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EL SER O NO SER ISRAEL

 

POR CLAUDIO URIARTE

t.gif (67 bytes)  Por un lado, el cumpleaños número 50 de Israel marca la historia de un éxito no sólo militar y económico sino fundamentalmente político: el de un Estado bajo asedio en un vecindario bárbaro y hostil que no sólo logra conservar la libertad y la democracia sino que en parte logra sobrevivir gracias a ellas. Sin las extraordinarias riqueza y profundidad de las discusiones en lo que probablemente sea el pueblo más discutidor de la tierra es improbable que Israel hubiera llegado vivo a su presente estado --aunque esas mismas discusiones estén tomando ahora un cariz cada vez más sectario y violento--. Los enemigos del Estado siempre han dicho que Israel vive del Tesoro norteamericano, pero esta afirmación, que pudo ser más cierta en otros momentos de su vida, es ahora un absoluto disparate: su economía está a la par de las de la OCDE; Israel ganó sus guerras gracias a ella misma y su prosperidad y pluralismo se recortan en expresivo contraste con el atraso, la desigualdad social y la opresión interna de unos vecinos árabes por lo demás inundados en petrodólares.

Por otro lado, las fricciones políticas que se desprenden de un Estado que desde hace más de 10 años vive con un Parlamento permanentemente colgado han tenido el efecto --no inevitable-- de replegar la imaginación política israelí a una especie de cauto provincianismo, a esquivar la toma de riesgos del tipo al que se animaron estadistas como el derechista Menajem Beguin con la firma de la paz y la devolución del Sinaí a Egipto en 1978 y el centroderechista Yitzhak Rabin al firmar la paz con los palestinos en 1993. Pero la evitación de la toma de riesgos tiene su contraparte en que éstos aumentan exponencialmente a medida que pasa el tiempo, como una deuda sobre la que los intereses se acumulan de forma indefinida. Esa deuda es hoy con los palestinos, y es ocioso pretender que la ventana de oportunidad para la paz que se abrió en 1993 puede permanecer abierta para siempre: puede morir Arafat, puede crecer el fundamentalismo palestino, las fuerzas de Fatah pueden verse desbordadas.

Benjamin Netanyahu hizo campaña contra el proceso de paz. Estaba en su derecho: era un político. Pero una vez al frente del poder el Estado, debió haber respetado los compromisos previamente adquiridos por ese Estado --por mucho que los aborreciera--. De ese modo, probó no ser un estadista, y devaluó la credibilidad de la palabra israelí. Por eso, el tiempo dirá si su gobierno marca un paréntesis de reflexión antes de la continuación del proceso o si es el principio de una regresión.

 

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