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VIII MUESTRA INTERNACIONAL DE URUGUAY

LOS CHARRÚAS SHAKESPEARIANOS

Durante diez días, veintitrés obras, entre ellas cuatro argentinas, transformaron a la apacible Montevideo en una capital teatral.

Escenas de "Desiderium", de Brasil y de la obra de Francia.

Arriba, el logo del Festival: un Shakespeare tanguero.

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Por Hilda Cabrera Desde Montevideo

t.gif (67 bytes) La cita montevideana del teatro internacional tuvo un gran final de fiesta. Las salas fueron colmadas por un público que, durante los diez días que duró la VIII Muestra Internacional de Teatro, seleccionó minuciosamente la grilla, atendiendo más que nunca a la recomendación "boca a boca" para protegerse de posibles desencantos. Nacida en 1984 por iniciativa de la Asociación de Críticos Teatrales del Uruguay (ACTU) para "romper el aislamiento cultural y político" al que se vieron sometidos los uruguayos durante los años de su dictadura militar, la Muestra reveló --a pesar de las prevenciones-- que la pasión por la escena sigue viva. Se ofrecieron 23 espectáculos, incluidos el de los murgueros dirigidos por Jorge Esmoris, el de la troupe callejera Títeres Gira Sol, y el de los mexicanos de Cornisa 20. El último fin de semana fue especialmente activo, con presentaciones procedentes de España, Francia, Ecuador, Brasil y Argentina. Obras que antecedieron a la del cierre, una versión de la célebre Cuarteto del alemán Heiner Müller, por actores uruguayos dirigidos por Eduardo Schinca. La obra ofrece una visión cínica del amor y del sexo, inspirada en Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos.

Aunque más modesto que en ediciones anteriores, el festival contó con algunos trabajos renovadores y figuras de seguro impacto. Una de ellas fue Milva. La actriz y cantante italiana cautivó con Non sempre splende la luna (sobre textos de Bertolt Brecht) y con el recital sobre composiciones de Astor Piazzolla, que la ACTU organizó en el Auditorio del Victoria Plaza Hotel. La diva hizo delirar a un público también deslumbrado por la actuación del bandoneonista Daniel Binelli, a quien --se dijo-- no se conocía lo suficiente. Por la ciudad sólo circulan dos compactos del músico argentino. La respuesta al porqué de un festival que "no se propone ser marketinero" la dieron los espectadores con su apoyo, condicionado pero expectante, confiado ante algunas propuestas, como las de Brasil y Argentina. "Esto ocurre porque sus teatros tienen buena imagen --opinó Yamandú Marichal, presidente de ACTU--. La gente conoce bien a algunos actores, sobre todo a los argentinos, y los avala por la seriedad de su trabajo." Un ejemplo de esto fue la adhesión que suscitó Federico Luppi.

En una ciudad de apariencia desvalida por sus casas abandonadas, pero que puede enorgullecerse de poseer "una historia teatral que no cesa", el encuentro permitió el acceso a otras producciones uruguayas y la concurrencia a seminarios y talleres. Según datos aportados por la Asociación, la Muestra contó con un presupuesto de 600.000 dólares, obtenido de instituciones públicas y privadas. Monto exiguo si se lo compara con los 6 millones de dólares que dispone el festival internacional de Bogotá (Colombia), uno de los fuertes de América latina junto al de Caracas (Venezuela). En niveles menores se encuentran el Cervantino de Guanajuato (México), y los festivales de Londrina, San Pablo y Río de Janeiro. También el de Costa Rica, llamado de las Artes, y abierto a otras disciplinas, como el reciente de Buenos Aires. De Argentina se vieron Cipe dice a Brecht (con Cipe Lincovsky), Dos damas indignas (Thelma Biral y Luisa Kuliok), Cocinando con Elisa (Norma Pons y Ana Yovino) y El vestidor (Federico Luppi, Julio Chávez y otros). Hubo además talleres con los directores Rubén Szuchmacher y Augusto Fernandes, breves, de sólo un día, diferentes en esto a los dirigidos por Iuri Vannilov, docente de la Escuela de Teatro de Arte de Moscú, y, entre otros, los del francés Stanislas Nordey.

Los brasileños mostraron O carteiro e o poeta, dirigida por Aderbal Freire Filho, sobre texto de Antonio Skármeta. Una puesta que conformó a todos. No sucedió lo mismo con Desiderium, del Grupo Primeiro Ato, de Belo Horizonte, un audaz espectáculo de teatro-danza referido al deseo y a su relación con la crisis sexual y existencial. Dentro de la línea antropológica, Chile trajo La reina Isabel cantaba rancheras (ficcionalización de la vida en los campamentos salitreros), por el grupo Teatro Imagen, El ñato Eloy y La niña de la Calaca (sobre una leyenda mapuche), una propuesta de Equilibrio Precario, compañía que conjuga canto, música, relato y teatro de marionetas y de sombras. Las abarcas del tiempo, la propuesta boliviana de César Brié, y Pluma, y la tempestad de estos tiempos, de Arístides Vargas, apuntaron a la creación de un teatro latinoamericano que exprese la realidad con un lenguaje propio.

La ductilidad y exacta dicción de los integrantes de la compañía Teatro Meridional (conformada por españoles, portugueses e italianos) conquistó al público que asistió a las funciones de Ñaque, o sobre piojos y actores, Calisto y Romeo, pero el espectáculo que se llevó las palmas por su carácter renovador y agresivo, y que incluso dividió a la platea, fue Le cancan des corps guerriers, de Susana Lastreto, también actriz y directora, nacida en Argentina, uruguaya por adopción y residente en Francia desde hace más de veinte años. Obra violenta, satírica y poética, creada y actuada por mujeres (actrices que además cantan, bailan e interpretan instrumentos), que se constituye en feroz alegato contra la guerra y la opresión. Menos agresiva pero tan oscura como Le cancan..., la otra propuesta francesa, J'étais dans ma maison et j'attendais que la plui vienne, de la Compagnie Nordey, mostró a un grupo de mujeres que espera inútilmente la llegada del joven hermano. Una pieza lúgubre y algo rebuscada de Jean-Luc Lagarce, muerto de sida en 1995, a los 38 años, considerado un autor "esencial" de la nueva dramaturgia francesa.


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