que viví yo.

--¿La reacción le sirvió para entender en alguna medida a los skinheads?

--No, no los entiendo ni quiero hablar de ellos porque no me parece. Yo hablé de mis agresores para que la gente no tenga miedo, tome coraje y denuncie estos ataques. Hay muchas personas que se solidarizaron conmigo y habían sido agredidas por esta gente.

--¿Qué sabía de los skinheads antes del 1º de julio de 1995?

--Tenía conocimiento de que existían en Europa pero nada más. Me parecía raro que existiese esta gente del pasado. Nunca había visto a uno acá ni leído sobre ellos. Además viví cuatro años y medio en Brasil y dos en Bariloche.

--¿Cómo piensa acerca de ellos ahora?

--Los veo como un grupo muy agresivo. No los odio, ni como grupo ni a mis atacantes.

--¿Cuál fue su sensación después que pasó todo?

--Quería justicia pero también olvidarme cuanto antes.

--¿Cree que podrá hacerlo?

--No lo voy a poder olvidar nunca. Pero quiero intentar olvidar el dolor que sufrí.

--¿Cuál fue el peor momento de la golpiza?

--Toda. Pero lo peor de lo peor fue cuando pensé que me moría. Escuché que me iban a quemar. Me sentí muerto y desamparado y en segundos pasó por mi cabeza toda mi vida. Se me aparecieron todas mis personas queridas y pensé que no las iba a ver nunca más.

--¿Qué sintió cuando se despertó?

--No podía creer lo que me había pasado y tampoco que estuviera vivo, aunque no estaba contento. Me pregunté cómo zafé de esto, y pensé que tenía un dios aparte.

--¿Cree que le perdonaron la vida?

--No. Ellos creyeron que me habían matado, porque ése fue su propósito. Por su cabeza les pasó que habían terminado con mi vida, entonces me dejaron.

--¿Alguna vez pensó que podría haber hecho algo para evitarlo?

--No. Grité, traté de salir corriendo pero todo fue tan repentino que no podía irme a ningún lado. Tendría que haber tenido la "S" de Superman bajo la camisa. Solamente estuve en el lugar errado a la hora errada.

--¿Sus amigos pensaron en buscar a los que le pegaron?

--No. Muchas personas quedaron calientes y no querían que lo mío quedara impune, pero no mis amigos. Algunos que me llamaron para solidarizarse querían tomar represalias, pero yo los paré. Me opuse rotundamente.

--¿Cómo se sintió al volver a la plaza Noruega para reconocer a sus agresores?

--Me costó mucho estar dando vueltas con la policía para encontrarlos. Pero cuando los vi no vacilé. Creo que había cinco y reconocí a cuatro: a Paszkowki, Da Silva, Griguol y a otro más, con el que no tuve la misma certeza al verlo en el juzgado.

--¿Qué pasó después?

--Tuve dos meses de convalecencia, con el brazo enyesado. Desde el primer fin de semana mis amigos me alentaron para que saliera, pero tenía miedo de que me volviera a suceder.

--¿Cómo es ese miedo?

--No es algo que sientas de un día para el otro, es de a poco. Vivís alerta, con miedo de que en cualquier momento se te tire alguien encima. Al principio me sentía muy desamparado, no tenía a nadie al lado y tenía mucho, mucho miedo. Nadie quería llevar el caso. Los únicos que me ayudaron fueron los de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Yo les recomendaría a los que tengan un problema de discriminación que se acerquen ahí. Yo empecé a tratarme con la psicoterapeuta de la APDH, Elina Aguiar, que me ayudó muchísimo. Durante más de un año no me podía dormir tranquilamente, porque en sueños vivenciaba la pelea todas las noches y me levantaba gritando. A partir de ahí me cerré, pasé a ser un ermitaño. Antes iba a recitales y a la cancha, y me divertía, aunque no soy fanático de nada. Un día, cuando pude salir, fui con mis amigos a ver a River contra Argentinos, en la popular. No me sentí para nada bien. Cuando los hinchas empezaron a gritar me sentí una persona muy chiquitita, temía que me pisotearan todos o que hubiera una corrida. Me fui adonde no había nadie. La siguiente vez que fui a la cancha River jugaba un partido importante. Cuando salimos, el tumulto era impresionante. Yo no podía estar más ahí, tenía ganas de gritar y salir corriendo. Me di cuenta de que no podía salir más.

 

--¿Volvió a ir a la cancha?

--Sólo el año pasado, cuando River le ganó a Vélez y salió campeón. La historia fue la misma. Cuando agredieron a un fotógrafo chileno, me asusté muchísimo por la reacción de la gente o de la policía. Me fui 10 minutos antes. Tampoco volví a ver a los recitales a los que iba antes, de los Ratones, Las Pelotas, Charly o Man Ray.

--¿Qué hacía todos los días?

--Empecé a trabajar en una fábrica de baterías, pero tenía miedo. Encima dejé terapia --donde no volví hasta hace dos semanas--. Me fui excluyendo de la gente, no iba más a las reuniones porque no me sentía nada bien en los espacios cerrados. Estaba bien media hora y después me tenía que ir. Sentía que algo me invadía y me decía: "Claudio, andate". Era una fobia que me agarraba tanto con mis amigos como con mi familia. Empecé a trabajar, pero también tenía miedo. Tenía que salir a la calle acompañado porque si no, no salía. Desconfiaba hasta de mi propia sombra. Caminaba mirando para todos lados. Sentía que alguien venía corriendo detrás de mí y que me la iban a dar de nuevo.

--¿Cómo empezó a superar el miedo?

--La llegada de mi hijo (hace nueve meses) me sirvió de mucho. Verlo crecer día a día me daba mucha fuerza. Con los únicos que la paso bárbaro es con mi hijo y mi mujer. Con mis amigos nos distanciamos cuando nos fuimos casando, aunque de vez en cuando nos reunimos. Siempre me entendieron y me dieron mucha fuerza. Aunque cuando recibí el llamado del juzgado para la pericia ocular, hace dos semanas, se reavivó todo de nuevo.

--¿Podrá superar algún día los miedos?

--Los voy a superar seguro, pero de a poco, no todo junto. El miedo más grande que tenía es que queden impunes, y ya me lo saqué de encima. Con la terapia --que voy a seguir hasta que Elina lo crea necesario-- me voy a sacar de encima todo lo que me queda.

 


AMENAZAS A LA PSICÓLOGA

Los skinheads no se quedaron en los gritos e insultos que profirieron en el juzgado la noche del viernes, cuando los agresores de Claudio Salgueiro fueron condenados a tres años de cárcel. Ayer, Salgueiro y su psicóloga recibieron sendas amenazas telefónicas. La de Claudio fue poco original. A Elina Aguiar le dijeron que le hablaban de la comisaría 17, donde estaban detenidas cuatro mujeres --de aspecto común-- que anteanoche le habían dado "una paliza" a una señora, a la que llamaban "Elina", en la cuadra donde vive la psicóloga. El parecido de la agredida, según los datos del inexistente inspector Oscar Díaz, convenció a Aguiar de que se había salvado por equivocación. Pero la llamada a la verdadera comisaría reveló que todo el episodio no era más que una elaborada forma de amenaza.


"LA MEMORIA DE NUESTROS AMORES SIGUE PRESENTE"

t.gif (67 bytes) "Porque no nos echamos atrás, la memoria de nuestros amores sigue presente. Y no nos echaremos atrás por nosotros mismos, por todos nosotros, para que de una vez por todas sea justicia". Con esta frase Laura Ginsberg, representante de los familiares de los muertos en el atentado a la AMIA, cerró anoche el acto destinado a exigir el esclarecimiento del brutal atentado. Unas 350 personas se reunieron anoche frente a la sede de los Tribunales Federales de Rosario para participar del encuentro organizado por Memoria Activa y los Jóvenes Judíos por la Justicia. El señorial edificio de los Tribunales, apenas iluminado en su plata alta, contrastaba con el enorme cartel negro con la palabra Justicia que sirvió de telón de fondo para los oradores.

"Han transcurrido 45 meses desde aquel 18 de julio de 1994. Demasiados largos meses, dolorosos días vividos con ausencias cada vez más presentes", comenzó, evocando, Ginsberg y agregó: "ellos perdieron sus vidas, nosotros los perdimos para siempre... pero hay algo que no perdimos: no perdimos el ejercicio de la memoria". En forma enérgica, la dirigente de Memoria Activa preguntó: "¿Cómo se explica que los asesinos estén en libertad? ¿Cómo se explica que haya quienes encubren esta masacre?... ¿Cómo le explicamos a nuestros hijos que mientras permitamos esta acción inacción premeditada van a transcurrir 4 años, 40 años, cientos de años y sólo habrá más chicos como ellos preguntándose toda la vida por qué, sin encontrar nunca una respuesta?".

Fue llamativa la ausencia de dirigentes políticos. No hubo representantes ni del gobierno municipal ni del provincial. Cerca del escenario se agruparon las Madres de Plaza 25 de Mayo, dirigentes de APDH y representantes de otras agrupaciones de derechos humanos de la ciudad. El presidente de la DAIA Rosario, Gustavo Isaac; el concejal Daniel Luna; el radical Aníbal Reinaldo; el presidente de la FUA, Pablo Javkin y los sindicalistas Edgardo Carmona y Luis Ortega fueron algunos de los pocos rostros reconocibles del ámbito público.

"Señora Justicia, siempre nos enseñaron que era puntual, que su pulso era firme y usted rápida... Señora Justicia estamos inquietos ¿Cómo nos defenderemos?", señaló Gustavo Bleger de la agrupación Jóvenes Judíos por la Justicia y agregó: "todos somos víctimas de los atentados". Dos adolescentes --uno de pantalón corto-- sostenían, en tanto, el cartel negro con la palabra Justicia.

Sobre las rejas que rodean el edificio de los Tribunales Federales, en Oroño al 900, afiches con letras rojas señalaban: "Para que nuestros muertos no queden en el olvido". Cerca de las 20.30 uno de los jóvenes que ofició de presentador pidió un minuto para recordar a las víctimas del atentado: el silencio provocó uno de los momentos más conmovedores de la noche.

A su turno el obispo metodista Federico Pagura pidió, evocando el Nunca Más del juicio a las Juntas Militares: "No más indiferencia, no más no te metás, no más miedo". La frase tuvo el peso de una reflexión ante la poca cantidad de gente reunida para recordar y exigir justicia. Después habló el periodista y escritor Gary Vila Ortiz quien pidió por el fin de la impunidad. Pasadas las 21, después de las palabras de Laura Ginsberg, el acto terminó. La gente se desconcentró lentamente, el viento movía apenas la tela negra que destacaba una sola palabra.


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