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UN DOCUMENTAL SHOCKEANTE
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Argentina, 1997. Idea, entrevistas y dirección: Pablo Reyero. Investigación: P. Reyero y María Esther Gilio. Producción: Goëthe Institut, Lita Stantic, Canal ARTE. Fotografía: Marcelo Iaccarino. Montaje: Oscar Parajón. Música: Gaby Kerpel. Estreno de hoy (en video) exclusivamente en la sala 2 del Cine Cosmos. Por Horacio Bernades
Pero no hay el menor rastro de miserabilismo ni vocación de escándalo en Dársena Sur. Filmado en video, este largometraje que se exhibe, en exclusiva, en la sala 2 del cine Cosmos, fue coproducido por el Instituto Goëthe, Lita Stantic y el prestigiosísimo canal ARTE de la televisión alemana. Su joven realizador, Pablo Reyero, en 1994 había realizado Vivir, primer documental sobre el sida filmado en Argentina, y en estos momentos prepara su primer film de ficción. Convendrá grabar su nombre: Dársena Sur es posiblemente el mejor documental argentino en años. Lo que no es poco decir, teniendo en cuenta que en Argentina los documentales suelen ser bastante mejores que las películas de ficción: allí están la reciente Tinta roja o, en video, Bajo un mismo techo, de Marcelo Mosenson, para recordarlo.
Dársena Sur se sostiene en un guión de rigurosa construcción, que elige como protagonistas a tres habitantes de cada uno de los subterritorios que componen la zona del "Doke". Son El Negro, que cirujea al borde del Río de la Plata -un terreno rellenado con basura y lleno de basura, también en la superficie--; Lili, que vive en "Villa Inflamable" -nombre que es todo un alarde de humor negro-- y parece haber atravesado más desgracias que la protagonista de El faro, pero en serio, y por último El Ruso, vecino del barrio de monoblocks que colinda con la dársena. Cada uno de ellos protagoniza un fragmento del film. Lo cual implica, para el espectador, un viaje a través de distintos estratos de pobreza: desde el estado semisalvaje en que malviven El Negro y los suyos, pasando por la dignidad-pese-a-todo de Lili y familia, hasta llegar al Ruso, que se gana unos pesos trabajando como peluquero. Se trata de verdaderas personas de carne y hueso, y no de "muestras representativas" como las que aparecen todos los días en los noticieros. Reyero los filma con un respeto sin resquicios, sin permitirse el mínimo asomo de conmiseración. Los testimonios queman tanto como la soda cáustica que corroe la piel de Lili y su marido. Pero no es sólo cuestión de declaraciones fuertes a cámara. La imagen del Río de la Plata cubierto por una pátina de petróleo, una familia cenando choclo como todas las noches ("cagamos maíz", dicen) o la figura del Negro a caballo recortándose contra un fondo de destilerías tienen esa elocuencia que sólo la pura imagen puede alcanzar. El resultado puede ser shockeante, pero no falta ese sentido de humor -a veces ácido, otras amigable-- que suele servir de sostén a los más humildes. Cuando se observa sin prejuicios, la verdad aflora en plenitud, por más incómoda que resulte. Es esa verdad sin restricciones la que Dársena Sur comunica, límpida y generosamente, al espectador atento.
"ALGO GROSSO SE ESTÁ GESTANDO"
A ambos les cuesta hablar de un hipotético nuevo cine argentino, pero reconocen que "algo grosso se está gestando". Para Sapir, que ya paseó Picado fino por los festivales de Berlín, Montreal y La Habana, donde la película obtuvo premios y menciones de los jurados y la crítica, "siempre hubo gente que quiso hacer cosas nuevas y diferentes, pero no tenía la oportunidad. Tengo la sensación de que durante el último tiempo se produjo una coyuntura favorable por la cual se pudieron llevar a cabo proyectos de iniciativa absolutamente independiente, como los nuestros, y otros que pudieron aprovechar los concursos del Instituto de Cine o los apoyos económicos de algunas fundaciones privadas". Para Reyero, que logró hacer su documental Dársena Sur con el respaldo --entre otras instituciones-- del Goethe-Institut de Buenos Aires y el canal oficial franco-alemán Arte, y acaba de ganar la categoría mejor documental del Festival Internacional de Uruguay "se trata de ser objetivo, de darse cuenta de que si uno no hace su propia película como sea, no la va a hacer nunca. Hay que mandarse. Y después buscar el camino, ver cómo conseguir los recursos para hacer lo que uno quiere hacer. Yo tuve Dársena Sur parada durante seis meses. Estaba desesperado, pero finalmente siempre aparece alguna posibilidad". Ambos coinciden en que "si uno no se abre sus propios espacios nadie lo va a hacer" y que también hay un público que está esperando algo nuevo, diferente del cine argentino. "A mí me parece que lo de Pizza, birra, faso es elocuente", afirma Reyero. "Cien mil espectadores en pleno verano de Buenos Aires está hablando de un público dispuesto a ver películas hechas con pocos recursos pero con pasión, con mucha fuerza y con mucho trabajo detrás. Y da la impresión de que eso es precisamente lo que reconoce la gente, el espíritu y la verdad con que se hacen algunos proyectos." El tema de los recursos económicos, se sabe, es fundamental en el cine, pero Sapir y Reyero no están dispuestos a sacrificar la libertad de la que disfrutaron al hacer Picado fino y Dársena Sur. "Uno siempre espera que en el próximo proyecto no tenga que sufrir las limitaciones del anterior, pero si ése es el precio que hay que pagar para hacer una película en la que uno crea, yo lo pago, le pongo el cuerpo", afirma Reyero. Según Sapir, "volvería a hacer lo mismo, aunque me gustaría contar con una mínima estructura, poder pagar por lo menos el alquiler de un escenario, o la comida a los técnicos. Pero siempre se puede juntar a diez dementes para filmar una película. No es lo ideal, pero yo trabajé, como técnico, en producciones de dos millones y medio de dólares y no querría estar en el lugar del director. Aunque parezca mentira, es muy poco el tiempo que tiene un director de un proyecto de esa dimensión para pensar en su película". Tanto a Sapir como a Reyero les preocupa un tema que en estos momentos tiene en estado de alerta a toda la comunidad del cine: la amenaza de que se implemente una nueva resolución del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales que limitaría los subsidios por recuperación industrial y por medios electrónicos. "Cuando leí la resolución me pareció que ahí estaba el fin del cine independiente", dice Sapir. "Así como hay muchas películas, como Pizza, birra, faso, Un crisantemo estalla en cinco esquinas, de Daniel Burman, o Plaza de almas, de Fernando Díaz, que salieron de concursos del Instituto, la desaparición de esos fomentos va a implicar la desaparición de este tipo de películas." Para Reyero, "esta resolución es una barbaridad, porque viene a subsidiar precisamente a aquellos que no lo necesitan y porque consolida la tendencia de que sean los canales de televisión los que decidan qué cine se hace y cuál no, en la medida en que el aparato publicitario que pueda disponer una película para su lanzamiento define la recuperación del dinero invertido".
PICADO FINO 9 puntos Argentina, 1996. Dirección, guión y cámara: Esteban Sapir. Fotografía: Víctor González. Sonido: Gabriel Kerpel. Montaje: Marcelo Dujo y Miguel Martín. Intérpretes: Facundo Luengo, Belén Blanco, Marcel Guerty, Miguel Angel Solá, Juan Leyrado, Ana María Giunta, Sandro Nunciatta. Estreno de hoy en los cines Lorca y Tita Merello. Por Luciano Monteagudo
Hay algo extremista en la propuesta de Picado fino, en la forma en que utiliza todos los recursos y los materiales del cine como si recién hubieran sido inventados, en la pureza con que se hace cargo de sus personajes. A pesar de sus increíbles limitaciones de presupuesto (o seguramente gracias a ellas), Sapir se interna en una constante búsqueda expresiva --de imagen, de sonido-- que equivale a la búsqueda de su protagonista, un pibe de 18 años, aislado en una ciudad hostil, hecha de signos y señales contradictorias. Es obvio que en Picado fino no hay un desarrollo dramático precisamente aristotélico, pero hay, a su manera, una historia: la de Tomás (Facundo Luengo), ese chico que parece encerrado en su propia vida, en su casa de los suburbios, en el peso de una cultura judía que ya no es la suya, en la relación con su novia Ana (Belén Blanco), que está embarazada y que lo quiere, aunque Tomás se vaya con otra, detrás de una ilusión. Si como decía Pasolini hay un cine de prosa y un cine de poesía, Picado fino es esencialmente cine de poesía, capaz de reconocer sus propios medios expresivos y sus códigos de lenguaje, a través de los cuales busca las imágenes del inconsciente. En esas imágenes --que son también sonoras, gracias a la estupenda banda de sonido de Gaby Kerpel-- está lo mejor del film, su multiplicidad de sentidos, su capacidad para sorprender constantemente con asociaciones libres de ideas. El universo pequeño, cerrado, claustrofóbico de Tomás (hecho todo de planos muy cortos, asfixiantes, de encuadres parciales) levanta vuelo gracias a la mirada tan peculiar de Sapir, que hace de los fragmentos de Buenos Aires una ciudad transfigurada, con su identidad intacta, pero al mismo tiempo casi irreconocible, atomizada. El uso que hace Sapir de los signos y las señales de tránsito (a través de las cuales Tomás no logra darle una dirección de sentido a su vida), la manera de encuadrar casi siempre frontalmente a sus personajes, la forma en que trabaja el montaje, hablan de un director que se ha nutrido de todas las vanguardias del cine, desde Eisenstein hasta Godard, pasando por las texturas del New American Cinema Group. Picado fino parecería querer inscribirse en esta tradición de vanguardia --valga la paradoja-- pero lo hace con una gran espontaneidad, sin veleidades, equivocándose también y aún haciendo de esas equivocaciones la razón de ser del film, que es claramente un film experimental, en el mejor sentido del término, una película que se arriesga a ser diferente.
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