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"Ya hemos pagado nuestros errores pasados. (Luis) Roldán (el ex jefe de la Guardia Civil) está en la cárcel y nosotros en la oposición. Ahora toca criticar al gobierno y ofrecer alternativas creíbles", era la propuesta del Quijote catalán que pudo con los felipistas. Nadie pensaba en su victoria. Ahora todos creen que su partido recobra la esperanza de volver al poder en el 2000. Borrell participó en varios gobiernos formados por Felipe González y no fue salpicado por ninguno de los escándalos que apartaron al socialismo del Palacio de la Moncloa en 1996. Su nombre nunca apareció vinculado con el "Caso Filesa", abierto por la financiación ilegal del PSOE, ni con el "Caso GAL", referido a la actuación de grupos ilegales en la lucha contra el terrorismo de Euskadi Ta Askatasuna (ETA). El vencedor en las "primarias" del viernes tiene un origen humilde y estudió en España, en Francia y en los Estados Unidos gracias a becas del Estado al que defiende. Además, su conducta en la función pública es irreprochable, algo que cuenta mucho en la España política de los `90. Almunia, por su parte, estuvo diez meses en la secretaría general del PSOE y no consiguió articular una propuesta para contrastar con la política ejecutada por José María Aznar desde la presidencia del gobierno. Había sido impulsado para ocupar la jefatura del partido por su antecesor en el cargo, el propio González. En julio del año pasado fue proclamado en medio de un congreso que aceptó la sugerencia de Felipe sin mayor discusión. Ahora, otra vez apadrinado por el ex presidente del gobierno, y también por los barones socialistas Narcís Serra, Manuel Chaves y José Bono, tuvo que competir democráticamente por la candidatura presidencial. Fue derrotado y arrastró a todos ellos en su caída. Su renuncia de ayer a la jefatura partidaria no sorprendió a nadie. Con Borrell subió al primer plano de la escena socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, el líder de Extremadura que lo apoyó en cada una de las recorridas que realizó por toda la geografía española para difundir su propuesta: una España unida frente al avance de los nacionalismos de Euskadi, Cataluña (su tierra natal) y Galicia. Y un PSOE fuerte, para derrotar al gobernante Partido Popular. La renuncia de Almunia abre una crisis que el PSOE deberá resolver, en primera instancia, antes del 12 de mayo, cuando en el Congreso de los Diputados comience el Debate sobre el Estado de la Nación. Es muy posible que esa máxima instancia parlamentaria le permita a Borrel, como portavoz del PSOE, enfrentar por primera vez, cara a cara, a quien será su rival en el 2000, José María Aznar. En la sede de los populares, el triunfo cayó como un balde agua helada. Las relaciones entre Aznar y Almunia eran sumamente cordiales. Ahora, el jefe del principal partido de la oposición será un político ambicioso, con habilidad táctica y con un magnetismo especial para conectar con la gente. "Estoy en política porque quiero transformar la realidad social", proclamó. Y la base, socialista, lo ungió con el 55,1 por ciento de los votos.
LA LECCIÓN BORRELL POR ENRIQUE ZULETA PUCEIRO (*)
Almunia se recostó en el más importante aparato político de España, extendido a lo largo de más de 4500 agrupaciones socialistas en todo el territorio español. Borrell optó por apoyarse en su mejor posicionamiento ante la opinión pública independiente, confiando en su segura influencia sobre los afiliados habilitados para votar. De allí la doble vía reglamentaria elegida para sus respectivas nominaciones. Almunia reunió sin mayores problemas 50.000 firmas de afiliados --desbordando la exigencia de un 7 por ciento de los 383.462 empadronados para votar--. Borrell optó, en cambio, por el aval de 50 entre los 204 integrantes del Comité Federal del PSOE --duplicando también el 15 por ciento prescripto para esta segunda alternativa reglamentaria--. La contienda se sustanció en un marco de severas exigencias estatutarias. Ningún candidato pudo contratar publicidad externa, prometer nada que supusiera ni siquiera implícitamente contraprestaciones futuras o descalificar al oponente. El partido dotó a ambas campañas de oficinas de apoyo, facilidades comunicacionales, espacios en los órganos partidarios, gastos de desplazamiento y servicios de apoyo --incluido el de la prensa-- exactamente equivalentes. Almunia concitó el apoyo de todos los barones del PSOE con el propio Felipe González a la cabeza. Borrell optó por apuntar directamente hacia los medios y la opinión pública --"yo contra nosotros"--, confiando en ese mecanismo misterioso que lleva a todas las fuerzas políticas de masas a privilegiar finalmente las tendencias de cambio de la sociedad por sobre los explicables reflejos defensivos de sus estructuras organizativas. "Más que con tus dirigentes --exhortó-- consulta tu voto con tu familia, tus amigos y tus vecinos." "El centro de la izquierda" a la Blair primó así sobre la "izquierda del centro" a la Jospin, aun cuando las definiciones ideológicas sean acaso lo menos importante, dentro de un proceso que vuelve a evidenciar la importancia decisiva de la democracia interna como instrumento de transparencia y reconciliación auténtica con una sociedad compleja, sin fidelidades ni reflejos condicionados. (*) Politólogo
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